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Venezuela: ¿Culto de la personalidad sin freno?

Por Eduardo Mackenzie - 11 de Marzo 2013

Toda comparación de Hugo Chávez con el Libertador Simón Bolívar es abusiva y ridícula. Simón Bolívar emancipó a su patria y a cuatro otras naciones latinoamericanas de España, una potencia mundial del siglo XIX.

Toda comparación de Hugo Chávez con el Libertador Simón Bolívar es abusiva y ridícula. Simón Bolívar emancipó a su patria y a cuatro otras naciones latinoamericanas de España, una potencia mundial del siglo XIX. Chávez, por el contrario, empobreció y encadenó su país, la quinta potencia petrolera del mundo, a una isla en ruinas donde reina una dictadura sangrienta y depredadora. Esa es la obra terrible que deja Hugo Chávez. Por eso su pretendida gloriola no durará. Se derrumbará sin falta a pesar de los esfuerzos desesperados de sus áulicos y herederos por edificar un culto y una nueva religión civil.  

Que no se olvide nunca que el último acto de la tiranía que Hugo Chávez había erigido fue, antes de la muerte de este, reprimir brutalmente a la juventud venezolana que solo pedía que se dijera la verdad sobre la salud del mandatario y que denunciaba, al mismo tiempo, la hegemonía que ejerce Cuba sobre los asuntos internos de Venezuela.

El estudiante Luis Machado, de 26 años, declaró: “Hay una cubanización completa de nuestro país (…). Estamos exigiendo la verdad”. Otro universitario, Villca Fernández, dijo a Globovisión que había más de 10 jóvenes heridos por la represión policial de esos días. En esas jornadas, chavistas exaltados golpearon a cinco periodistas, entre esos a la colombiana Carmena Andrea Rengifo y a su camarógrafo, quienes fueron heridos con palos y piedras en Caracas, en las afueras del Hospital Militar, tras la muerte de Hugo Chávez.

Esas golpizas callejeras son un símbolo: el chavismo siempre vió a la juventud y a la prensa libre como sus principales enemigos. Gracias a ellos el proyecto totalitario de Chávez fue denunciado y este nunca logró seducir a la población toda. Chávez dividió en dos partes antagónicas a su país.  

Las violencias de estas semanas fueron ejercidas a la luz del día. Los detalles de la otra violencia, de la arbitrariedad, torturas y terrorismo, practicados durante los últimos 14 años, en ámbitos obscuros y secretos, en los cuarteles del Sebin y de la Disip, en campos y ciudades, bajo el pretexto de la protección de la producción, o como víctimas de la inseguridad urbana arrolladora, contra los opositores y disidentes, contra patriotas que resisten para que los cubanos saquen sus manos del país, se conocerán más tarde. (Lea: Hugo Chávez murió y con él termina una era en Venezuela

Es el destino fatal de todos los tiranos. Como no son eternos, sus crímenes son develados tarde o temprano, como le ocurrió a Stalin y a Mao, a Hitler y a Mussolini. Ellos creían que lo controlaban todo. Los hermanos Castro correrán la misma suerte. 

Por ahora, los hombres de La Habana y sus comparsas de Caracas, los Maduro, los Cabello, los Villegas, los Jaua, los Aissami, maniobran para tratar de controlar la entronización de ellos mismos en un nuevo Gobierno. Prometen realizar elecciones aunque no quieren correr el menor riesgo ni dejar que los electores, en estos días de emociones encontradas, escojan el camino a seguir.

La oposición está obligada a adoptar una línea clara, pero debe ser realista: las dificultades son enormes. Ella debe obtener la reforma del sistema electoral, si no quiere que la nueva elección presidencial sea una farsa más. Pero no podrá avanzar en esa dirección si se abstiene de consolidar la unidad de toda la oposición, pues esta es diversa y hasta divergente, o si se niega a utilizar el peso de su masa militante, y a apelar a la difusión masiva de la verdad de lo que fue el régimen chavista, o si no se atreve a organizar la desobediencia civil, la huelga y la movilización de los venezolanos, dentro y fuera del país, en caso de que Maduro y consortes nieguen esa reforma y quieran desmantelar la oposición a la fuerza.

