Que la ganadería “le quita” tierra a la agricultura, es un viejo estereotipo esgrimido por sus enemigos gratuitos de siempre, pero preocupante cuando esas posiciones sesgadas permean la política pública, como sucede en el Plan de Desarrollo del Magdalena, en el que se declara que la “verdadera vocación” de la tierra magdalenense es agrícola y, en consecuencia, se plantea una visión “antiganadera” que me motivó a escribirle una carta al gobernador, respetuosa pero vertical, en defensa de la ganadería.
Mi primera observación fue recordarle que “no puede decirles a los más de 16.000 ganaderos magdalenenses que su actividad productiva, de la que derivan su sustento, la que han heredado por generaciones y con la que aportan al desarrollo regional, es “una equivocación”.
Pero, ¿de dónde sale esa convicción de que la tierra del Magdalena solo sirve para agricultura; de que esa es su “verdadera vocación?” De unos mapas de la UPRA (2018) que, observando con más detalle, fueron elaborados en 2017, con información de 2013, de dos fuentes diferentes: El mapa nacional de vocación de uso de la tierra, del IGAC, y el mapa nacional de cobertura de la tierra, del IDEAM. Pues bien, a partir de este “Frankestein” se concluye que la ganadería magdalenense “debía usar únicamente el 9,2 % del suelo y ocupa hoy el 51,2% , mientras la agricultura, que debería ocupar el 50,8 %, ocupa únicamente el 9,0 %...”.
Seamos claros. Si hay más tierra ocupada en ganadería, no solo en el Magdalena sino en todo el país, no es porque se la hayamos “quitado” a la agricultura. No nos digamos mentiras. Si esto sucede, como en efecto sucede, es porque la política pública no ha generado condiciones de competitividad ni de mercado para que sea de otra manera; porque no hay carreteras, riego, asistencia técnica, crédito, seguro de cosechas y, sobre todo, porque no hay mercados.
Como le aseguré al gobernador Caicedo, si los ganaderos, a pesar del apego a su actividad, encontraran un renglón agrícola más rentable, apoyo para diversificación y mercados favorables, cambiarían de actividad y habría más tierra agrícola. Pero no es así, y entonces se promueve el cuento de unos ganaderos ociosos que sueltan unas vacas en un potrero, en lugar de sembrar comida, como si la carne y la leche no fueran fundamentos de la dieta de los colombianos.
En Magdalena, el Censo Nacional Agropecuario encontró 205.599 hectáreas “sembradas”, 537.308 “con pastos” y ¡621.548! “con rastrojos”, y resulta que, para las estadísticas, todo aquello que no está sembrado, que no es “agrícola”, se considera ganadero por defecto, hasta pastizales abandonados, malezas y rastrojos, de los cuales le adjudican a la ganadería más de ocho millones de hectáreas en todo el país.
Es cierto, hay más ganadería, también porque, desde la internacionalización de los noventa, las importaciones convirtieron en ganaderos a los algodoneros del Cesar y Córdoba, y mucho antes a los cultivadores de trigo y cebada del altiplano. La ganadería ha sido tabla de salvación de agricultores quebrados, y no una actividad “ociosa” que le roba tierra a la agricultura, porque un buen ganadero es, ante todo, un agricultor que genera empleo y valor agregado con una actividad noble, legítima y “originaria” en la historia de la humanidad.
N.B. 1. Réquiem por la fiesta brava. Soy taurófilo, pero hoy solo pienso en los miles de empleos que se perderán.
N.B. 2. Cuando se han sufrido de cerca las desgracias del narcotráfico es cuando más autoridad se tiene para combatirlo. Lo de Martha Lucía Ramírez es dignidad; lo de Petro una canallada oportunista.