Según los expertos Rhades y Miranda del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Argentina, «el uso indiscriminado de la picana, producto del dolor y del miedo consecuente que genera, induce conductas que se manifiestan en animales intranquilos, difíciles de manejar, más aún si el mal hábito se implementa desde edad temprana».
En su artículo explicaron que la aplicación prolongada del inductor sobre la musculatura del animal causa lesiones que pueden ocasionar microhemorragias y se manifiestan como pequeños hematomas en las fibras musculares. Los animales cebados reciben las descargas previo al sacrificio en las masas que guardan los cortes de mayor valor, lo que puede afectar la rentabilidad de sus propietarios porque estos cortes pueden ser desechados.
«Las consecuencias del mal trato, por lo general, pasan desapercibidas, porque no se ven, las tapa el cuero», advirtieron, señalando que muchas prácticas a veces son tomadas como normales por los trabajadores, desconociendo el grave daño que causan. (Lea en CONtexto ganadero: ¿Por qué no es adecuado el uso del arreador eléctrico?)
En el mismo artículo, el ingeniero agrónomo Eduardo Francisco Deal Freccero opinó que «el uso de la picana eléctrica o de cualquier otro instrumento de arreo es innecesario». En efecto, esto incluiría elementos como látigos, bastones, palos, fustes o cualquier otro objeto que se emplee para contactar al animal y producirle un efecto en su cuerpo que lo sobresalte.
De hecho, el autor del comentario indicó que si se hiciera mayor difusión sobre los riesgos y la inutilidad de los instrumentos de arreo, se obtendrían mayores beneficios sobre la calidad y cantidad de los animales y sus productos como carne y leche. En cambio, se deben modificar los diseños en las estructuras de corrales, cepos o salas de ordeño, en donde está la clave para movilizar a los bovinos.
«Quienes trabajamos en contacto directo con animales, deberíamos ser más conocedores de su comportamiento y de los efectos que las estructuras productivas generan en el manejo», anotó Deal Freccero, añadiendo que esto se traduciría no solo en mejores resultados económicos y tendría efectos positivos en el aumento del bienestar animal, sino también en el humano, pues se reducirían accidentes y problemas ergonométricos para los operarios.
Por su parte, Marcos Giménez Zapiola contó que desde 1994 dejó de usar la picana, una herramienta que, en sus propias palabras, «no se me cruzaba por la cabeza prescindir» y comprobó que no era necesaria y que se puede hacer ganadería sin ella. (Lea en CONtexto ganadero: Instrumentos para conducir el ganado que funcionan sin electricidad ni contacto)
Giménez Zapiola comentó que solo utiliza la picana en algunos casos excepcionales, como el embarque del último animal, porque «suele suceder que sus compañeros de carguío no le dejan espacio suficiente para entrar, y a veces es mejor darle un toque en el rabo al animal que tapa la entrada, y eventualmente, otro al animal en espera».
Esta opinión coincide con las conclusiones de un trabajo de la famosa etóloga Temple Grandin, quien relató que entre los cambios de manejo aplicados en una ganadería se retiraron las picanas eléctricas de las manos de los empleados y se reemplazaron por varillas con banderas de plástico. «La picana eléctrica se tomaba solo cuando era imprescindible», precisó.