Oliverio Lara Borrero
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Oliverio Lara Borrero, un visionario universal

Por - 28 de Abril 2015


Una noticia feliz   "Hugo, llamo para decirte que Oliverio te concederá la entrevista el próximo martes, a las 10 de la mañana, en la hacienda Larandia", dijo su yerno Rodrigo Martínez Rivera. "Eso sí, te recomiendo puntualidad, porque él en eso es todo un lord", agregó. No pude ocultar la emoción de joven atizado, en mi caso, por 2 deseos intensos e impostergables: conocer al empresario más vigoroso, audaz e innovador de Colombia y visitar por primera vez la portentosa y ya legendaria hacienda, la que se proyectaba, desde los ríos abundantes, la selva rugiente y la sabana exuberante del Caquetá, como unos de los complejos ganaderos más prósperos de América Latina. "¡Qué maravilla, Rodrigo!", exclamé. "Quiero que me honres con tu compañía". Sin pensarlo dos veces, me lo hizo saber: "Claro que sí, allá estaremos". (Columna: Eder - Lara. Medio siglo del secuestro)   Anoté en mi libreta de apuntes: "Martes 27 de abril, 10 a.m., 1965".   Hacia el encuentro   Don Oliverio llegaría esa mañana del 27, muy temprano, al aeropuerto de Larandia procedente de Bogotá, junto con su hermano Luis Antonio y unos asesores de la Lockheed, empresa estadounidense fabricante de aviones. El motivo de su viaje era acompañar a miembros de la Fuerza Aérea de Colombia en un exclusivo plan de vuelo de demostración del poderoso Hércules C130. Él, apasionado por el mundo de los aviones y asiduo visitante de la Feria Internacional de Aviación de Farnborough, Inglaterra, los acompañaría hasta Larandia.   Rodrigo y yo salimos desde Neiva la víspera del día anhelado, rumbo a la hacienda. El viaje entre Guadalupe y Florencia fue extenuante. La mayor parte de la vía era una trocha angosta por donde lo carros avanzan como bueyes cansados, lentos y pesados. Atravesamos tramos interminables de barrizales, en muchos de los cuales los aturdidos pasajeros debían descender a empujar, con el lodo a las rodillas. De un lado, el empinado talud de la montaña amenazaba aplastar vehículos y viajeros y, del otro, profundos abismos acechaban como trampas letales. Fueron horas interminables de angustia y desafíos. Cuando las últimas luces del día, filtradas por la niebla, se ocultaban tras el elevado cerro de Gabinete, tropezamos con un derrumbe gigantesco que nos obligó a pernoctar. Nos alojamos en unas barracas de techo bajo y poroso, por donde penetraba una luz grumosa y débil de luna. Al día siguiente, guiados con dificultad por las primeras luces del alba, hicimos trasbordo para continuar. Llegamos a Florencia sin haber pegado párpados, y a toda prisa continuamos nuestro viaje para llegar puntualmente al lugar del encuentro. Cualquier sacrificio, sin embargo, por martirizante que fuera, era una aventura fascinante; me resultaba grato, con tal de hacer el reportaje y conocer Larandia.   Nuestro arribo a Larandia   Arribamos con media hora de anticipación. La mañana era tan espléndida y soleada, que en nada se relacionaba con las torrenciales precipitaciones de abril. Lo primero que me impresionó fue el impecable sistema de vías de Larandia, en contraste con el que acabábamos de padecer antes de llegar a Florencia. En un paraje adornado por acacias, cobres, cedros rosados, jabillos y caracolíes y jardines ordenados como obras de arte, se alza una moderna construcción de 3 pisos con 19 habitaciones, destinadas a frecuentes visitantes especiales, entre ellos los descendientes de don Leonidas Lara. Era el edificio principal de la hacienda. En él se palpaba el esplendor del primer mundo enclavado en la gran puerta de entrada a la Amazonia colombiana. (Lea: Inseguridad preocupa a ganaderos de varias regiones del país)   Llega don Oliverio   En cierta forma me sentía disminuido ante la estatura intelectual de don Oliverio. Nunca había oficiado de reportero, y a mi primer entrevistado se le reconocía como una celebridad en el país. Hombre culto, apasionado lector, refinado, agudo en sus reflexiones y, además, dueño de una personalidad subyugante. Yo, en cambio, era un joven desgarbado y tímido. Sin embargo –pensaba yo–, "no es extraño que ante un encuentro como el que se va a dar, sienta uno angustia, temor". Esto, cuando menos, me daba aliento.   