Los oscilaciones del clima son cada vez más extremas en todo el planeta. Colombia pasó de tener un clima estable, con una temporada seca y otra húmeda, a debatirse entre los fenómenos de el Niño y la Niña.
Durante 2010 y 2011, el país estuvo a merced de una temporada de lluvias que afectó a gran parte del territorio nacional. Inundaciones, avalanchas, casas destruidas, cambuches y emergencias por damnificados fueron el pan de cada día para muchos colombianos, quienes vieron cómo la fuerza de la naturaleza los despojaba de todo en un abrir y cerrar de ojos.
Desde el año pasado la situación es muy diferente. El intenso verano que empezó a golpear al país en diciembre de 2012 y que se extenderá hasta mediados de marzo, según pronósticos oficiales, ya tiene en alerta a muchos habitantes por varios factores como la sequía de las fuentes hídricas, la quema de los pastos, la baja producción del sector e incendios forestales; razones que ponen en riesgo a quienes viven y dependen de la tierra.
Cuando hay sol vienen las heladas
“La situación que vivimos los ganaderos de Nariño el año pasado fue crítica”, aseguró Eudoro Bravo, director ejecutivo de la Sociedad de Agricultores y Ganaderos de Nariño, Sagán.
En este departamento del sur del país, la sequía que se vivió antes que terminara el año, afectó gravemente la producción lechera, ya que la falta de pastos y de agua, perjudicó a 40.000 ganaderos que viven de este oficio.
Fueron 18 municipios los que se vieron más afectados en su momento, donde aparte de la producción de lácteos, la agricultura en general se vio muy perjudicada. “Los cultivos de papa, arveja y hortalizas se quemaron a causa del fuerte sol y las mismas heladas, a raíz de esto, muchos productores vieron como día a día sus cultivos desaparecían por culpa del clima”, contó Bravo.
Las pérdidas económicas fueron altísimas. Muchos se negaron a dejar la producción de leche, a pesar de los altos precios que tenían que pagar para conseguir el alimento necesario para que el ganado de esta zona del país siguiera siendo productivo. “La Asociación, ante la falta de silos y henos, decidió buscarlos fuera del departamento y los conseguimos traídos del Valle y de Caldas, pero esto incrementó el precio de la producción de leche y las pérdidas cada vez eran más altas”, comentó el dirigente.
La lechería especializada es una de las fortalezas de la cuenca de Nariño. Foto: Cortesía José Saade.
En Nariño, el 85% de los dueños de fincas, son pequeños productores, los hatos no superan las 15 vacas. A ellos, para seguir con el negocio, les tocó perderle dinero a la leche porque las empresas les pagaban entre $920 y $940 por litro, pero fabricarlo valía más de $1.000.
“Mi finca normalmente produce cerca de 400 litros de leche diarios, pero en ese momento, por cuenta del fuerte verano, la producción bajó un 40%, afortunadamente, las lluvias volvieron en octubre y la situación poco a poco se normalizó”, contó Julio Ramírez, ganadero nariñense.
Los ganaderos ubicados en los municipios de Pasto, Túquerres, Guachucal, Ipiales, Cumbal, Aldana y Pupiales, en su momento, fueron los más perjudicados ante la fuerte sequía que vivió el departamento, situación que se agravó debido a la falta de distritos de riego que harían más llevadera la temporada seca.
¿Y cuándo llueve bastante, qué?
Así fue la inundación de la finca de José Saade en Ponedera, Atlántico. Foto: Cortesía José Saade.
Durante 2010 y 2011, el país vio imágenes dramáticas por cuenta de dos fenómenos de La Niña consecutivos, que afectaron la producción agrícola nacional, además miles de personas lo perdieron todo ante la inclemencia del clima.
Una de las escenas más angustiantes se vivió en el Caribe, cuando se rompió el Canal del Dique. La ruptura expulsó de manera abrupta millones de litros de agua que anegaron varios municipios de esta zona del país, obligando a los habitantes a dejarlo todo para salvar sus vidas.
Además del Canal del Dique, el río Magdalena también se desbordó e inundó fincas, carreteras y siembras. Así le contó a CONtexto Ganadero, José Saade, ganadero atlanticense, vio cómo su finca durante esas dos largas épocas de invierno, se inundaba. Por esto, perdío 40 hectáreas de árboles y sembrados, además sus finanzas quedaron con un saldo en rojo ante la deuda contraída para superar las dificultades que dejó la lluvia.
La recuperación del pastó tras la inversión de $200 millones, es evidente. Foto: Cortesía José Saade.
“Mi finca está ubicada en el municipio de Ponedera, Atlántico, y fui uno de los tantos damnificados que dejó el fenómeno de la Niña, porque aunque fueron dos situaciones diferentes, la cantidad de agua que cayó en esta parte de Colombia fue el doble de lo que normalmente cae”, afirmó Saade.
Aunque la situación fue muy complicada, Saade afirma que su finca está dividida en tres niveles: tierras bajas, intermedias y altas, lo cual le permitió que durante el fuerte invierno, no perdiera ni un solo animal. “La parte baja se inundó toda; la intermedia, que es donde almacenamos toda el agua que cae para soportar todo el verano, era tal la cantidad de agua, que todo los pastos, árboles y sembrados, estuvieron bajo el agua, lo cual afectó la calidad de la tierra, pero en la parte más alta, mantuvimos el ganado a salvo, para que no se ahogara ni se enfermara”, narró Saade.
Durante las dos fases de La Niña, el Gobierno ayudó a los ganaderos y agricultores, bajándoles el porcentaje de las tasas de interés y en algunos casos, les concedió la refinanciación de la deuda, mientras el clima les permitía seguir adelante con la ganadería.
“A mí se me murió la mitad de la arborización que tenía en la finca. En la primera fase del invierno perdí 20 hectáreas, pero en la segunda etapa, la situación fue peor, porque 40 hectáreas de finca estaban bajo el agua, entonces cuando el agua bajó, tuve que invertir cerca de $200 millones, gracias a un crédito de Finagro, para sembrar 60 hectáreas y hacer las reparacionesnecesariasen la infraestructura de la finca y así intentar salir adelante”, comentó el ganadero de la costa norte del país.
Así se ve la finca de José Saade tras superar la inundación. Foto: Cortesía José Saade.
En los departamentos de Atlántico, Bolívar y Magdalena, la mortandad de reses fue altísima, cerca de 900.000 cabezas de ganado murieron producto del invierno, unas de ellas enfermas, otras desnutridas y en la gran mayoría, ahogadas. “Yo tuve que invertir mucho en silos, forrajes y suplementación para que el hato no disminuyera y mucho menos se me fuera a enfermar”, concluyó Saade.
Estos dos casos en lugares apartados del país son comúnes por los inconvenientes climáticos que han enfrentado, pero estos ganaderos saben que, cada día, los embates de la naturaleza serán más fuertes y si los productores no se preparan para soportarlos, estarán condenados cada año a repetir la historia, que deja deudas, pérdidas y en los peores casos, la pérdida de todas las propiedades y el trabajo de décadas.