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Vemos a Afganistán en el ojo ajeno pero no al Talibán que tenemos en el propio

por: Carlos Alonso Lucio- 31 de Diciembre 1969

Tenemos que entender que la democracia colombiana está amenazada por unas economías ilegales tan grandes y peligrosas como las que dieron la victoria a los talibanes

Tenemos que entender que la democracia colombiana está amenazada por unas economías ilegales tan grandes y peligrosas como las que dieron la victoria a los talibanes

Mirar a los talibanes desfilando por las calles de Kabul montados en los carros del ejército gringo constituye una de las escenas más deprimentes de todos los tiempos.

La gran mayoría de las derrotas militares son humillantes, pero esta ha sido, además de humillante, indecorosa. Esta derrota ha sido un desastre de tal magnitud que ninguno de los gobiernos de Estados Unidos que participaron en esa guerra podrá justificar ni uno solo de sus miles de muertos que cayeron, ni uno solo de los miles de millones de dólares que gastaron, ni uno solo de los minutos de los veinte años que perdieron, ni una sola de las apuestas tácticas que se les pulverizaron en medio de esa debacle estratégica.

Lo único que parece haber quedado es la tragedia más infame comenzando por la desolación que captamos en los rostros de esas mujeres sometidas, una vez más, a las barbaridades de esa horda supramachista y asesina.

La verdad, los ciudadanos del mundo entero hemos tenido que detenernos con dolor a ver lo que ocurre en Afganistán. Reparar en la tragedia y el dolor de su población y en la comedia y la indolencia de los poderes del planeta en claro contraste entre lo que son los valores de la gente y los intereses inconfesables que parecen ser lo que más mueve a los Estados.

Desde que los talibanes retomaron el control de las principales ciudades nos han llovidos todo tipo de escritos y de imágenes, de noticias y de comentarios. Hemos recibido análisis que enfatizan sobre el fundamentalismo musulmán de los talibanes o sobre la historia de las guerras que se han librado en esos territorios con diferentes países y en las que siempre han perdido los extranjeros porque dizque siempre han ganado los afganos.

Esta vez queda claro que no fueron los afganos quienes ganaron. Parece, más bien, que fueron ellos los que perdieron frente a la dictadura demencial que se les impone desde una organización criminal. Algo así como si en Colombia hubieran ganado las Farc o los paramilitares.

Y lo menciono como ejemplo porque pienso que es urgente que nos pongamos a aprender lo que la debacle afgana puede enseñarnos a nosotros los colombianos. Bastante falta que nos hace convertir en experiencia propia la tragedia de ese pueblo y los errores garrafales cometidos allí por los mismos que dirigen las estrategias aquí.

Vamos a intentar recoger cinco grandes lecciones que nos deja lo ocurrido en Afganistán.

Lo primero que tenemos que aclararnos es que por encima del fundamentalismo musulmán que tanto se menciona, lo que verdaderamente les dio lugar y ventajas a los talibanes fue la economía ilegal de la heroína sobre la que se soportaron desde el comienzo de la guerra.

Seamos más claros: en Colombia hay 230.000 hectáreas de coca y en Afganistán 230.000 hectáreas de amapola. Así como Colombia se lleva la triste medalla de la cocaína, Afganistán se lleva la de la heroína.

La primera lección que debemos aprender, entonces, es que ya va siendo hora de reconocer que ni Occidente, en su conjunto, ni Estados Unidos, particularmente, han aprendido a enfrentar el problema de las drogas. Sus estrategias llevan años mostrando su escandalosa fatalidad mientras nuestros gobiernos y las dirigencias políticas siguen acatando la tutoría absoluta de las agencias gringas en materia de seguridad nacional. Seguimos adoptando recetas viejas y derrotadas.

Antes la seguridad nacional se miraba como que unos maestros gringos tenían que venir a adiestrar a unos bobitos colombianos que no sabían cómo era la cosa. Ya es hora de aceptar que lo que parece haber ocurrido en la realidad es que unos bobazos gringos han venido a enseñarles a unos bobazos colombianos una cosa que nunca han entendido ni los unos ni los otros.

Es hora de que nos sentemos a repensar nuestra seguridad y a rescatar un cierto sentido de la dignidad nacional en cuanto a reivindicar nuestra voz y nuestro pensamiento frente lo que tiene que ver con nuestra realidad y con nuestro destino. No podemos seguir aceptando el cuento de que los de afuera saben más de nosotros que nosotros mismos, entre otras cosas porque no es cierto. Es increíble, pero esto que parece ser tan lógico y tan elemental ha sido absolutamente imposible de practicar en nuestro país. Aquí los generales no llegan a generales por pensar como ellos sino por pensar como los de afuera, así para sus adentros sepan que están equivocados.

La segunda y grande lección que nos queda consiste en comprender que ya no se trata de enfrentar a unas organizaciones criminales como si fueran los clásicos carteles sino de afrontar, con otra mentalidad y otra estrategia, la magnitud enorme de las actuales economías ilegales.

¿En qué consiste la diferencia?

En que los carteles han sido organizaciones dedicadas a conseguir dinero soportadas, básicamente, en su capacidad de ejercer la violencia y en su capacidad de corromper a quien tengan que corromper, mientras que las economías ilegales se soportan fundamentalmente sobre bases y fuerzas sociales que se dinamizan a través de sus negocios ilegales.

Me explico mejor: las economías ilegales son mucho más que los negocios ilegales. Los unos funcionan con base en organizaciones ilegales y las otras con base en fuerzas sociales reales y amplias. Todo esto conduce a un problema mayor que se explica en que la Historia nos demuestra que siempre las fuerzas sociales han terminado por buscar una expresión política sobre todo cuando provienen de lo ilegal y si van alcanzando niveles de riqueza y dinamismo económicos.

