La sociedad colombiana, indiferente por esencia, ajena a todo aquello que parezca no afectarla de forma directa, alejada de lo que perturbe su apacible comodidad, se ha convertido en la cómplice ideal de todos aquellos que se dedican a este delito. Podría parecer simple, al fin y al cabo se trata de un animal o 2 que en lugar de ser beneficiados en la planta del municipio se sacrifican en el patio trasero de una casa, en un bosque apartado o en el patio de una casa cualquiera, en todo caso en un sitio sin condiciones para ello. Las razones, que muchas veces son justificaciones, son de todo tipo: que es solo un animal, que se ahorra el pago del recaudo parafiscal, que es para compartir en familia, que no se le hace daño a nadie, que se lleva toda la vida haciéndolo sin que nada pase, algunas de ellas. (Lea: Cierre de la frontera no reactivó el sacrificio legal de bovinos) Pocos piensan o por lo menos a pocos parece importarles el hecho de lo que representa la amenaza que hay detrás de ese aval tácito para con quienes cometen este delito. Es esa apatía social la que agrava el problema. Detrás del hecho de sacrificar en un lugar distinto al sitio que tiene las condiciones idóneas para ello hay implícita una aceptación de saber que se está exponiendo la salud del consumidor final del producto, que la carne tiene altos niveles de contaminación, se deja de aportar un recurso con el que se fortalecerá el sector y se contribuye a que otros hechos delictivos como el abigeato se intensifiquen. El problema es más grave por cuenta de la aceptación de los consumidores, consumidores que han encontrado gracias a la gente que vende la carne de ese sacrifico clandestino la posibilidad de adquirirla, pues su costo es menor que el que les ofrecen los establecimientos autorizados para su expendio. Claro, quien comercializa carne de ese modo no paga arriendo, servicios públicos, redes de enfriamiento, entre otros; su único interés real es la ganancia. Al igual que los otros delitos de los que son víctimas los ganaderos de Colombia, no se trata ni mucho menos de algo reciente o novedoso; sin embargo, y a pesar de las reiteradas advertencias hechas por autoridades sanitarias y oficiales a la gente le vale más ahorrarse $1.000 o $2.000, pues con eso completa lo del almuerzo. (Lea: “Pese a cierre fronterizo, sacrificio ilegal persiste en Cúcuta”: Lafaurie) El producto se vende a la vista de todo el mundo, sí, no es un secreto. Usted lo encuentra en la carretera, camino a su trabajo, exhibido en los baúles de los carros; de nada valen los esfuerzos de la Policía que parece resignada a que mientras lleva a cabo un operativo, sabe que en otro punto de la ciudad alguien saca provecho de la situación, incluso con otro pedazo de carne de la misma vaca. El problema tampoco distingue región, igual sucede en las sabanas de Sucre, como en el amplio Casanare, lo hacen en muchas calles de Córdoba y en Boyacá a veces se disputan los puestos para su comercialización. Y claro, como hasta el momento no se han presentado casos graves por el consumo de este tipo de carne, la gente sigue creyendo que siempre será mejor dárselas de viva, ahorrase una plata, eludir los controles y “ayudar a personas que igual se ganan apenas lo del diario”. Las denuncian son recurrentes y de todo tipo de funcionarios: secretarios, alcaldes, gobernadores, oficiales de Policía, entre muchos otros, pero al final el resultado no es distinto al de una advertencia que suena repetida y que por lo mismo ha perdido su efecto entre el ciudadano de a pie. (Lea: Sacrificio ilegal se ha vuelto una constante en Puerto Boyacá) Como con tantos otros temas, este del sacrificio ilegal merecería no un poco sino mucha mayor atención, pero claro la agenda de trabajo y prioridades no dan tiempo. Finalmente, mientras usted leyó esta nota en algún lugar de Colombia estaban robando un animal, alguien más sacrificaba ilegalmente una res y varios compradores buscaban el sitio donde podrían adquirir la carne a un menor precio para su almuerzo.