Así se va a comportar el clima en diciembre: tres regiones de Colombia bajo alerta
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Con su estatura baja han conocido gran parte del globo terráqueo. En cada país o ciudad visitada, siempre dejan un pedazo de sí para demostrar que lo suyo es el espectáculo cómico y no el maltrato animal. Una vida llena de historias, anécdotas y plazas de toros.
Es domingo. El sol se está perdiendo entre las nubes y yo camino por el barrio La Victoria, al sur de la capital colombiana. A lo lejos, en una esquina, los veo sentados en los escalones de una panadería. Hugo Martínez y Lucero Llanos, dos personas de baja estatura, me saludan alegremente y luego de un par de comentarios jocosos, coordinamos una entrevista para el día siguiente en mi casa.
El lunes, Hugo y Lucerito, como le gusta ser llamada, llegan puntuales y traen consigo sus dos tesoros: su hijo Jimmy, de 5 años, y dos álbumes de fotos de su vida, esa vida que intentaré desmarañar mientras compartimos unas onces. (Lea: Manizales, epicentro mundial de los toros de lidia)
Mientras se acomodan en la sala de mi casa, detallo que en sus caras siempre está dibujada una sonrisa. Él, de unos 43 años, viste una pantaloneta beige y una camiseta gris que tiene estampada una caricatura de un torero. Ella, de unos 39 años de edad, viste un pantalón blanco y una chaqueta azul de lana.
Me avisa cuando vayamos a grabar, porque no quiero decir ni una grosería – exclama Hugo, mientras suelta una risotada –, a veces la cago por abrir mi boca.
Comienzo a ojear el primer álbum de fotos y en él se narra la historia desde cuando Hugo tenía apenas 17 años, cuando aún estudiaba en la escuela Atenas, en 1982, y fue convocado por un grupo de novilleros que se dedicaba a ofrecer espectáculos cómicos en las corridas de toros.
Ellos tuvieron que pedirle permiso a mis papás para que yo pudiera acompañarlos, porque nos íbamos para Ecuador, Perú, Venezuela y luego España – me cuenta Hugo mientras termina con un ponqué que se está comiendo. – Imagínese cómo fue eso: pasar de estudiar en un barrio humilde, a estar viajando por varios países.
Entre tantas andanzas que tuvo Hugo, su grupo de trabajo coincidió con el grupo de trabajo de Lucero, el cual también se dedicaba a lo mismo: ser una gavilla de novilleros diminutos que arrancaba las carcajadas de los públicos en diferentes faenas taurinas de Colombia.
Al comienzo fue una relación deliciosa – comenta Lucero mirando al techo para tratar de traer esos recuerdos al presente y suelta una risotada–. Hugo viajaba a España seis meses durante la temporada taurina, de mayo a octubre, y los otros seis meses estaba acá. Yo tenía tiempo para darme mi aire.
Luego nació Jimmy, y los viajes fuera del país quedaron en fotos y recuerdos. Antes de aceptar un nuevo espectáculo, pensaban en su hijo y en el tiempo que deberían dejarlo solo para cumplir con su evento. (Lea: Pío Uribe, el maestro que pinta toros)
Aunque nosotros no maltratamos al animal, sino que le hacemos maldades como pasarle por debajo y saltarlo, si corremos riesgos, – acota Hugo mientras se recoge la pantaloneta para enseñarme una cicatriz –. Yo, por ejemplo, tuve dos accidentes fuertes cuando estuve viajando continuamente.
En su pierna izquierda, en un medio de un espectáculo en Cali, un toro le pasó por encima y le fracturó el fémur. En el otro, su dorso sufrió golpe que le perforó el pulmón y casi lo deja sin vida.
Si yo hubiera llegado 5 minutos más tarde al médico, hubiera ‘colgado los guayos’ – afirma estruendosamente, al mismo tiempo que mira a su esposa –, ¡fue un susto bien feo!
Lucerito, por su parte, luego de dar a luz a Jimmy, tuvo un año de reposo y luego se reincorporó al mundo de la tauromaquia. Ellos dos, no pueden vivir sin esa adrenalina que les da el pisar la arena en una plaza de toros.
Volví a viajar a varios espectáculos pero cortos: de un día. Es muy difícil dejar al niño en la casa de mi mamá o de mi suegra, y yo estar en medio de toros – exclama, mientras brinca en el sofá –. Por eso comenzamos a buscar nuevas formas de generar ingresos: publicidad, eventos infantiles, en discotecas, activaciones de marca, etc.
Además, la misma sociedad ha terminado con su trabajo al vincularlos con la muerte de los toros. Por eso han tenido que buscar diferentes maneras de ingresos económicos, pues de aplausos nadie sobrevive. (Lea: Medellín es el epicentro de la fiesta brava en 2013)
En Europa, los pasatiempos cómicos ya pasaron de moda – afirma Hugo con el ceño fruncido –, eso nos ha llevado a dejar un poco nuestra vida, lo que amamos. Por eso le pedimos a los mandatarios en Colombia que nos dieran una mano, pero vemos que no quieren dar marcha atrás.
Por ahora, estos dos enanos toreros seguirán su vida entre el vaivén de las fiestas recreativas y las plazas de toros, demostrando que el más pequeño puede derrotar, de una forma jocosa, al más grande.
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