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Y llegaron los impuestos

Por - 24 de Octubre 2016

¿Creyeron que la fiesta era gratis? Claro que no. La mermelada para toda la tostada, las “Mesas” abiertas a tantos ávidos de poder y dinero, los “como nunca antes”, los despilfarros, los Ministerios nuevos, las cortinas de lujo, los Gobernadores y Alcaldes gritando por el mismo “Si”, todo eso se paga. Y lo paga el pueblo, va sin decirlo, que es el idiota que paga todas las vagamunderías que se hacen en su nombre.

¿Creyeron que la fiesta era gratis? Claro que no. La mermelada para toda la tostada, las “Mesas” abiertas a tantos ávidos de poder y dinero, los “como nunca antes”, los despilfarros, los Ministerios nuevos, las cortinas de lujo, los Gobernadores y Alcaldes gritando por el mismo “Si”, todo eso se paga. Y lo paga el pueblo, va sin decirlo, que es el idiota que paga todas las vagamunderías que se hacen en su nombre.   De modo que llegaron los impuestos. Se acabó la plata. Se acabaron los ciento y tantos mil millones de dólares que cayeron del cielo en una bonanza petrolera que acaso no vuelva nunca; los treinta y tantos mil millones de dólares de empréstitos nuevos contratados por este Gobierno insensato y derrochón; los billones de pesos de TES lanzados a un mercado feliz con el regalo de intereses altos. Todo eso se acabó. Y llegó el guayabo o la resaca, ese caos que flota en un dolor de cabeza que el juerguista siente entre punzadas de dolor y de rabia con su propia torpeza.   El ministro Cárdenas prometió no agravar la situación de los empresarios, tal vez porque considere suficientes los impuestos que le pagan, más del 70 % de lo que producen. De manera que la emprendió contra la clase media, siempre tan indefensa, siempre tan sumisa, siempre tan callada para sufrir y esperar. De los pobres, que ni se hable. ¿No ve usted que ya salieron de la pobreza para incógnito destino?   Con la muy estimable arenga de universalizar los impuestos, les cayeron a los infelices que ganan mesadas de más de un millón y medio de pesos, con los que ya tienen que buscar colegios privados para los hijos y costearse la seguridad que no les ofrece el Estado y vestir decorosamente para que no los echen del empleo. La retención en la fuente es un procedimiento infalible para quitarle la plata a la gente. Ya lo verán los que perciben aquellos salarios modestísimos que se gravaron.   No se le ocurra ahorrar algo de su esfuerzo. No se le ocurra. Cuando pone su plata en una empresa, ya sabrá que la gravan con impuestos inauditos. Y si queda algo para repartirle dividendos, ahora le quitarán el 10 % de lo que le entreguen. Por punta y punta, como ciertas famosas loterías.   Como los camioneros quedaron tan pacíficos después de la huelga que casi los arruina, era la hora de cargar el precio de la gasolina con impuestos adicionales. ¡Como si tuviera pocos! Siendo ricos, bien podemos pagar combustibles más caros que los que pagan esos pobretones de los Estados Unidos. Acabamos de descubrir que el impuesto al cuatro por mil a las transacciones monetarias es una maravilla. Así que lo seguimos pagando. Aquello de “bancarizar” la economía quedará para nunca. El dinero en efectivo seguirá volando y felices los asaltantes que llamamos, quién sabe por qué, fleteros. La gente seguirá guardando ahorros debajo del colchón y arriesgando la vida en cada transferencia importante que haga o reciba. Todo sea en honor a la mermelada.   Y quedaba el más desigual, inequitativo y retardatario de los impuestos. El de las ventas, por supuesto. El que paga por igual el potentado que no lo nota, y el que ve reducido el mercado de su casa, castigado el pan de sus hijos. Los contrabandistas están de plácemes, claro está. Sus odiados enemigos, los comerciantes formales, quedarán más lejos de su infame competencia. Tres punticos de IVA, son apenas el 20 % de aumento al tributo. No se preocupen. A este país de mulas de carga se le puede poner cualquier peso adicional encima, sin que se noten las peladuras.   De modo que solo faltaba algo para coronar el pastel. Y Santos quiso desquitarse de los cañicultores y los ingenios, poniéndole duro impuesto a las bebidas azucaradas. Sin advertir que le estaba cargando la mano a los millones de colombianos que solo tienen para una gaseosa y un pan, para algo de energía que repare sus fatigados organismos. Los más pobres le quedarán inmensamente agradecidos, presidente.

El hueco fiscal es tan enorme, fueron tan gigantescos el saqueo y el derroche, que toda esta cascada tributaria apenas alcanzará para taparlo un poco. Lo demás será endeudamiento desenfrenado, que pagarán estas generaciones desprevenidas, manipuladas e ingenuas que utilizan para las marchas ciertos descomedidos rectores de universidades de élite.   Llegaron los impuestos. Y no queda un peso para pagar el post conflicto. Esos billones de pesos girados en descubierto quedan pendientes, quizás de otra reforma. De La Calle dirá que eso de la economía no es asunto suyo. Y Cárdenas, que el que pactó sabrá cómo pagar. Mientras tanto, Santos no dirá nada. Con su Premio Nobel basta para la Gloria de Colombia.