Ronald fue asesinado el sábado 26 de abril en La Hormiga, Putumayo, por guerrilleros de las Farc camuflados entre la población civil. Un joven de 13 años, de quien las notas de prensa no mencionan el nombre siquiera, recibió un tiro en la cabeza y lucha por su vida.

Ese es el costo que estamos pagando los ganaderos por llevar al debate público posiciones juiciosas y claras sobre el tema del proceso paz que ha seguido el presidente Juan Manuel Santos, por aportar al debate sobre la tierra, por no transar ideológicamente en muchos otros aspectos, o por pasiones descifrables –nada envidiables– propias de algunos seres humanos.

La ganadería no es solamente la actividad económica de mayor presencia en el campo y una verdadera cultura en algunas regiones.

El que tiene el Departamento del Atlántico. Se ubicó en el auditorio donde se realizaba el Foro Regional Ganadero en Barranquilla, como cualquier participante, y bajo esa condición le expuso, a un auditorio que bordeaba los 300 ganaderos, una serie de proyectos y programas que su Gobernación está impulsando para el sector.

El exministro Juan Camilo Restrepo abandonó la sensatez y el buen juicio. Es la única explicación a sus declaraciones salidas de tono y que faltan a la verdad.

En Colombia no podía faltar el día de las víctimas. La Ley 1448 de 2011 estableció que el 9 de abril de cada año se “… consagre a la memoria y solidaridad con las víctimas”.

Decepción ha causado entre los ganaderos, los plazos que ha establecido el Gobierno para la construcción de políticas de Estado de largo plazo para el sector rural, como también ha sido desafortunada la justificación dada de tales plazos.

“Hay que tener el valor de decir la verdad, sobre todo cuando se habla de la verdad”, Platón.

Las bacrim imponen su imperio de intimidación en las carreteras, en las fincas, en todo el sector rural. La intimidación, el atraco, la violencia, es la orden del día. No se salvan campesinos pobres.

Hacer de Latinoamérica y el Caribe una “zona de paz” fue la promesa de la Celac en Cuba; una consigna hipócrita de Raúl Castro, adalid de uno de los regímenes más trasgresores de los derechos humanos.