Lo que quiere decir que no podemos seguir equivocándonos al creer que quienes derrotaron a los gringos en Afganistán fueron un grupo de extremistas religiosos que embobaron a un pueblo ignorante. Quienes efectivamente ganaron fueron los dictadores violentos y pragmáticos de una enorme economía ilegal. Fueron los equivalentes a los “Guachos” y a las “disidencias” de aquí.

Para no ir más lejos, lo que tenemos que entender es que la democracia colombiana también está amenazada estratégicamente por unas economías ilegales tan grandes y tan peligrosas como las que les dieron la victoria a los talibanes. Que nadie se equivoque: si no ponemos al frente de este problema a gente seria y con carácter corremos el riesgo de tener que padecer aquí las imágenes de los talibanes criollos entrando a dominar capitales de regiones enteras de Colombia.

Una tercera y preocupante lección radica en que los estrategas gringos se equivocaron en escoger como aliados afganos a los políticos más corruptos y alejados de la gente. Esos gobernantes que instalaron no tenían la más mínima legitimidad porque la gente los percibía como corruptos y dedicados a sus negocios y no a la solución de los problemas de su nación. Qué más prueba se quiere del nivel de corrupción cobarde que los corroía que la huida veloz y desvergonzada del presidente del país.

Esta tercera es una lección muy pertinente para los colombianos, si queremos salvarnos porque, en materia de corrupción, si en Afganistán llueve por acá no escampa.

Para todos es sabido que en Colombia una de las ventajas estratégicas que ostentan las fuerzas del crimen consiste precisamente en la capacidad de corrupción y soborno que ejercen a todos los niveles de la justicia, la política y la fuerza pública en las regiones de su influencia directa y a nivel nacional. Y ni qué decir del desbordado grado de corrupción, a todo nivel, del Estado y la política en Colombia, al margen de la corrupción que han estimulado las organizaciones criminales.

Una cuarta enseñanza que debemos tomar se trata del perjuicio gravísimo que causó la cada vez más enconada polarización política que se vive al interior de Estados Unidos. La cosa llegó a tal extremo que a veces parecía que entre republicanos y demócratas o entre trumpistas y antitrumpistas se odiaban aún más que lo que sentían de hostilidad contra los talibanes. La polarización extrema les impidió alcanzar los grados mínimos de unidad nacional y sosiego político que se requieren para crear una estrategia medianamente razonable.

Esta enseñanza también nos resulta absolutamente pertinente en la medida en que si hablamos de polarización e irracionalidad política y vemos que en Estados Unidos ha estado lloviendo, tenemos que aceptar también que en Colombia no parece que estemos próximos a que escampe.

Aquí hemos visto que el odio que se tienen unos políticos contra otros es tan grande que han llegado a aliarse hasta con el diablo con tal de hacerle daño a su odiado contradictor.

Y la quinta lección que debemos aprender consiste en que Estados Unidos no apreció en su justa dimensión el problema que le significó el apoyo y la complicidad que les ofreció Pakistán a los talibanes.

Desde el principio el gobierno de Pakistán abrió sus puertas para que los talibanes utilizaran su territorio como retaguardia y como santuario adonde podían disfrutar de tranquilidad e impunidad.

La operación en la que dieron de baja a Osama Bin Laden en Pakistán fue absolutamente excepcional.

Basta entender los abecés mínimos de una guerra para saber la importancia que tiene contar con una retaguardia y el daño incalculable que un país le hace a otro cuando acepta ofrecer su territorio para que una organización ilegal lo aproveche.

Tan grave como que Pakistán le sirvió tanto a los talibanes como el gobierno de Venezuela les está sirviendo a todo tipo de grupos ilegales que operan en Colombia con el solo propósito de hacernos daño. En Venezuela basta que alguien demuestre que le hace algún daño al gobierno de Colombia para que le abran un puesto de honor en la mesa de Maduro.

Es urgente que llegue alguien al gobierno que supere los niveles de inmadurez e impericia con que se ha manejado el enfrentamiento que tenemos con Maduro y que comprenda en su justa dimensión la invasión del crimen que nos mandan desde Venezuela.

En fin, por favor, por lo menos aprendamos lo que necesitamos para que Colombia no sucumba en manos del crimen, así intenten vestirlo de política y de ideología.

Si nos pusiéramos juiciosos, al margen de la insultadera y la algarabía, y nos sentáramos a hacer un balance estratégico riguroso y desapasionado del conflicto colombiano, tendríamos que llegar a la preocupante conclusión de que nuestra democracia lleva ocho años perdiendo terreno. Nadie puede negar que las economías ilegales crecen todos los días y a un ritmo mayor que el de nuestras economías legales. Así como tampoco se puede negar que los brazos armados de las economías ilegales han crecido exponencialmente en presencia y control territoriales tanto en regiones rurales como en zonas incrustadas en el corazón de nuestras grandes ciudades.

Si no somos capaces de replantear nuestra estrategia y si no salimos de la crisis de pensamiento que afecta nuestra seguridad nacional, corremos el riesgo de tener que salir huyendo de la dictadura que pueden terminar imponiéndonos los talibanes criollos tal como hemos tenido que ver al pueblo afgano pidiendo a gritos que los reciban como refugiados a donde sea.

No estaría de más que los candidatos nos contaran qué piensan de estos temas.

Adenda de gratitud y dolor. Los colombianos perdimos esta semana a un grande del periodismo. En mi familia hemos sentido mucho dolor por la partida de Javier Ayala. Javier fue amigo de mi padre desde hace 62 años y desde entonces todas las generaciones lo hemos querido y admirado.

A Carmen, a sus hijos y a sus familiares y amigos, nuestro mejor abrazo.