Para Pablo Borrelli, gerente general de Ovis 21, una red de aprendizaje que apunta a la sustentabilidad ecológica, económica y social del sector ganadero en Argentina, lo dicho por el filántropo puede ser debatible y requiere muchas aclaraciones y comentarios.
Para Borrelli, la propuesta de la carne sintética desconoce la importancia de la ganadería como actividad económica, y como forma de vida y cultura en el medio rural. Millones de personas en todo el mundo viven de la ganadería. (Lea: "Aporte de la ganadería en captura de carbono es mucho mayor que el perjuicio que provoca”: Viglizzo)
Considera que antes de proponer una medida como esa, Bill Gates debería preguntarse si todas las formas de ganadería son iguales, ya que ignorar esto podría llevar a descartar una de las pocas soluciones que son simples, prácticas, escalables y de triple impacto.
“Estamos de acuerdo en que la ganadería industrial (feedlots) y la ganadería convencional son parte del problema, como también lo son la agricultura industrial basada en cultivos anuales y alto uso de insumos”, sostiene.
Sin embargo, Borrelli sugiere que el análisis no puede excluir a la ganadería regenerativa, que es un alternativa que viene tomando fuerza y que permite lograr rentabilidad mientras se aumenta la biodiversidad, la infiltración de agua y se secuestra carbono en el suelo. Es decir, se aportan soluciones basadas en la naturaleza, donde se brinda un propósito a la actividad y se generan nuevas condiciones de vida rural que inspiran a los jóvenes. (Lea: Entre 3 y 20 toneladas es la captura de carbono por hectárea con sistemas silvopastoriles)
Por otra parte, las opciones que se proponen para reemplazar a la carne provienen de monocultivos agrícolas con alto uso de insumos, que tienen una huella de carbono positiva, es decir, producen emisiones. Para el experto, las hamburguesas de soja representan una emisión de 4 kilogramos de CO2 por cada kilo de hamburguesa. La soja misma, tiene una emisión de 2 kilos de CO2 eq. por kilo.
“La ganadería regenerativa es una opción en la cual todas las emisiones del sistema son recapturadas y almacenadas en el suelo, con un balance negativo: cada kilo de carne equivale a 3,5 kilos de CO2 que fueron secuestrados del aire. Los potreros bien manejados funcionan como “bombas” de carbono, maximizando la fotosíntesis”, explicó.
Para contradecir a Gates, Borrelli sostuvo que no se conoce la huella de carbono de la carne sintética, pero es claro que los laboratorios que la producen consumen energía, que raramente es energía limpia. Tampoco se menciona la huella de carbono de los carbohidratos, aminoácidos y minerales utilizados en los medios de cultivo, ni que esos nutrientes provienen de una agricultura que transforma ecosistemas biodiversos en monocultivos que destruyen la vida en el suelo, pierden carbono y alteran el ciclo del agua. (Lea: Gases de efecto invernadero ¿la culpa es de la vaca?)
“Muchos autores consideran que producir carne artificial va a contramano de la tendencia mundial a comer productos naturales, no contaminados y producidos regionalmente. Los aspectos de bioseguridad tampoco están muy claros. ¿Como se hará para controlar que estas proteínas sintéticas no vengan contaminadas con patógenos, tras largos tiempos de exposición a estos laboratorios? Consideremos que clase de tratamientos requerirán, cuando todavía son tan frecuentes las infecciones hospitalarias”, cuestionó y remató.
Fuente: bichosdecampo.com.