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Terrorismo en las ciudades

Por - 20 de Junio 2016

Mientras más chapalea más se atolla el presidente en torno a la amenaza que por su indigno conducto nos lanzaron las Farc a los colombianos. Las cosas son más claras que el agua y así de claras cabe entenderlas.

Mientras más chapalea más se atolla el Presidente en torno a la amenaza que por su indigno conducto nos lanzaron las Farc a los colombianos. Las cosas son más claras que el agua y así de claras cabe entenderlas.   El presidente insiste en llamar guerra al terrorismo. Las Farc nunca fueron Ejército de nadie, ni representaron a nadie, ni significaron nada distinto a lo que son, un grupo de bandidos, soberbiamente enriquecido por la cocaína desde hace más de 30 años. Estuvieron derrotados estos canallas y Santos los recuperó en su afán de hacer una paz mentirosa sobre una guerra inexistente. Sin saber, o sabiéndolo, que en el fondo de la escena su hermano Enriquito jugaba el partido para ver realizados sus sueños juveniles de armar una patria comunista.   Por eso nos ha traído con el cuento de la guerra. Para armar su paz, muy a su manera y a la manera castro chavista. Para entregarle la Nación a un puñado de aventureros y maleantes.   En ese afán ha llegado muy lejos. Contando con una despreciable casta política enriquecida con el erario público, ha montado sus famosos diálogos y ha ofrecido unos acuerdos que la gente detesta, desprecia, abomina. Y no sabe qué hacer para cambiar los sentimientos espontáneos y firmes del pueblo frente a esa patraña.   Santos armó a las Farc, las enriqueció, las empujó a que dominaran por el terror vastas zonas del país, les prometió impunidad total, elegibilidad para todos los cargos públicos, Congreso incluido, conservación de sus armas y desde luego, como no, plenas garantías para que mantuvieran lo que más puede gustarles, el negocio de la cocaína. Desmoralizó el Ejército, envileció sus mandos, arruinó moralmente la Policía, corrompió la justicia y destruyó lo que podía valer del Parlamento como institución democrática. Cree tenerlo todo. Pero no tiene nada.   Ya los congresistas que corrompió le dieron poderes dictatoriales. Ya la Justicia que comprometió tiene en la cárcel y amenazada la oposición. Ya los mandos del Ejército que envileció se le muestran obsecuentes y dóciles. Pero no tiene al pueblo. Se sabe despreciado y agobiado por la ira popular. No puede ir a parte alguna donde no lo reciba la rechifla humillante. Y sabe que en cualquiera forma de expresión democrática será apabullado. Y está enloquecido. Promete, jura, perora y nada. Cada día le va peor. Así que acudió al último recurso: la amenaza.   Para su campaña terrorista, que viene de lejos y va para más lejos, escogió como plataforma de lanzamiento la más solemne y delicada que pudo encontrar. Una reunión con inversionistas y banqueros de muchos países y con políticos en uso de regular retiro. Ese fue el Foro Económico Mundial, desde donde advirtió solemne que le aprobamos el plebiscito o las Farc traen su guerra a las ciudades. Que tiene sobre el tema amplísima y contundente información. Plebiscito o guerra. Y guerra en las ciudades que es más demoledora. Ustedes escojan.   Cualquiera entiende que las Farc no vendrán de camuflado y con fusil en bandolera a las ciudades. Está claro que no harán desfiles con la “guerrillerada” descubierta y que no intentarán tomarse partes de las ciudades o ciudades enteras, como en Siria. No. Todos sabemos lo que es “la guerra urbana en las ciudades” pleonasmo muy de su talento y formación humanística. La “guerra urbana en las ciudades” es la bomba, el asesinato a mansalva, la extorsión, el secuestro. No la sabemos de memoria. Pablo Escobar fue uno de esos guerreros premonitorios y las Farc ya hicieron lo suyo con la misma técnica y alcance.   Sacadas las cuentas en claro, de lo que nos advierten es del terrorismo puro, mondo y lirondo. Esos son los negociadores de La Habana, porque nunca fueron más. Y es con sus ejecutores con los que Juanpa va a profundizar la democracia colombiana. Con los que nos hacen saber que o votamos por su plebiscito, por una constitución redactada a su manera, o nos asesina en las calles, nos vuela en los clubes y centros comerciales, nos acribilla a tiros. De modo que escojan, con toda libertad, claro.   O aprobamos el plebiscito con impunidad total; o aprobamos los 50 lugares de ubicación donde manden a su antojo con armas en la mano; o aprobamos que vengan al Congreso sin votos; o aprobamos que su cómplice, Santos, como dictador nos convierta en la nueva patria del comunismo; o aceptamos que muera la propiedad privada en los campos; o aceptamos desterrar la inversión capitalista de Colombia; o aceptamos su negocito de la cocaína; o aceptamos el Tribunal que los absolverá para condenar a sus enemigos; o aceptamos una Constitución que solo ellos podrán cambiar,  o viene la guerra a las ciudades. Es decir, o aceptamos el plebiscito o nos asesinan. Muy oportuno y sincero, Juanpa. Gracias.