Para la izquierda colombiana, sobre todo para el sector más dogmático de ésta, el grupo comunista (PCC), el 9 de abril de 1948 no es la fecha del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Es otra cosa. Es la fecha en que “la-oligarquía-colombiana-asesinó-a-Gaitán”. Para ellos lo importante no es el hecho en sí, ni sus verdaderos orígenes y autores, ni el conjunto de fenómenos verificables que están ligados a esa tragedia. Lo que les interesa es la interpretación del hecho, la leyenda construida en torno y las ventajas políticas que ellos pueden sacar de ese “escenario”.
Ellos creen haber resuelto todos los enigmas de ese atentado. A Gaitán lo mató, dicen, la “oligarquía”. Pero como la “oligarquía” está aliada, según ellos, “al imperialismo”, esa muerte, agregan, es un “crimen de la oligarquía y del imperialismo”. Y ahí termina toda su introspección, todo su análisis. Y ahí comienza la falsa leyenda. (Columna: Iván Cepeda, Venezuela y la gran conjura)
El atentado que le costó la vida a Jorge Eliécer Gaitán fue uno de los primeros golpes del mundo soviético contra las sociedades abiertas al comienzo de la guerra fría, en la fase más agresiva de la expansión mundial del sistema comunista.
El 9 de abril en Colombia comenzó unos días antes: con las ruidosas manifestaciones “antiimperialistas” de marzo de 1948 contra Estados Unidos y la IX Conferencia Panamericana que se iba a reunir en abril en Bogotá. El “Bogotazo” estalló con el asesinato de Gaitán en pleno centro de la capital y con la violenta asonada destinada a defenestrar al presidente Mariano Ospina Pérez. Terminó meses después con el segundo intento de golpe de Estado contra el presidente Mariano Ospina Pérez, en noviembre de 1949. Fue una ofensiva sanguinaria, larga y muy sofisticada.
La URSS quería sabotear la Conferencia Panamericana pues esta iba a consolidar la construcción de la Organización de Estados Americanos y poner en movimiento el plan Marshall para la América Latina, como Estados Unidos lo estaba haciendo también en esos días respecto de Europa. Nada de eso favorecía los planes expansionistas de Stalin. (Columna: Tres negociaciones y el mismo perdedor)
Al rechazar el pedido que le hacían de malograr la Conferencia Panamericana, pues él alcanzó a vislumbrar los planes siniestros que estaban en marcha, Gaitán pagó con su vida su sentido patriótico.
Con la brutal liquidación de Gaitán, los comunistas no solo trataron de derribar el gobierno conservador. Barrieron el mayor obstáculo que tenían a mediano plazo para infiltrar los sindicatos y recuperar la influencia que habían tenido gracias al primer Gobierno del presidente López Pumarejo. Gaitán y su corriente los habían barrido de los sindicatos y hasta de la vida política general pues el caudillo liberal, un anticomunista convencido, los había dejado sin banderas y sin clientelas electorales. (Lea: Radican propuesta en Senado para cambiar escudo de Colombia)
Pero esa no fue la mayor ventaja sacada del 9 de abril, y del hecho de que hayan podido ocultar durante años su papel decisivo en ese magnicidio y desplazar la culpa hacia otros.
La cruel muerte de Gaitán siempre tuvo una utilidad operativa: con él justificaron su ideología de la lucha de clases y su aplicación teórica más próxima: la "imposibilidad" que había de una reconciliación entre los colombianos. Consecuencia: las atrocidades de todo género que ocurrieron el 9 de abril y las que ellos desataron poco después en casi todo el país, incluyendo la creación de las “repúblicas independientes” y las organizaciones armadas y terroristas dispuestas a tomarse el poder por la fuerza, eran parte de la “violencia fundadora” de un nuevo poder y de una “Colombia nueva”.
Hoy, en 2013, la falsa versión del 9 de abril vuelve a ser explotada. Ante la crisis en que se encuentran los pretendidos diálogos “de paz” entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, y ante el mar de dudas que genera esa aventura en la opinión pública, la izquierda dura, liderada por Piedad Córdoba y su grupúsculo Marcha Patriótica, y el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, proponen realizar, el próximo 9 de abril, una “marcha de apoyo a los diálogos de La Habana”.
Pero hay mucha confusión respecto de los objetivos reales de esa marcha. A la Iglesia católica le han hecho creer que esa marcha es “contra la violencia”. A otros les dicen que ese 9 de abril sera el día “de las víctimas”, sin precisar de qué víctimas se habla, lo cual es muy favorable a las Farc, la mayor entidad generadora de violencia y de víctimas en el país durante los últimos 50 años.
Obviamente, el objetivo real de esa marcha es diferente: no es el “apoyo a los diálogos”, ni hacer de esa jornada un día “contra la violencia”. Uno de los organizadores lo ha revelado, la marcha pretende “apoyar la posición ‘programática’ de los delegados de las Farc en La Habana”. Lo que es totalmente distinto. (Columna: Seguirán hablando)
Es decir, esa marcha será para respaldar las exigencias absurdas que los jefes de las Farc están haciéndole a Santos: obtener la impunidad total para sus crímenes, alcanzar, al mismo tiempo, numerosos escaños en el Congreso (sin someterse al voto popular) y poder controlar varios ministerios. Ellos están exigiendo, sobre todo, quedarse con la mayor parte de las tierras cultivables del país para montar allá nuevas republiquetas “independientes”, es decir inmensos goulags sin Dios ni ley donde la población inerme quede prisionera de las Farc. La “posición programática” de las Farc es eso, incluyendo su amenaza, tantas veces proclamada públicamente en La Habana, de conservar para siempre sus aspiraciones totalitarias, sus armas, sus redes operativas y sus narco-cultivos.
Por eso las declaraciones del presidente Santos y de monseñor Rubén Salazar, en el sentido de que marcharán el 9 de abril con esa gente ha generado una ola de sorpresa y malestar en el país, incluyendo sectores del partido liberal que apoyan al Gobierno y del partido conservador.
Al tener tales objetivos, la “marcha” que proponen la dupleta Petro/Córdoba será, objetivamente, una manifestación política en favor de la opresión del pueblo colombiano y de la destrucción de las libertades democráticas. Será un acto reaccionario y antireligioso, disfrazado de acto “contra la violencia”. Los que están tentados a ir a eso deberían pensarlo dos veces, sobre todo deberían imaginar qué diria Jorge Eliécer Gaitán de semejante engaño y de objetivos tan grotescos.