Pasó desapercibido el excelente informe publicado por la sección económica de El Tiempo, el pasado 14 de marzo, sobre el comportamiento del sector agropecuario. Al igual que sucede con el comercio exterior y la industria, las cifras son un desastre, pues confirman que la política sectorial también ha fracasado estruendosamente.
“Sin incluir el café, los productos agrícolas rindieron tanto como la golpeada minería: 0,6 %”, afirma el artículo mencionado. Es similar al comportamiento de la industria, en la cual Reficar distorsiona los resultados y permite al gobierno sacar pecho, mientras, en realidad, la mayoría de los subsectores tienen comportamientos negativos. Al revisar las cifras de los cultivos de corto plazo, que son fundamentales en la canasta familiar, las estadísticas muestran un panorama desolador: solo el arroz aumenta su área sembrada.
Hay caídas muy significativas en maíz (-21 %), sorgo (-39 %), cebada (-34 %), trigo (-28 %), el subgrupo de oleaginosas (-9,3 %), y los demás cultivos, que incluyen productos como papa, fríjol y hortalizas (-4,3 %). En toneladas de producción caen todos los productos, excepto arroz y maní.
Claro que el café siempre ha sido importante en la agricultura colombiana y su expansión del 15,6 % explican más de la mitad del crecimiento del PIB agropecuario. Esto sin contar el efecto que tendría ‘El Niño’ durante el último trimestre del 2015 y el primero de este año, y que podría significar una caída de más de un millón de sacos en la producción anual.
En el sector pecuario los resultados no son malos en aves, pollo, huevo y porcinos con crecimientos alrededor del 5 %, pero, en cambio, el sector bovino tiene un lánguido aumento del 0,9 %.Persiste, entonces, el mal desempeño del sector ganadero, muy afectado por el largo verano, la falta de pastos y la creciente inseguridad en el campo.
Este balance es bien flojo si se tiene en cuenta que el sector ha sido privilegiado por el presupuesto. Producto del amargo recuerdo que tiene el Gobierno del paro agropecuario, los programas de subsidios fueron reforzados y el Ministerio ha sido consentido y protegido frente a la mal llamada ‘austeridad inteligente’.
Pero el problema no es solo de subsidios, también es de políticas. El gobierno bogotano actual sabe muy poco del campo y cree que el acuerdo de paz redimirá todos sus males.
Poco se entiende de la especificidad de las temáticas productivas y de las distorsiones en la comercialización. Los ministros que han ocupado la cartera no han brillado. Su papel se limita a evitar que vuelva a consolidarse un movimiento de huelga como el vivido en el primer mandato, y que todavía persigue en pesadillas al jefe del Estado, quien no ha podido superar su desafortunada frase –luego de un corto recorrido en helicóptero– “el tal paro agrícola no existe”, la cual produjo una dura reacción de los sectores agropecuarios.
El campo colombiano es un olvidado de la política económica, porque lo rural es para este Gobierno solo el escenario de su política de paz. La suerte de sus habitantes es vista detrás del prisma del proceso de La Habana. Mientras tanto, tendremos que seguir importando caro los productos que podríamos producir, y asumiendo una mayor inflación, derivada de la baja productividad del campo.