Si el sistema electoral no es reformado, los venezolanos no saldrán de la pesadilla institucional actual. Y el gobierno de facto, y su partido socialista, serán quienes decidan quién ganará y en qué proporción la próxima elección presidencial. (Columna: Chávez, el déspota)

¿La transición será pacífica? Es fácil en estos días confundir realidad con deseo. Algunos creen que la muerte de Chávez abre un periodo de concordia nacional. Y que en éste habrá una auténtica transición y no continuidad ni involución. Algunos advierten que todo depende del tono “prudente” que adopte la oposición. Subrayan que esta debe romper con toda tentación de “enfrentamiento civil”. 

Ese diagnóstico podría ser ilusorio. El enfrentamiento civil ya existe y se está agravando. Maduro lo está ahondando. Su lenguaje de guerra civil de estos días no deja duda alguna. Él ha prometido acudir a las peores violencias (recordar su frase sobre el uso de misiles) contra la otra mitad de Venezuela que quiere sacar a su país del abismo en que lo metió el delirante “socialismo del siglo XXI”.  

Maduro quiere hacer de los chavistas sinceros una masa de fanáticos. Los funerales de Chávez están siendo utilizados para atizar las divisiones y ahondar el culto de la personalidad, fenómeno que ya existía cuando el expresidente vivía.

Cada paso del ceremonial de siete días de duelo es una copia del modelo comunista clásico: opacidad total sobre el lugar, la fecha y las causas de la muerte del exjefe de Estado, hagiografías exaltantes, discursos inflamados, acusaciones  contra “el imperio”, desfile “popular”, llanto obligatorio, censura de prensa, embalsamamiento del cadáver, mausoleo grandioso, amenazas contra la oposición y dictadores extranjeros entre los invitados.

Nicolás Maduro parece convencido de que un poder extranjero le “inoculó el cáncer” a Chávez, y que los científicos  probarán eso dentro de poco. Hasta expulsó a un funcionario de la embajada de Estados Unidos.

En 1953, un mes antes de su muerte, Stalin acusó a su médico personal y a una decena de galenos judíos de complotar para matarlo. Estos fueron arrestados y torturados. El antisemitismo soviético aumentó desde entonces. En 1976, cuando Mao murió, su mujer, Jian Qing,  acusó al médico de este, de ser un “agente del imperialismo” y  de haberlo “envenenado”. (Lea: Trasladan restos de Chávez)

Caracas trata de inscribirse en esa turbia tradición bolchevique, que hizo del comunismo una religión secular, y del imperio soviético un Estado universal, al servicio de “la paz y del bien”. Todos los elementos han sido puestos para construir esa nueva religión civil, artificial, con sus mecanismos irracionales indispensables. Quieren hacer del cuerpo de Chávez una reliquia que debe ser preservada en un suntuoso nicho (por ahora en construcción), y venerada “eternamente” por una feligresía inconsolable y volátil.

Se ha decidido preparar el cuerpo del comandante presidente, embalsamarlo para que quede abierto eternamente, para que el pueblo pueda tenerlo allí en su Museo de la Revolución. Para que todo el mundo pueda contemplarlo como a Ho Chi Minh, Lenin y Mao Tse-tung”, proclamó Nicolás Maduro.

En el espíritu de algunos, Chávez ya aparece transfigurado: él saldrá de su tumba para redimir al “pueblo oprimido”. Unos ya lo ven  como “el Cristo de los pobres”. Alfonso Hernández, un empleado público, durante el desfile popular ante la Academia Militar, dijo: “Chávez resucitará como Jesucristo”. Horas antes, el hombre fuerte de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, había lanzado esa misma idea: “Chávez resucitará muy pronto”.

Todo eso tiene que ver, claro, con los arreglos del poder ante el tema candente de la elección presidencial. Pero hay algo más. Esas operaciones de psicología de masas buscan instaurar un chavismo exaltado sin Chávez para descalificar y reprimir a la oposición, reducirla a polvo y avanzar hacia un sistema de partido único. Es la única forma  que tendría Cuba para preservar sin tropiezos sus intereses geopolíticos a largo plazo. La Habana está jugándose el todo por el todo para conservar su injerencia en Venezuela y garantizar sus privilegios actuales, los cuales comienzan con el envío a la isla del tercio de la producción de combustibles que le pertenece al pueblo venezolano.