A las 10 en punto de la mañana escuché a Rodrigo: “Llegó”, dijo en voz baja.   Me levanté sobresaltado. Lo vi por primera vez a escasos 10 metros, cuando se aproximaba a nosotros con la seguridad imperturbable de un emperador. Nos dirigimos rápidamente a su encuentro. De porte apolíneo y aquilino rostro, a primera vista inspiraba reverencia. Proyectaba una imagen seductora de morador de las cumbres y de la llanura, capaz de conservar la misma altiva humildad entre poderosos o entre menesterosos.  Rodrigo me presentó.   —¡Ah, el joven reportero! —dijo con buen ánimo don Oliverio, mientras posaba su mano encima de mi hombro—. Bienvenido a Larandia, Hugo, espero que te sientas como en tu propia casa.   El reportaje   Sus palabras y su gesto amistosos me sirvieron de alivio. Mis timideces quedaron reducidas a escombros. No me equivoqué en el escrutinio de su personalidad. Luego de una breve conversación, con buen café y exquisitas colaciones, comienzo el anhelado reportaje. (Lea: Una nueva muerte suma el sector ganadero del Huila)   Empecé por despejar inquietudes acerca de cómo don Oliverio pudo construir el emporio de Larandia en un lugar de tan difícil acceso por tierra, con régimen feroz de lluvias y en donde había que esperar meses a que el sol iluminase con su fulgor el firmamento, propenso a los mosquitos portadores de la malaria, en fin, un mundo que parecía estacionado en los albores de la creación. En este suelo, durante más de 20 años, se forjó una ingente fortuna empresarial: 31 mil hectáreas divididas en 19 hatos; 34 mil 500 cabezas de ganado; un edificio inmenso como casa principal; aeropuerto con pista para grandes aviones, de 1.860 metros de longitud por 40 metros de ancha; carreteras y puentes vehiculares propios; tres represas intercomunicadas entre sí, con un área total de 84 hectáreas; moderno y complejo taller para el ensamblaje y reparación de buldóceres, niveladoras, tractores y volquetas; cerca de 500 trabajadores, 140 de los cuales eran permanentes, con acceso a vivienda, escuelas y sitios de recreación para sus hijos.   Heredero de un sentido apostólico del trabajo   ¿Cuánto tiempo lleva usted, don Oliverio, construyendo este emporio?   —Es una historia apasionante de generaciones. Soy del concepto de que la historia no la hace el tiempo. Ni es producto exclusivo del ambiente. Y aunque estos dos factores intervienen en su estructuración, no son suficientes para definirla. Ella es, primordialmente, el resultado de la acción humana, asistida por la fuerza espiritual, con miras hacia lo perdurable. Bien puede el hombre convertir el tiempo y el ambiente en aliados positivos de su obra o en instrumentos de su fracaso. Todo depende de la firmeza vital del actuante.   ¿En qué sentido esta formidable empresa es también obra de un esfuerzo generacional?   —Mi padre, Leonidas Lara, es el gran protagonista de esta historia —dijo don Oliverio con tal veneración, que ésta se palpaba en sus gestos—. Mis hermanos Luis Antonio, Rómulo y yo seguimos una tradición y un ejemplo. Somos ante todo afortunados herederos de un sentido apostólico del trabajo, bebiendo en las propias fuentes paternas, oyendo el consejo y cumpliendo el mandato, aceptando la autoridad y aprovechando la experiencia, modificando lo empírico y actualizando los procedimientos, vitalizando la empresa y enriqueciéndola permanentemente, con iniciativas de bienestar común, vinculando capital y esfuerzo a empresas redentoras de la economía patria, en lucha por realizar cada día algo mejor, dentro del mayor grado de exigencia creadora, y con una devoción sin paralelo.   Don Leonidas Lara, paradigma de perseverancia y tenacidad   Muchos de quienes no tuvimos la fortuna de conocer a don Leonidas Lara hemos sido receptores de historias, digo yo, rayanas en el mito. Lo consideramos un personaje legendario. Nada mejor que el testimonio de don Olivero, para conocer la verdadera dimensión humana y empresarial de su padre. (Lea: En Granada, Meta, fue asesinado un ganadero)   ¿Cómo era don Leonidas y cómo creció hasta llegar a ser, a mediados del siglo pasado, uno de los empresario más reconocidos del país?   —Mi padre nació en 1856, el 8 de septiembre, 37 años después de la Batalla de Boyacá. El nuestro era un país empobrecido por las guerras y la munificencia de nuestra nación como anfitriona de la libertad de medio continente. La única perspectiva evidente era la de un país por hacer. Ahí estaban la tierra. Lo demás tenía que hacerlo el hombre sobre la base de su propia iniciativa y de su propio esfuerzo. Mi padre había sido dotado de suficientes atributos para emprender una labor titánica. La base de su primera fortuna fue el añil, pero las tinturas producidas químicamente en Europa impusieron su dominio, y el añil perdió su mercado. Sobrevino así la ruina del negocio. Con renovados ímpetus abrió un nuevo frente comercial con la quina, la que le permitió forjar su segunda fortuna. Pero este negocio fue competido por las grandes plantaciones de Asia. Sobreviene de nuevo el quebranto económico.   Con otros cultivos, con pequeños lotes de ganado, con la finca raíz, resolvió ampliar el radio de su acción. Así supo que la agricultura debía tecnificarse; que la producción ganadera necesitaba ser fortalecida; que el comercio demandaba poderosos impulsos; y que la industria apenas se movía dentro del marco tímido de lo por venir. Así surgió su tercera fortuna.   —Admirables la visión, la perseverancia y la tenacidad de don Leonidas —le hago notar.   —Cuando ya se veía compensado su inquebrantable esfuerzo, proclamó sus horrores la devastadora guerra civil que estalló en 1899, y la labor de muchos años de lucha se hundió en el vórtice de la catástrofe. Comenzó de nuevo, sin lamentos. En estas circunstancias don Leonidas se trasladó a Girardot, el puerto sobre el Magdalena. Allí nació una gran empresa. Sus actividades comerciales saltaron al Tolima, Cundinamarca, Antioquia, el Quindío, y a otras zonas del occidente colombiano. El 10 de febrero de 1913 sobrevino el pavoroso incendio que redujo a cenizas las tres cuartas partes de Girardot, lo mismo que las fuentes materiales de los negocios de don Leonidas y sus haberes de hogar. La adversidad fue nuevamente vencida por su ciclópea voluntad. Sobre cero construyó, por quinta vez, la estructura de sus negocios. Lo respaldaba el capital, cada vez más valorizado, de su nombre. Sus negocios extendieron.   ¿Es cuando nace la firma Leonidas Lara e Hijos?   —Si. Mi padre manejaba sus negocios en forma individual. En 1919 creó con mi hermano Luis Antonio la firma Leonidas Lara e Hijo. Cinco años más tarde, con el ingreso de Rómulo y yo, la firma se transformó en Leonidas Lara e Hijos. Finalmente, mi padre y su firma se establecieron, a partir de 1930, en Bogotá, con sucursales y agencias en las principales ciudades del país. A mediados del siglo pasado, Leonidas Lara e Hijos eran la mayor sociedad exportadora de café, con reconocimiento internacional. En esa época surgió en, Nueva York, Leonidas Lara & Sons Inc., y se abrieron oficinas Bremen y Hamburgo, Alemania. Se dio impulso a empresas ganaderas. La Firma fue pionera de la industria automotriz en Colombia, con planta de ensamblaje para jeep Willys, camiones Internacional y, posteriormente, vehículos Peugeot 404. Introdujo marcas como Polsky, Fiat y Zastava. Leonidas Lara y su empresa marcaron un hito en Colombia. Un solo contratiempo, tan doloroso como inevitable, puso duelo a su cauda de progreso: la muerte de don Leonidas Lara, ocurrida el 24 de junio de 1951, a los 95 años. Pero la muerte del varón insigne no podía detener el proceso de servicio por él iniciado.   Grandes bases para un proyecto ganadero de dimensión latinoamericana   —Don Oliverio, ¿es usted, entonces, continuador de una tradición como ganadero?   —La ganadería ha sido mi pasión. Don Leonidas Lara inició la actividad ganadera, como dije, desde de la caída del comercio de la quina. La firma Leonidas Lara e Hijos introdujo importantes y exitosos desarrollos esa actividad. Larandia está dedicada a la ganadería. Tengo criaderos de ganado cebú en el Huila, en las haciendas Balsillas, Las Mercedes y Trapichito. También en los Llanos del Yari, Caquetá, en la hacienda El Recreo. Todo lo he hecho con verdadera pasión y con amplias proyecciones en los diversos planos de la vida nacional, para beneficio de todos.   ¿Cómo logró usted establecer este gran emporio al borde de la selva y con severas limitaciones en infraestructura vial y energética?   —En esta hacienda he puesto todo el empeño. La creación de esta empresa fue toda una epopeya. Hubo que abrir el vientre de la selva en lucha abierta contra la naturaleza agresiva; vencer largas distancias por rutas incipientes; dominar el caudal arisco de los ríos; luchar sin tregua contra elementos y circunstancias adversos; y salir adelante en tiempo sin límite. El proceso de construcción de Larandia lo inicié en firme entre 1935 y 1938. Tuvimos una visión y la estamos haciendo realidad. En este proceso hemos tenido en cuenta las buenas experiencias y hemos puesto la ciencia al servicio del desarrollo empresarial, para vitalizar y enriquecer la producción. (Lea: Muere asesinado Luis Alfonso Serna, ganadero del norte del Valle)   —¿Cuáles son sus principales aportes al desarrollo de la ganadería?   —Es un proceso que comenzó mi padre. Él nunca se anclaba en el pasado; siempre ponía la mirada adelante y, partiendo de las condiciones del momento y examinando las potencialidades de la tierra, del mercado y, desde luego, de quienes le rodeaban, definía sus inversiones y negocios. Larandia es el resultado de esa forma de pensar y actuar. Pero también hemos hecho grandes inversiones en algo que podemos llamar innovación; en investigación, en nuevas tecnologías, en poner la ciencia al servicio del desarrollo.   —¿Cómo han sido aplicadas estas últimas claves del éxito empresarial, en la actividad ganadera?   —Durante años hemos importado vacunos de distintas razas, para enriquecer la ganadería colombiana con ejemplares que se adecúen mejor a las condiciones del trópico y que sean resistentes a las enfermedades: aberdeen angus, de Escocia; charolais, de Francia; shorthorn, del Noreste de Inglaterra; guernsey, originaria del Canal de la Mancha; red-poll, de Ingaterra; brahman, de Estados Unidos, sólo para mencionar algunas. He recorrido América, Europa, Asia y África estudiando la ganadería cebú en las líneas de carne y leche. (Lea: Ganaderos de Casanare, preocupados por su seguridad)   La formación de nuevas razas, su perfeccionamiento y estabilización, se ha logrado mediante el aprovechamiento del mestizaje. Grandes adelantos logrados en la industria pecuaria universal se deben precisamente a este complicado y perfecto procedimiento, a partir de la ley de Mendel acerca de la herencia. Un ejemplo es el perfecto acople o calidad del mestizaje del Red-Poll con el Cebú. El otro aspecto de la investigación científica es el relacionado con la lucha contra la fiebre aftosa, por los efectos de esa enfermedad tanto en la producción como en el mercado.   —Estoy impresionado con los talleres de ensamblaje y la calidad de la maquinaria pesada de Larandia. ¿Cómo logró esta proeza, si la vía de Guadalupe a Florencia es una calamidad?   —Es cierto que la carretera de Guadalupe a Florencia es poco menos que un desastre. La maquinaria que tenemos fue traída por partes, hace años, para ser ensamblada en nuestros talleres y por nuestros ingenieros y operarios. No podíamos dar espera para traer la maquinaria y construir la infraestructura que usted ve. Menos podíamos esperar a que las plantas de energía fueran montadas por el gobierno o que éste adecuara las vías. Si hubiésemos dado un compás de espera, aquí nunca se habría invertido capital. Hemos hecho uso de la iniciativa privada como fuente de desarrollo y de riqueza, superando toda suerte de limitaciones.   —Tiene Larandia aeropuerto con pista para grandes aviones. Precisamente hace poco despegó un Hércules C130.   —Mira, Hugo —dijo antes de que yo hiciera la pregunta—, Larandia es un proyecto integral encaminado a hacer realidad una visión. Nuestra aspiración es construir frigoríficos de alta tecnología y comprar aviones de carga para la exportación de carne en canal a Perú, Chile, Venezuela y Antillas Holandesas, en principio, mientras abrimos nuevos mercados externos. Es un proyecto en curso. Desde luego, también abriremos mercados en nuestro país. El proyecto, a su vez, favorecerá a los ganaderos de esta región. La idea es obtener carga de compensación para los aviones, mediante importación de frutas de Chile, harina de pescado de Perú, para consumo nacional y para satisfacer nuestras propias necesidades en la cría y ceba de ganado.   —¿Qué consejo da usted a gobernantes y empresarios colombianos para hacer de nuestro país una nación desarrollada, próspera y estable?   —No sólo a gobernantes y empresarios; también a educadores, profesionales y jóvenes estudiantes. Para lograr el verdadero desarrollo del país debemos aspirar al mayor conocimiento científico, universal; preparar a nuestros jóvenes con educación de la mejor calidad y en el exterior, y asignar a las universidades la tarea de investigar según nuestros requerimientos. Las naciones serán cada día más interdependientes en lo económico y cultural. Lo que empieza a imperar hoy por hoy es el conocimiento, y no se te haga extraño, Hugo, que en un futuro próximo estemos hablando de la era del conocimiento.   —Don Oliverio, hace un mes fue secuestrado y asesinado de don Harold Eder, industrial del Valle del Cauca. ¿Qué piensa usted de tan horrendo episodio?   —Me encontraba yo en un almuerzo, en Florencia, con Virgilio Barco Vargas, Darío Echandía, Hernando Durán Dussán y otros amigos, cuando recibí la infausta noticia. De inmediato regresamos a Bogotá. Un hecho gravísimo, deplorable, un golpe mortal al empresariado colombiano y al país entero.   La despedida larga y melancólica   Don Oliverio dio muestras externas y expresivas de entusiasmo por mi entrega a la más atenta meditación de sus respuestas. Antes de la despedida, me invitó obsequiosamente a dar un breve paseo por algunas instalaciones del complejo industrial. Allí todo me resultaba admirable. Yo estaba tan complacido que tuve la sensación de estar encadenado a la Hacienda; quería seguir escuchando a una verdadera autoridad, a un sabio, a un ingenioso hombre de visión universal. (Lea: La ganadería pierde a Ricardo Botero Maya)   "¡Sorpresas te da la vida!", pensé. ¡Cómo iba a imaginar yo que este hombre, de elevada trayectoria nacional, fuera a recibirme con tanta gentileza!. Él, presidente de la SAC, miembro de la Junta Directiva del Banco de la República en representación del Presidente de Colombia; respetado por habituales contertulios suyos como los ex presidentes Carlos Lleras, Mariano Ospina, Darío Echandía, Virgilio Barco, Guillermo León Valencia, y por hombres de Estado y de empresa de gran significación, como Fernando y Leonidas Londoño y Londoño, Augusto Ramírez Moreno, Miguel Santamaría Dávila, Carlos Sanz de Santamaría, entre muchos otros.   Nos despedimos de don Oliverio. Rodrigo regresó a Neiva el mismo día. Yo permanecí en Florencia hasta la mañana siguiente, con el fin de conseguir información para mi crónica. Segundos antes de abordar el avión, me enteré de una noticia que me dejó como si se hubiese derrumbado una montaña sobre mí: ¡la noche anterior don Olivero había sido secuestrado! De inmediato vinieron a mi mente sus palabras sobre el secuestro de don Harold Eder. Me sentí invadido por una tristeza aplastante. Cuando el avión sobrevolaba el cerro de Gabinete y viró al norte para dirigirse a Neiva, quise divisar el paisaje profundo del Caquetá, pero sólo pude ver, desde la profundidad de mi nostalgia, grandes nubarrones de incertidumbre y desesperanza.   Post scriptum: 5 años después del secuestro, los restos mortales de don Oliverio fueron hallados en una fosa cavada en Larandia. Se supo que el crimen fue ejecutado horas después del secuestro estando él en absoluta indefensión, por orden de miembros del Partido Comunista Colombiano. Su hija Gloria Lara de Echeverry, 18 años después, también fue secuestrada y acribillada en las circunstancias crueles que narra Luz María Echeverry Lara en su libro La flor de la esperanza. Dos crímenes originados en sendas conspiraciones comunistas, de distintos matices, así como el de Harold Eder. ¡Oh, malvados camaradas!... ¡Si en estos momentos azarosos los colombianos comprendiéramos de qué manera el comunismo y su orgía populista se edifican sobre un pedestal de miseria y pauperización de los pueblos!...  


NOTA DEL EDITOR: Este es un reportaje imaginario en el que el autor relata un encuentro con don Oliverio Lara. Sin embargo, las respuestas del hipotético entrevistado se tomaron rigurosamente de escritos y conversaciones reales del gran empresario huilense, por lo que la ficción se limita a sus narraciones y preguntas.

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