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columna

Yo no sé con qué cara nos quieren cobrar más impuestos

por: Carlos Alonso Lucio- 31 de Diciembre 1969

Los políticos deberían de tener un poquitico de vergüenza y dejar de inventarse estupideces para argumentar lo impresentable: una nueva reforma tributaria

Los políticos deberían de tener un poquitico de vergüenza y dejar de inventarse estupideces para argumentar lo impresentable: una nueva reforma tributaria

Me toca comenzar por decir que formo parte de esa cantidad de colombianos que, de verdad, pagamos impuestos. Estoy entre los que pagamos impuestos todos los días -todos pagamos varios IVA todos los días-, entre los que pagamos otros impuestos cada dos meses, hay otros que debemos pagarlos anualmente y hay otros que solemos no contabilizarlos como impuestos pero que nos toca pagarlos, como por ejemplo los seguros obligatorios más las fotomultas más las tecnomecánicas más las visitas inventadas de las empresas de gas, que se las inventan ellos y nos ponen a pagarlas a los usuarios sin que nadie pueda revirar, más lo que nos toca pagarles a los contadores cuyo trabajo consiste en organizarle a uno cómo tiene que pagarle los impuestos a los gobiernos. A los de turno y a los de la nación, los del departamento y los del municipio.

Un día me quejé con un buen amigo y le dije que en este país uno paga impuestos desde que abre el ojo, a lo que me respondió con lujo de rigor:

  • No es cierto, Carlos. Mientras duermes también te ponen a pagar.

También camino, casi todos los días, con mi perro Benjamín por un sendero de los Cerros Orientales de Bogotá. Somos alrededor de cincuenta personas las que nos cruzamos subiendo y bajando desde las seis de la mañana y lo hacemos desde hace varios años. Poco a poco hemos aprendido a querernos a fuerza de saludarnos y de compartir el ejercicio físico, el aire limpio de las mañanas y la sensación de naturaleza, paisaje y vida.

Pero desde hace un tiempo ese ejercicio matutino se ha visto empañado por el fenómeno de la inseguridad que nos tiene contra la pared. Casi sin darnos cuenta fuimos incorporándole al ritual de los saludos la pregunta de cómo está el camino, de para qué trae el celular, de por qué no venir a caminar los sábados y los domingos que es cuando más atracan.

Haciendo uso de cuanto tuvimos a nuestro alcance, logramos plantearle el tema a la Policía y después de muchos ires y venires terminaron mandándonos unos policías para que nos cuiden.

Todos muy contentos porque creímos que la cosa iba a funcionar, hasta que todo comenzó a ponerse incluso chistoso cuando empezamos a reparar en las características del personal que nos dispusieron: todos unos muchachitos y unas niñitas que le da a uno la sensación de que es a nosotros a quienes nos toca cuidarlos. Evidentemente no tienen la más mínima madurez sicológica ni física para cuidar a nadie.

Claro, como padres de familia que somos estamos dispuestos a cuidarlos. Cuando uno tiene hijos siente la inclinación a proteger a todos los muchachos, más aún cuando uno los ve menores que los propios hijos. Además, cómo no protegerlos si uno sabe que los pueden atracar a ellos mientras se mantienen concentrados en sus celulares chateando a diestra y siniestra o frotándose los pelos para que les cuadren bien esos peliquiaditos que están de moda o pintándose los labios con esos coloretes encendidos que las hace ver tan bonitas.

El viernes pasado subí como a eso de las siete y media de la mañana. En un punto como a 600 metros de donde comienza el sendero me pararon los policías y me dijeron:

  • Señor, le recomendamos que no siga subiendo porque acaba de bajar una señora y nos contó que la robaron. Si sigue subiendo es bajo su responsabilidad.

Obviamente me quedé callado. Imagínense qué puede uno decir ante eso.

Lo único que atiné fue a interrumpir mi caminata y a devolverme. Pero mientras bajaba decía:

-¿Quién será el imbécil que manda a esos muchachos?

Si tuviéramos un poquito de dignidad tendríamos que dejar de pagarles impuestos a estos gobiernos de m….

Los políticos deberían de tener un poquitico de vergüenza y dejar de inventarse estupideces para argumentar lo que no tiene ninguna presentación: dizque una nueva reforma tributaria.