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Foto: Familia Gallo.

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Roberto Gallo, ganadero desde antes de nacer

Por - 13 de Octubre 2015


Roberto Gallo nació en Calamar, Bolívar, en 1947. A los pocos meses de vida, sus padres lo llevaron a vivir a Chibolo, Magdalena. Allí se encontraba la finca familiar donde se crió. Por ello afirma: "Yo soy ganadero desde antes de nacer".

Desde temprana edad, su padre lo llevaba a ver los potreros y le enseñó a montar caballo. Allí le explicó las funciones de los tractores y de las catapilas, incluso le habló las razones por las cuales se debían construir corrales. (Lea: Extorsión y violencia acabaron con lechería de ganadero caucano)

De generación en generación

La tradición ganadera corre por la sangre de la familia Gallo, ya que no solo los padres de Roberto se dedicaron a la actividad pecuaria; sus abuelos también.

Siguiendo con las costumbres familiares, Roberto decidió elegir una carrera relacionada con el campo; por ellooptó por la ingeniería agrónoma.

Roberto siempre quiso dedicarse a esa profesión porque siempre le gustó la vida del campo. El amor por los animales y por la tierra lo acompañó desde muy joven. “Nosotros crecimos entre vacas, caballos y potreros, esa era y es nuestra vida”, comenta.

“Cuando mi mamá quedó viuda luego de la muerte de mi papá, yo dejé de ser un niño para convertirme en el hombre de la casa. Yo era el apoyo de ella y ella era el apoyo mío. Yo ayudaba a mi mamá y a mis hermanos con las cosas de la finca”, recuerda con nostalgia Gallo.

La familia Gallo

Mi familia está conformada por mi amada esposa, Raquel Eljaiek de Calamar, Bolívar. Roberto Rafael Gallo es el mayor de mis hijos, Carlos Alberto Gallo es el segundo, y el menor de ellos, José Luis Gallo”, relató el calamarense.

Roberto cuenta con un orgullo, que gracias a su trabajo, sus 3 hijos hoy en día son profesionales. “Ellos son mi orgullo”, dice.

A sus 68 años, el ganadero afirma que su familia es su mayor bendición, ya que con ellos ha pasado momentos malos, buenos y otros inolvidables, que ni los estragos de la violencia, ni la decidía del Gobierno los podrán borrar.

En palabras de Raquel María del Carmen Eljaiek,esposa de Roberto, este ha sido el eje central de la familia, la persona que los ha mantenido juntos y los ha sacado adelante.

“Nosotros nos casamos en 1973. Nuestra vida siempre fue de trabajo, mi esposo siempre se ha dedicado a las labores del campo y yo a las del hogar, cuidando los niños y demás”, aseguró la compañera sentimental del ganadero.

Antes de que nacieran los niños, yo lo apoyaba en todas las tareas de la finca, incluso vendía leche. Siempre lo ayudaba a economizar y a trabajar”, relata Eljaiek. (Lea: Muerte, abigeato y dolor ha dejado la violencia en Córdoba)

Playón nuevo

Mi finca era la mejor finca que tenía Chibolo, Magdalena. Tenía 50 pozos hechos con Bulldozer (niveladora, máquina de construcción)", asegura el productor oriundo de Calamar.

Las tierras las atravesaban varias quebradas. El terreno de la finca era de 1.270 hectáreas. De acuerdo con el ganadero, alrededor de 1.500 reses se encontraban en el predio

Gallo producía leche y de allí sacaba queso, unos 1.000 kilos del derivado a la semana. Luego de ello, comercializaba el producto en Plato, Magdalena.

De acuerdo con Raquel, “la finca era un buen negocio, ya estaba produciendo y prosperando. Mi esposo trabajó duro para sacarla adelante, lamentablemente por diversas circunstancias, la vida nos dio un giro de 360 grados".

