En días pasados, el catedrático José Antonio Mendizabal Aizpuru, de la Universidad Pública de Navarra, publicó un artículo sobre las consecuencias que traería la carne cultivada para la ganadería. Además, hay desventajas de este tipo de proteína frente a la natural.
A pesar del gran aporte que la ganadería y el consumo de carne ha tenido en la historia de la humanidad, advirtió que algunos sectores de la sociedad han comenzado a señalar al consumo de carne como uno de los mayores riesgos para la salud humana.
Este fenómeno, que inició hace algunos años, también argumenta que la producción de carne es uno de los grandes causantes de los problemas medioambientales. (Blog: La hamburguesa con carne, más sana que la vegetal)
Como una alternativa frente a los señalamientos y “en este clima de adversidad hacia la producción y el consumo de carne, han ido surgiendo empresas que han conformado un nicho propio”, manifestó Mendizabal Aizpuru.
Según el catedrático, estas compañías se “apropiado” de denominaciones propias de la carne, que han asemejado su textura y color propios pero con componentes vegetales, y que ha ocasionado incluso confusión en el consumidor.
Además de las cadenas de restaurantes, los gobiernos han permitido la venta de este tipo de productos, como sucedió en Singapur e Israel. En este último, se ha abierto un restaurante de carne artificial con células de pollo cultivadas in vitro.
“Estas empresas dedicadas a la producción de carne artificial indican que se fundamentan en la producción ética, ecológica, el bienestar animal y el respeto al medio ambiente”, indicó. (Lea: Crean nueva carne de laboratorio basada en carne y conejo)
Sin embargo, Mendizabal cuestionó si es más ético y ecológico un proceso que se basa en extraer células vivas de un animal (su hábitat natural) para que proliferen en un entorno de laboratorio (totalmente ajeno), usando factores de crecimiento como suelo fetal bovino.
Además, se preguntó si no resultaría paradójico que se señale el bienestar animal como otro de los rasgos identificativos de estas empresas, cuando indican que esta forma de producción no precisa de semovientes vivos.
Por ejemplo, el portal Avicultura argumenta que la carne de laboratorio plantea aun muchos interrogantes, pues el producto no está exento de efectos contaminantes y además la vitamina B12 de la carne no se encuentra en los vegetales.
Ante el argumento de si es menos contaminante, la oficina de Responsabilidad Gubernamental de Estados Unidos precisó que “hasta que se establezcan los métodos de producción comercial y los productos finales, estas afirmaciones positivas sobre los impactos en el con el medioambiente, el bienestar de los animales o la salud humana seguirán sin fundamento”.
En cambio, hay estudios que aseguran que la carne in vitro tiene un impacto medioambiental igual o incluso mayor que la producción ganadera. Por ejemplo, un informe de 2019 de la Universidad de Oxford apuntaba que la carne sintética emite más gases de efecto invernadero.
Esto se debe a que las emisiones de metano de la industria ganadera no se acumulan en la atmósfera, lo que provoca un menor calentamiento global, mientras que las emisiones que genera la carne sintética son en su totalidad de CO2 por la generación de energía.
Otros han advertido sobre sus características organolépticas porque, aunque son muy similares a las de la carne real, todavía no se han conseguido igualar (que es el objetivo final), así que la investigación no ha concluido, como señaló la consultora Beatriz Robles.
Para Mendizabal, el rol de la ganadería tradicional en esta coyuntura es el de continuar encargándose de preservar hábitats de alto valor ecológico, como la dehesa o las zonas de montaña. (Lea: El mundo comerá carne de cerdo producida con células madre)
“Se ocupará de conservar las razas autóctonas, de mantener limpias las zonas boscosas y de pastos para prevenir los incendios. Además, dará vida a los pueblos vacíos y, por supuesto, producirá alimentos sanos, ecológicos y de calidad nutritiva y sensorial contrastada”, añadió.
A su juicio, los ganaderos tendrán que demostrar y convencer al consumidor –que es quien tiene la última palabra– de las bondades de su producto natural, cercano, sostenible e integrado en la economía circular, respetuoso con el medio ambiente y con el bienestar animal.