Aunque pasa a la segunda, el gran perdedor de esta primera vuelta fue el presidente Juan Manuel Santos. Por dos razones: su pedido de reelección no entusiasma y, al mismo tiempo --y esto es quizás lo principal--, la idea que él impulsa de la paz con las Farc es igualmente rechazada por el electorado.
Su idea fue rechazada pues es una idea de paz no explicada. Es una idea que él mantiene artificialmente, desde hace más de dos años, en una zona gris, lejana y secreta, que les impide a los ciudadanos no solo ver lo que esa paz contiene, sino que bloquea toda reflexión seria sobre el futuro del país a mediano y largo plazo.
Durante su Gobierno, Santos no explicó esa idea de la paz que él tiene. Tampoco lo hizo durante su campaña por la reelección. Y no la explicó pues su idea de paz no es potable, no es sana.
Esa paz no es la que aplica la sociedad y el Estado democráticos a una organización violenta y vencida que admite el fin de su agresión totalitaria contra un pueblo libre. Es, por el contrario, una paz que las Farc pretenden imponerle al país de manera altanera y triunfalista. ¿Qué tipo de paz preparan en La Habana? Timochenko y Márquez acaban de decirlo: ellos preparan “la democratización real”. Traducción: la ausencia total de libertades de todas las dictaduras comunistas.
Eso el electorado lo está comprendiendo y por eso votó a favor de una alternativa diferente a la política suicida que encarna Juan Manuel Santos. Votó por Oscar Iván Zuluaga y volverá a votar por él en la segunda vuelta, y lo llevará al poder, a condición de que Zuluaga siga defendiendo de manera serena pero firme una idea correcta de paz y siga denunciando la impostura de paz que proponen Santos, las Farc y la galaxia internacional del castro-chavismo.
La idea de una paz correcta es fundamental. No hay nada que reemplace a esa idea correcta de la paz. Hablamos de una paz que preservará, realmente, las libertades, la seguridad de los ciudadanos y el Estado de derecho que, imperfecto y con defectos, la nación ha ido construyendo. Una paz que incluya la sanción desacomplejada para los criminales, que resarza a las víctimas, que nos permita prosperar mediante una economía liberal y responsable y que nos garantice unas relaciones diplomáticas y comerciales coherentes con el mundo libre. Ese será el tema que definirá el ganador de la segunda vuelta.
La falsa idea de la paz es una paz interferida por una estructura político-militar que se niega a entregar las armas, y que quiere quedar impune. Será una paz con la economía obstruida por comités colectivistas en todos los sectores claves. Será una paz con una justicia politizada, con una vida agraria y agrícola con inmensas zonas de “reserva campesina” bajo el imperio del narco terrorismo.
Los ciudadanos que acudieron a las urnas el pasado domingo, de todos los partidos, de derecha y de izquierda, son quizás la parte de la población que más se siente concernida por la gravedad del momento político. Es quizás la fracción más lúcida pues vislumbra los desafíos que está enfrentando la patria. Por eso rechazaron la posición abstencionista. Ellos comprenden que abstenerse no es un acto de rebeldía sino de conformismo con lo que va peor en el país. La fracción que votó el domingo por los cinco candidatos podría ayudar a salir de su inmovilismo a algunos abstencionistas.
En cualquier caso, la exigencia de todos, de los electores y de los abstencionistas, será disponer de más y más claridad ante el problema de la paz. Pues la vida de todos está en juego. La paz santista, en su versión actual, esa paz borrosa y amenazante --que la mesa de La Habana nos arroja cada cuatro semanas con desprecio y por migajas, para que nadie vea sus verdaderos contornos y alcances--, volverá a ser rechazada por los electores.
El gran debate en Colombia no es entre los que “quieren la paz” y los “guerreristas”. Santos insiste en esa equivocación. Vuelve a servir ese plato en su mensaje del domingo donde insultó a quienes no votaron por él. El divide el mundo de manera malévola: entre los supuestos partidarios del “fin de la guerra” y los supuestos adictos de la “guerra sin fin”. Nadie es partidario de la guerra. De una guerra que nos impusieron a los colombianos desde otro continente. El análisis de Santos es grotesco y ahistórico. Peor, no es un análisis, es una cabriola.
El debate es entre dos exigencias diferentes. Unos aceptan un fin barato de la guerra, aventurero, mediante la capitulación ante los violentos, y los otros quieren la paz que protege y que refuerza los valores democráticos.
Oscar Iván Zuluaga resumió en una frase excelente lo que buscan los colombianos: “una paz que beneficie solamente al pueblo colombiano”. Una paz maltrecha, que se imponga sin consenso y que nos obligue a aceptar la historia falsa de lo que las bandas comunistas le hicieron al país durante más de 50 años, no es la paz que llevará al país a un nivel superior de desarrollo espiritual, económico y político. Lo que ocurrió el pasado 25 de mayo muestra que la lucidez y el patriotismo se abren paso, a pesar de los inmensos obstáculos que existen.
Addenda. Bueno es decirles a los jóvenes que, en el pasado, el día electoral y post electoral solía estar salpicado de desórdenes. Esta vez no hubo violencias y hubo resultados a tiempo pero la jornada electoral sigue teniendo defectos. Muchos no votaron por amenazas, o por estar muy lejos de las mesas, o porque sus nombres no aparecieron en los registros. Hay que mejorar el dispositivo.