Todos los sábados me iba a vender el queso, a veces los vendía por lo que quisiera pagar el quesero, y a veces hacíamos intercambios por otros productos de la canasta familiar con los que no contábamos en la finca”, relata Roberto.

El productor pecuario también vendía ganado, se especializaba en la cría y el levante de la raza Simmental.Permanecía con las reses alrededor de 3 años y luego los ponía a disposición del mercado.

La decisión más difícil

El país ha sido testigo de innumerables hechos violentos, actos terroristas y crímenes de lesa humanidad. A mediados de los años 90, los grupos al margen de la ley proyectaban sus acciones hacia zonas rurales en los departamentos del Meta, Putumayo, Magdalena Medio y Bolivar. Colombia vivió una de las épocas más violentas de su historia durante aquellos días.

En 1991, Roberto escuchó varias historias que venían del pueblo sobre la violencia que padecía la región costera.

Por eso días, Gallo supo de la trágica muerta de una amiga cercana de la familia. “Un 24 de diciembre de 1991, la guerrilla se llevó a Andrea Picabarrios, a los 3 días desgraciadamente encontraron su cadáver desnudo y mutilado a las afueras del pueblo. Ahí fue donde yo dije: Nos tenemos que ir de aquí”.

Luego de ello, y de un largo diálogo con Raquel, la mujer que lo había acompañado por tanto años, decidió que lo mejor para su familia era salir de sus tierras. Los 5 debían abandonar el sueño de seguir en la ganadería.

Mijo vámonos de aquí, que nos van es a matar”, eran las suplicas que le hacía Raquel a su esposo.

Antes de seguir adelante la familia Gallo optó por mal vender su más preciada posesión, su finca “Playón nuevo”. Para fortuna o no de la familia, aparecieron por la región representantes del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora, quienes se ofrecieron comprar sus terrenos, pero que según Roberto, pagaron lo que ellos quisieron.

“El valor de la finca lo pagaron con bonos a 5 años. El primer año nos dieron el 20 %, y el excedente nos los dieron de a migajas. Por cada $100 mil, no tocaba pagar $30 mil porque nadie quería esos bonos, fue una pérdida de dinero total”, relata Gallo.

Un nuevo comienzo

Una vez terminaron los trámites de la triste venta del terreno, la familia Gallo remató los pocos enseres que se podían negociar, tomaron algunas pertenencias que quedaban, la ropa y emprendieron su camino hacia la ciudad de Barranquilla.

“Agarramos nuestros pelaos y nos fuimos a pasar los sin sabores de la ciudad, uno que no estaba acostumbrado a eso, uno que fue criado en el campo”, confiesa el ganadero.

La familia luego de haber sido desplazada por la guerrilla, llegó a un modesto barrio en la ciudad de Barranquilla a empezar de cero. “Yo me encargué de buscarle el colegio a los niños, hasta fue necesario nivelarlos. Nos tocó duro pero de cierta manera estábamos más tranquilos”, asegura Raquel.

Allí el señor Roberto empezó a trabajar con una catapila que se pudo traer de la finca de Chibolo. Con el paso de los meses el ganadero decidió invertir parte de lo poco que le habían dado por su finca en una acción de una de las fábricas lecheras más grandes de la costa Caribe, Coolechera,convirtiéndose así en un asociado de la compañía.

Poco a poco las cosas se fueron estabilizando, incluso la familia adquirió una nueva finca, por su puesto más pequeña que la primera, en Calamar, Bolívar.

Este admirable ganadero que pasó de tener mucho, a tener tan poco. De pasar por situaciones muy difíciles y resurgir de las cenizas, termina su relato con una hermosa frase y asegura que no pierde la esperanza en su actividad: “Yo a veces me siento lastimado, pateado, ignorado con la situación de la ganadería, pero por ejemplo, carajo cuando me nace un ternero bonito, ya se me quita el sin sabor y comienzo el día con todas las ganas”. (Lea: Violencia y pobreza: las estadísticas confirman el rostro de América Central)

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