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columna

“Uribe encadenado”

por: José Félix Lafaurie Rivera- 31 de Diciembre 1969

En la tragedia griega, Prometeo decide ayudarles a los mortales; les enseña los números, los oficios y, la mayor osadía, roba el fuego del Olimpo en una caña encendida para regalárselo a los humanos, sumidos en la oscuridad y el abandono. Por designios de Zeus y su caterva de dioses mezquinos, es encadenado a un risco y paga con su libertad por ello.

En la tragedia griega, Prometeo decide ayudarles a los mortales; les enseña los números, los oficios y, la mayor osadía, roba el fuego del Olimpo en una caña encendida para regalárselo a los humanos, sumidos en la oscuridad y el abandono. Por designios de Zeus y su caterva de dioses mezquinos, es encadenado a un risco y paga con su libertad por ello.

Colombia 2002: un país sumido en la oscuridad del terror y la violencia, con ¡más de 2.000 secuestros al año!; acorralado en las ciudades y el campo asolado por guerrillas y toda suerte de bandidos, hermanados por el narcotráfico que nos avergüenza ante el mundo y espanta la inversión, el empleo y el bienestar. Un país desorientado, inviable.

Así lo recibe Álvaro Uribe, quien nos vuelve a enseñar -lo habíamos olvidado- que la seguridad es “democrática”, un derecho de todos, un bien público esencial que garantiza la libertad y la vida. Saca entonces a los soldados de sus cuarteles, retoma de su antecesor el fortalecimiento de la Fuerza Pública y, desde una posición de “fuerza legítima”, ofrece negociación, que unos aceptan y se desmovilizan, mientras las guerrillas arrogantes, que la rechazan, son disminuidas y rechazadas por la sociedad. Los cultivos ilícitos caen a un mínimo, el país despierta, el campo reverdece, la inflación cede, la inversión regresa y el empleo repunta.

Lo que sucedió a partir de 2010 el país lo sabe, aunque parece olvidarlo. Se abandonó la seguridad para negociar con unos pocos asesinos derrotados, secuestradores, narcoterroristas y abusadores de niños. Se firmó un acuerdo que violentó la democracia y revolvió las instituciones, la justicia incluida, con la fuerza de una Constituyente, que hoy tanto asusta, pero dictada entonces por las exigencias de las Farc, a su vez dictadas desde Cuba, Venezuela y el Foro de Sao Paulo. Hoy, con 200.000 hectáreas de coca, estamos peor que en 2002…, aunque tengamos Nobel.

Esa caterva de quienes se pretenden dioses para sojuzgarnos con un sistema que brilla por su fracaso en el vecindario; disfrazados como aquellos de la antigüedad, pero hoy de demócratas, aliados con quienes posan de serlo, pero no tienen reparos en hacerle el juego a la amenaza que se cierne sobre el país para satisfacer sus intereses; esas fuerzas oscuras llevan años tratando de encadenar al Prometeo que nos devolvió el fuego de la libertad, la confianza que brinda la seguridad, y la esperanza de ser un país digno y sin narcotráfico.

La decisión de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema ha logrado privar de la libertad a Álvaro Uribe, pero no logrará encadenarlo para siempre al risco del abandono, porque Uribe no está solo, lo respaldan millones de colombianos, los ganaderos entre ellos, agradecidos porque nos devolvió la posibilidad de existir como sector económico, cuando nos asesinaban y secuestraban por miles, los mismos que hoy están en el Congreso, mientras él es privado de su libertad.

Como en el mito, hay interesados en que nunca la recupere. Para los defensores del Acuerdo de Santos con las Farc, que medio país rechazó, mandar a la cárcel al expresidente es una especie de “revancha” por su derrota en el plebiscito y de “legitimación” de su golpe a la democracia. Son los mismos que hoy, con ladina intencionalidad, le ofrecen la JEP como alternativa. Se equivocan; Uribe no necesita la impunidad de la JEP, porque es inocente y porque jamás legitimaría esa justicia a la medida de las Farc.

Álvaro Uribe no está solo; media Colombia lo acompaña y, sobre todo, lo acompaña su inocencia.