Desde hace 12 años, Carlos Alfonso Orrego Castro volvió al sector pecuario. Allí puso en práctica la frase que le enseñó su papá de que ‘sin campo no hay ciudad’ y ahora pretende que su hijo siga sus pasos. Las ciencias de la salud son complejas, demandan muchos años de preparación y esfuerzo para lograr posicionarse en el mercado laboral, por lo que conocer historias de médicos o similares vinculados con el sector ganadero son escasas. (Crónica: Los Pomos, ejemplo de constancia y persistencia) Una de ellas es la de Carlos Alfonso Orrego Castro, un nutricionista - dietista oriundo del Carmen de Atrato en el Chocó. En su niñez, Carlos recuerda que su padre atendía una pequeña tienda, pero tenía unas vacas que las consideraba su ahorro, pues con ellas podía darles regalos y paseos a sus hijos. Esa enseñanza le quedó al nutricionista quien desde niño vio como la ganadería era un negocio que si bien no tiene la rentabilidad de otros, presenta unos márgenes de utilidad buenos de una manera muy tranquila. El mensaje del papá de Carlos no paró en ver al ganado como un ahorro, creía que ‘sin campo no hay ciudad’, por lo que le recalcó a su hijo que no se olvidara de dónde provenía. “Mis raíces son muy campesinas, incluso en la familia de mi mamá, mi abuelo tenía una o 2 vacas lecheras cerca a la casa y todos los días se ordeñaban y de ahí salía la leche para la casa de los abuelos y la nuestra. Siempre se vio el ganado como un elemento esencial de la familia”, cuenta. Sin embargo, la familia Orrego Castro no fue ajena a la violencia que vivió el país. La guerrilla provocó el desplazamiento, extorsión y secuestro de algunos de sus integrantes. Por esa razón el ganado se acaba, el padre vende algunos de los semovientes, otros más se pierden, por lo que la situación económica no fue sencilla durante ese tiempo. Carlos sale del Carmen de Atrato hacia Medellín para prepararse y estudiar. (Crónica: Detrás del negocio clandestino de los carrangueros) Una vez se radicó en la capital antioqueña, su sueño era volver a tener ganado y regresar al campo para darle vía libre al consejo que le enseñó su padre. Cuando concluyó sus estudios de pregrado, se fue para Urabá donde hizo las prácticas. Allá empezó a trabajar con el Bienestar Familiar con 3 objetivos: “cambiar mi vehículo que era una moto pequeña, especializarme y adquirir ganado”, relata. Durante los 3 primeros meses de trabajo, Carlos compró 3 terneras y empezó a trabajarlas a utilidades. El negocio fue prosperando, pero por cuenta de su desempeño profesional en el que siempre estuvo ligado al área pública y la gerencia de hospitales, no tenía la oportunidad de hacerle un seguimiento efectivo a los semovientes. Confiesa que el tema le apasionaba, pero solo podía ir cada 6 meses a ver cómo iban los animales. “Lo que hacía es que tenía los ganados a utilidades con alguien, los bovinos se marcaban, se le hacía el seguimiento, se miraban las pérdidas normales del negocio que amerita mucho esfuerzo y trabajo. No es como lo ve la gente que el ganadero está sentado esperando a que engorden los animales, sino que es un constante trabajo por mejorar los niveles de productividad”, explica. Renacer ganadero Carlos Alfonso es nutricionista – dietista. Estudió biotecnología médica en Bolivia sin certificarla en Colombia. Se especializó en gerencia de servicios de salud, posteriormente viajó a los Estados Unidos para obtener el título de gestión en salud pública y volvió al país para titularse en ese mismo saber en la Universidad Pontificia Bolivariana. (Crónica: Así se consiguen vacas que rompen récords en producción de leche) Desde hace 12 años recuperó la tradición de su papá. “Un día le conté que había vuelto a la ganadería a lo que me respondió: mijo, esa es la mejor decisión que usted pudo tomar”, relata con satisfacción. El negocio empezó a crecer, después de 12 años tuvieron que hacer inventarios de animales, incluso la hermana de Carlos empezó administrar la finca. Eso los obligó a mirar las tablas de productividad y rentabilidad, de paso empezaron a mejorar la raza para tener resultados más satisfactorios. La actividad de la familia de Carlos se compone por 3 unidades: cría, levante y una más que le apunta a comprar ganados en subastas. No obstante, solo desde hace un año que dejó de trabajar en roles públicos, el nutricionista dietista se metió de lleno en la ganadería y a eso le sumó unos cultivos de tomate, frijol y habichuela que están en su pueblo y que viene comercializando directamente allá o en la mayorista de Medellín. “Actualmente, cumplo labores de asesoría hospitalaria con 2 entidades, soy docente de la Universidad de Antioquia, pero estoy de lleno en la ganadería porque se volvió mi forma de vida de una forma rentable. Además me produce mucha satisfacción porque es seguir con el legado que me dejó mi papá”, agregó. (Crónica: 92 de cada 100 vacas dan al menos una cría al año en La Cascada) Ahora Carlos tiene 2 retos inmediatos: el primero volver a creer en las personas, especialmente porque los ganaderos tienen que estar muy pendientes de quienes se rodean y al ser un negocio fluctuante y variante por múltiples factores, es necesario confiar en el otro. El segundo, heredarle el gusto ganadero a su hijo e hija que viene en camino. “El ganado se siente en la piel, se siente en las venas. Cuando uno es criado en una finca, hay mayor respeto por la naturaleza, por los animales y más visión de familia”, remató.