Jeferson Andrei Valderrama Díaz, zootecnista de la Universidad de la Salle y creador de Pachayaku: el superhéroe del medio ambiente, encontró en la agricultura y ganadería regenerativa una solución para afrontar los años más desafiantes que tenemos como humanidad. Así combatirá el daño que hemos ocasionado al suelo en nuestro planeta con las prácticas convencionales de producción de alimentos para garantizar la seguridad alimentaria.
El manejo holístico es una metodología que intenta imitar los procesos de la naturaleza, considerando todos sus aspectos, dejando atrás el enfoque reduccionista, en donde es fundamental entender el ciclo del agua, el ciclo de la energía solar, cómo se mueven los minerales, cómo funciona la biodiversidad y qué herramientas tienes tú para que estos ciclos puedan funcionar de la mejor manera posible.
Esta metodología ayuda a la toma de decisiones con la información correcta, abundante y con la mayor cantidad de aristas posibles para que se vaya alcanzando un norte. Por lo general, estos nortes son: seguir viviendo en el campo, alimentarse bien, entregar buena alimentación a la población, estar tranquilos financieramente. (Lea: Ganadería regenerativa, oportunidad de rentabilidad y resiliencia)
En el caso de la ganadería regenerativa se usan técnicas de pastoreo de animales herbívoros para restablecer y recuperar la estructura y salud del suelo a través de la imitación del efecto manada (impacto animal) donde hay alta densidad, constante movimiento y competencia por el alimento.
Antes de la planificación del pastoreo, se debe tener presente que antiguamente existían los depredadores lo cual obligaba a los animales a mantenerse en manada (forma de protección) y en movimiento (escapando), al estar agrupados dejaban los pastizales llenos de materia orgánica (heces y orina) y sin comida obligándolos a moverse y retornado a las praderas cuando estas estaban recuperadas. Este era un ciclo que se repetía constantemente.
Para la ganadería regenerativa se tiene un enfoque primordial en la pastura más que en el animal. En el planeta todo funciona con energía y la principal fuente de ella es el sol. Nuestras placas solares son las praderas y si nos preocupáramos mucho por ellas, por entender cómo funcionan y qué herramientas son necesarias para que se expresen, captarían toda la energía de arriba y mejorarían el funcionamiento del motor inmenso que hay bajo el suelo.
En este sistema el enfoque está en la pradera, su nutrición, fuerza y activación. También, se calcula el periodo de recuperación para que la pradera pueda juntar sus reservas y restaurarse completamente para que cuando entren los animales a comer ya se tenga asegurado el próximo crecimiento.
En este modelo se contemplan e integran las mal llamadas ‘malezas’ (plantas pioneras), lo que conlleva a una mayor diversidad en y bajo el suelo. Esta se traduce en mayor arquitectura radicular, explorar más el suelo, profundizar más en él y al final se traduce en un aumento de su potencial. (Lea: 2022: ¿El año de la ganadería regenerativa?)
Adicionalmente, este modelo mejora la capacidad de cosecha y retención de agua alejándonos del riego y de la necesidad de aplicación de nutrientes, mejorando la composición botánica, aumentando el potencial productivo del campo y la salud de los animales.
En este manejo se tienen muchas especies forrajeras en diferentes edades y con una dieta más completa, esto hace que su manejo sea bastante económico, invirtiendo menos dinero y por lo tanto generando menos riesgos; prácticamente el productor depende del funcionamiento de su tierra en la que se ajusta la carga al campo y no el campo a la carga.
En cuanto a la agricultura regenerativa se busca diseñar proyectos agrícolas sustentables que tiendan a la captura de carbono, la eficiencia del uso del agua y la creación de sistemas de alta resiliencia como respuesta al cambio climático, recuperando ecosistemas que retengan suelo y agua a través del diseño de líneas sintrópicas que se elaboran con la topografía del terreno.
Estos sistemas productivos regeneran los ecosistemas, producen agua, necesitan menos insumos y al mismo tiempo se produce más alimento por metro cuadrado, permitiendo llegar a los consumidores finales con una diversidad de cultivos, mejorando el valor nutricional y apoyando así a las economías locales.