En su reunión del pasado 25 de septiembre, la Junta Directiva del Banco de la República redujo la tasa básica de intervención monetaria a 1,75 por ciento.
Cuatro años antes, en octubre de 2016, era seis puntos superiores y se situaba en 7,75 por ciento. La diferencia con otros períodos es que la inflación, al mes de agosto de este año, está en 1,88 por ciento.
Medido por este indicador básico del costo del dinero, la tasa de interés de la política monetaria está muy cerca de ser cero por ciento.
Esto es algo impensable para quienes vivimos el año 1990 cuando la inflación llegó a 32,37 por ciento, la segunda más alta de nuestra historia estadística después de la registrada en 1963 con 32,41 por ciento.
La inflación más baja se registró durante el gobierno de Laureano Gómez con -2,3 por ciento. En tiempos más cercanos hemos tenido inflaciones por debajo del 2 por ciento en el 2009 y 2013.
No sobra recordar que el objetivo de inflación del Emisor es 3 por ciento y que en los meses de mayo, junio, julio y agosto el crecimiento del índice de Precios al Consumidor (IPC) ha tenido registros negativos. Nada de esto es sorprendente dada la coyuntura de crecimiento negativo, alto desempleo y debilidad de la demanda.
El manejo de la política monetaria ha sido el acertado. A inicios de este año, la tasa de intervención se encontraba en 4,25 por ciento. Cuando la cuarentena frenó en seco la economía, la reacción de la autoridad monetaria fue rápida y enérgica.
Desde finales de marzo se han realizado siete rebajas de la tasa. En la última reunión la decisión fue dividida y algunos codirectores consideraron que no era necesaria la disminución adicional de 25 puntos básicos.
La mayoría de los países desarrollados tienen hoy tasas de interés negativas. La tasa de intervención de la Reserva Federal de los Estados Unidos es cero por ciento y según su presidente Jerome Powell, “permanecerán en ese nivel el tiempo que sea necesario”.
Lo mismo sucede con el Banco Central Europeo (BCE). Se siguen acumulando en sus balances activos financieros que han sido adquiridos para impulsar al máximo la expansión monetaria. No sobra recordar que muchos bancos de los países desarrollados hoy cobran por recibir liquidez pues están inundados de recursos.
En una situación tan excepcional, la pregunta que se impone es: ¿qué sigue? La posibilidad del repunte de la inflación no es un escenario probable en los próximos semestres.
Mientras no se confirme la recuperación, los bancos centrales mantendrán una abundante liquidez.
El objetivo será estimular la demanda agregada mediante crédito barato que impulse el consumo y la inversión. Son malos tiempos para los ahorradores y los negocios que se apoyaban en operaciones de tesorería para reforzar sus utilidades.
No hay que olvidar que países como Japón, que llevan décadas con tasas de interés negativas, han experimentado un preocupante estancamiento. El margen de maniobra de la intervención monetaria se reduce al mínimo. Los ojos de concentran en la política fiscal que ahora manda la parada.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda