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columna

Verdad, historia y narrativa

por: - 31 de Diciembre 1969

Le cayó el mundo encima a María Fernanda Cabal por atreverse a “ofender irresponsablemente la memoria histórica”, según la acusación pública de 76 avergonzados colegas politólogos de la Universidad de los Andes, que terminó en linchamiento mediático a través de las redes, a raíz de sus declaraciones sobre el episodio histórico conocido como la “masacre de las bananeras” en 1928.

No niega María Fernanda la ocurrencia del hecho violento, pero con sustento en investigadores serios sostiene, primero: que no fue una masacre, es decir, el asesinato de un grupo de personas en estado de indefensión, sino una confrontación con civiles armados que ya habían protagonizado actos de violencia; y segundo: que la cifra de 3.000 víctimas es un mito que García Márquez convirtió en “dato histórico” en su obra máxima, para luego desmentirlo en una entrevista en 1990.   En este país es castigado cuestionar a García Márquez, también convertido en mito, pero me asombra el reconocimiento de que, en su relato, quería llenar un ferrocarril completo de muertos”, para confesar luego que “Decir que todo aquello sucedió para 3 o 7 muertos, o 17 muertos… no alcanzaba a llenar ni un vagón. Entonces decidí que fueran 3.000 muertos…”, Y concluye con una afirmación algo cínica sobre su responsabilidad en la distorsión de la verdad y la historia: “Es decir, la leyenda llegó a quedar ya establecida como historia”.   Así se escribe la historia, finalmente; a partir de unos hechos que se magnifican o demeritan, y que también se explican, en sus causas y consecuencias, a través del prisma del poder o la influencia de quien los relata. Es la narrativa interesada convertida en “memoria histórica” intocable.   En nuestro país, gran parte de su historia contemporánea ha sido narrada por El Tiempo, un periódico con claros intereses políticos para la época de la huelga bananera, en medio de la arremetida para acabar con la hegemonía conservadora, dentro de la cual cayó como anillo al dedo la magnificación de esos hechos violentos. Fue esa misma narrativa interesada convertida en historia la que, por ejemplo, “villanizó” a Laureano Gómez y al Partido Conservador, endilgándoles toda la responsabilidad de la “violencia política”.   Los ejemplos abundan. Nadie niega el llamado exterminio de la UP, pero el reduccionismo de la narrativa interesada de la izquierda, no solo ha magnificado las cifras, sino que –valga la redundancia– lo redujo a una oscura alianza entre militares y paramilitares, desconociendo el papel de las Farc y de vulgares narcotraficantes, como Rodríguez Gacha. Es innegable que la izquierda ha abusado políticamente de ese hecho histórico.   Durante la violencia narcoterrorista, que aún no termina a pesar del Acuerdo con las Farc, la Fundación Colombia Ganadera logró documentar el asesinato de cerca de 4.000 ganaderos, otro “exterminio” que, sin embargo, nunca recibió publicidad ni estremeció a nadie, como no sea a los ganaderos. ¿Por qué? Porque, una vez más, la narrativa de la izquierda comunista, con el apoyo de los medios y del Gobierno socio de las Farc, ha estigmatizado a los ganaderos como paramilitares y victimarios, ocultando su condición de víctimas.   Hoy este fenómeno de la narrativa interesada convertida en historia adquiere relevancia, cuando la Comisión presidida por el padre De Roux, nieto de Ignacio Rengifo, ministro de Guerra cuando el episodio de las bananeras, comience a establecer “la verdad” que se convertirá en historia oficial de esta época aciaga de la vida nacional.   Frente al innegable sesgo ideológico de muchos de sus miembros es legítimo preguntarse: ¿Cuál verdad se va a encontrar?, ¿qué historia se va a escribir?