Este 20 de enero se produce uno de los cambios políticos más importantes en la historia de los Estados Unidos, indudablemente este relevo del mando producirá consecuencias en todo el mundo y América Latina no será la excepción. No puede haber un mayor contraste entre lo que fue el Gobierno de Barack Obama con los anunciados cambios de Donald Trump. Históricamente, Estados Unidos ha desarrollado su geopolítica básicamente entre dos corrientes, el aislacionismo y el intervencionismo, con ciertos matices. La primera, el aislacionismo, originado desde el establecimiento de las 13 colonias producto de una filosofía de libertad religiosa, donde los Padres Peregrinos huyeron de las Guerras Religiosas de Europa con la intención de cortar todo lazo con el viejo continente. Posteriormente, este espíritu aislacionista se vio resaltado con el concepto de la Nación Estadounidense que concibieron los independentistas liberales como George Washington y Thomas Paine, quienes acentuaron la idea de que Estados Unidos solo intervendría en el escenario mundial cuando sus intereses se vieran seria y directamente afectados. Esta posición de unos Estados Unidos alejado de los asuntos mundiales, se vio alterada desde que la nación americana se convirtió en una potencia de primera categoría a finales del siglo XIX, cuando además se produjeron intervenciones como la Guerra contra España en 1898 y la anexión de Filipinas. Posteriormente el aislacionismo sería retomado en la etapa de entre guerras mundiales del siglo XX, bajo la premisa de “América First”. No obstante, debido a su condición de principal potencia mundial durante la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos tomó un papel de diplomacia activa que en ocasiones le concedió el rol de policía y árbitro mundial de los conflictos como en el caso de la intervención en Yugoslavia en coalición con la OTAN y diferentes invasiones a países, siendo esta la segunda corriente en su política exterior. Las políticas exteriores del Gobierno de Barack Obama se sitúan en el lado aislacionista. Dicha política tuvo el objetivo principal de garantizar la salida de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, la búsqueda de una mejor relación con el mundo árabe y el replanteamiento de la guerra antiterrorista. Con respecto a América Latina, se encaminó en una política de no intervención, marcada por un énfasis multilateralista. Las consecuencias para Estados Unidos y para el mundo, de esta política “aislacionista” de Obama, deja un sin sabor en muchos frentes porque le impidió reaccionar ante graves amenazas reales y fue interpretada como una debilidad geoestratégica por potencias como Rusia y China, quien en el primero de los casos se atrevió a invadir Ucrania anexionándose la península de Crimea y a determinar la resolución de los hechos en Siria con su consecuente resultado. Putin aprovechó la vacilante actitud de Obama en el mundo y realizó movimientos estratégicos que hubieran sido impensables frente a un gobierno de mano dura en Estados Unidos como el de George Bush. Para América Latina esta política de permisividad de Obama ha sido nefasta. La ausencia de un factor activo de la diplomacia estadounidense en la región permitió la continuación de crueles dictaduras como la de Venezuela y Cuba. Para el caso de esta última, la política de Obama cruzó la barrera del aislacionismo otorgándole concesiones al régimen cubano sin recibir nada a cambio y sin garantizar una verdadera apertura democrática para la isla. En el caso de Colombia, la diplomacia nociva de Obama apoyó sin restricciones el controvertido proceso de paz, donde incluso se llevó a cabo una reunión entre su Secretario de Estado John Kerry con los líderes terroristas de las Farc, lo cual hubiera sido lo mismo que sí se hubiera reunido con líderes de Al-Qaeda o del llamado Estado Islámico. Pasada esta etapa, Estados Unidos recibe a Donald Trump en el poder. Sea cual sea el análisis que se haga sobre Trump, un punto en común para todos, es que dicho gobierno representará un gran cambio pese a las certezas e incertidumbres que pueda haber. Puede decirse que la política exterior de Trump se enmarcará más en el aislacionismo, pero en un aislacionismo no tradicional para Estados Unidos, como se evidencia con sus críticas a la OTAN y su apoyo al BREXIT. Sus discursos enfatizados en la frase de “Una América grande de nuevo” dejan entrever una política exterior basada eminentemente en los intereses estratégicos de Estados Unidos, al mejor estilo de Washington, Paine y los Padres Peregrinos. Pero por otro lado, los discursos de Trump parecieran pronosticar una política exterior activa en algunos escenarios como la guerra contra el Estado Islámico y posturas críticas sin cortapisas contra algunos regímenes dictatoriales como los de Cuba y Venezuela, prometiendo mano dura contra estos, lo cual es una buena noticia para toda la región y ojalá que dichas posturas se traduzcan en presiones efectivas a dichos regímenes, dentro del marco legal. Con respecto a Colombia, seguramente Trump y sus asesores no verán con buenos ojos la política interna de Santos y su “proceso de paz” con su marcada impunidad. Sea cual sea su política exterior sabemos que representará un cambio radical para el mundo y para la tradicional política exterior estadounidense.