Las Farc mataron el proceso de paz. Este ya estaba moribundo antes del secuestro del general Alzate y de los asesinatos de indígenas en el Cauca, del secuestro de soldados en Arauca y del cobarde ataque contra la isla de Gorgona. Con esas atrocidades, Timochenko le dio el puntillazo a las negociaciones en La Habana, con las cuales el estaba logrando destruir los equilibrios del país. Sin los colombianos no puede haber proceso de paz en Colombia. Timochenko lo cree pero ese no es su único error. Muy pocos pueden fincar ahora sus esperanzas de paz en pactos secretos con monstruos capaces de tanta violencia y de tanto cinismo.
Ese puntillazo de Timochenko al proceso de paz resulta de un cambio de línea de las Farc. Les dio, súbitamente, por arreciar los golpes a la población civil y por secuestrar militares para llevar más rápidamente a Juan Manuel Santos a que decrete, en diciembre próximo, el siniestro cese al fuego bilateral, el último eslabón para lograr la derrota de Colombia. El gran problema es saber quien dio la orden de ese cambio de línea, de esa aceleración desesperada. ¿De Cuba? ¿De Caracas? ¿Qué papel juega en todo esto la nueva línea agresiva de Putin de extender su presencia militar en nuestro continente, lo que incluye patrullajes aéreos en el Caribe y hasta en el golfo de México?
El país recibió con alivio la decisión de Santos de suspender las negociaciones en La Habana tras el secuestro del general Alzate. Esa opinión había alcanzado niveles altos de escepticismo sobre el proceso de paz, en todos los sondeos anteriores a ese hecho. Timochenko esperaba que tal crimen fuera tomado por los colombianos y por las Fuerzas Armadas con la mayor indiferencia. Se equivocó. Santos tuvo que suspender la farsa de Cuba so pena de quebrar definitivamente la represa que contiene desde hace más de 2 años la ira militar, y la cólera popular, tan real y creciente desde que comenzaron las capitulaciones en La Habana.
Dominadas por sus propios demonios, por sus falsos análisis de la realidad, por el ego desmesurado de Timochenko, las Farc acabaron de hundir ese extraño barco que llaman “negociación de paz”, como en las ocasiones anteriores. Y con ese puntillazo, descolocaron definitivamente al mismo Juan Manuel Santos, quien contaba con el tinglado de La Habana para justificar no solo su reelección sino su continuidad como mandatario.
Aunque las Farc liberen mañana al general Alzate, el proceso de La Habana no dejará de ser lo que es ahora: un enfermo en fase terminal. Santos y Timochenko podrán continuar esos conciliábulos, y lanzar discursos increíbles y predicar en el desierto. Pero no conseguirán darle vida a un proceso desmonetizado. Este seguirá dando unos pasos, quizás, como un pato sin cabeza, hasta derrumbarse sin vida. Pues las mayorías del país se dieron cuenta de la impostura que ese proceso encierra.
El desprestigio de Santos es enorme. Santos rompió el pacto colombiano de existía desde hace 200 años: construir un país soberano, moderno y libre; construir un Estado de Derecho. Santos dejó prosperar el enemigo interior y ahora cede en toda la línea ante ese monstruo cebado. Y pretende llamar a todo eso “proceso de paz”.
Su objetivo es arrimar a Colombia al entramado internacional del “bolivarismo”, del castrismo más abyecto. Santos pacta con dictaduras extranjeras que llevaron sus respectivos países a la miseria y a la postración moral.
Nunca antes nadie vió un presidente como él: empeñado en fomentar el odio de la nación contra sí misma, el odio de su pasado y de su presente. Santos anuncia que Colombia está muy cerca de alcanzar “la segunda independencia”, fórmula de guerra del castrismo de los años 70. Al hablar así, Santos exhibe su ideología nefasta: llevar a su país al derrumbe colectivo, para sacar de las cenizas una “Colombia nueva”, con nuevos y demoniacos padrinos.
Comienza por eso a cundir en las redes sociales (cada vez más vigiladas) toda suerte de informes y de llamados sobre las andanzas del poder. Hasta elementos de la gran prensa se están apartando del proyecto de Santos. Y la respuesta del poder es enviarlos ante la Fiscalía. Millones de personas quieren saber cómo poner fin a la pesadilla Santos. Los unos ven una salida en manifestaciones combativas y de carácter constituyente, tipo Maidán o de la plaza Tahir. Otros examinan qué vía legal para separarlo del poder, apelando a la Cámara de Representantes y al Senado (artículo 174 de la Constitución vigente). Otros piden un golpe militar. Otros un golpe de Estado, de militares con fuerte respaldo civil, como en 1953. Puede haber en todo ello mucho de irracionalidad y desespero. Colombia está llegando, en todo caso, a un punto de exasperación que nunca antes había existido.
Ese era el contexto que existía la víspera del secuestro del general Alzate. Ese crimen no hizo sino profundizar y ampliar la cólera popular. La situación es peor ahora. ¿Alguien utilizó a ese gran militar, el General Alzate, para disipar la crisis que se viene encima? ¿Cuál fue el papel del presidente Santos en esto? No lo sabemos. ¿Lo sabremos algún día? Las Farc, en todo caso, han creado esta situación y fueron muy lejos. ¿Qué horrible plan están preparando ahora para ahondar la quiebra institucional? Lo que pueda ocurrir en las próximas semanas será de su entera responsabilidad.