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columna

Tecnocracia y Populismo

por: Luis León- 31 de Diciembre 1969

He enviado a la editorial mi artículo y sigo sorprendido por la enorme confusión y la paradójica diferencia que supone una conjunción (y), la disyunción (o) y hasta el versus (vs) entre estas dos palabras.

Y, finalmente, entendí que no eran caprichos gramaticales y que las tres diferencias eran expresiones lingüísticas que llenaban de contenido un análisis político de los dos significados.

El reciente artículo de Oscar Cubillos, “El nuevo populismo”, me sorprendió, y no porque no estuviera lleno de razón sino por lo de “nuevo”.

Me llegó, hace unos días, a mi WhatsApp, una frase de Antonio Gramsci, padre espiritual del nuevo marxismo y de la “hegemonía cultural”, que decía lo siguiente:

“La única forma que tenemos para hacernos con el poder, como comunistas, no es lo que hizo Marx. Nosotros debemos infiltrarnos en la sociedad, infiltrarnos en la Iglesia, infiltrarnos en la comunidad educativa, lentamente, e ir transformando y ridiculizando las tradiciones que se han sostenido históricamente, a fin de ir destruyéndolas y formando la sociedad que nosotros queremos.”

Permítanme que también mencione la “Escuela de Fráncfort”, porque aunque resulte pretensiosamente academicista, ese grupo de filósofos e intelectuales (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Walter Benjamin, Erich Fromm, Jürgen Habermas, etc.), a principios del siglo pasado, quisieron resignificar un nuevo marxismo que creían que Marx no había visto o predicho.

Al final, lo que este “viejo” populismo esgrimía con la “hegemonía cultural” de Gramsci o la nueva “acción comunicativa” de la Escuela de Fráncfort no era otra cosa que asumir el estrepitoso fracaso social y económico del marxismo en Rusia y China para volvernos a vender “el mismo perro con distinto collar”.

El populismo es la misma vieja “doxa” de un sistema fallido que ante su fracaso recurre a los subterfugios y argucias del lenguaje para elaborar calculados relatos, tergiversaciones históricas, propaganda emocional (emocracia), agitaciones exasperantes y una irritante desestabilización de las seguridades jurídicas y la confianza de las democracias liberales.

Ya no se trata de una dictadura del proletariado ni de una lucha de clases, es la toma del Poder dinamitando las instituciones desde un apostolado perverso de intoxicación y manipulación de la sociedad civil y desde una fraudulenta “cultura del pueblo” o “voluntad popular” porque se han apropiado, con una insolencia cínica de la palabra “gente”.

Y lo que cuesta entender es cómo desde la otra orilla de la racionalidad y los resultados objetivos se va perdiendo una batalla contra una frágil y simulada propaganda de los mensajes y las sugestiones del populismo “emocrático”.

Si alguien se molestara en el Big Data que puede proporcionarnos una página web como “Our world in Data” para comprobar cómo el mundo ha venido desarrollándose a partir de 1.950, de cómo se han ido mejorando todas las métricas de pobreza, desigualdad, analfabetismo, salud pública, feminismo, libertad sexual, libertad religiosa y calidad democrática, entonces, los hechos objetivos se impondrían, sin lugar a ninguna discusión, a favor de los indiscutibles beneficios que las economías de mercado y el moderno capitalismo han aportado a nuestro mundo.

El infranqueable escollo con el que se enfrentan las democracias liberales ante el desafío y la intimidación de los populismos es su estructural debilidad para plantear una “batalla cultural” y una ofensiva que atraviese sus ya demostrados éxitos en la gestión y el progreso.

El populismo del relato y la “infoxicación” ha sabido vendernos la idea del capitalismo moderno como una fría y gélida Tecnocracia de empresarios desalmados y estados corruptos que dejan en la cuneta a sus ciudadanos para alimentar los privilegios de las clases más favorecidas y solo pensar en el Producto interior bruto y los beneficios de la renta.

Este mensaje puede parecer demoledor si quienes defendemos el verdadero progreso no nos implicamos en utilizar las mismas armas del populismo para divulgar y comunicar los éxitos que los datos objetivos nos avalan.

En convencer a los empleados de que los empleadores son parte de su éxito o su fracaso en la participación de un mismo proyecto, en que los salarios son proporcionales a la productividad, en que la baja fiscalidad es una ventana de oportunidad para el desarrollo personal y el emprendimiento de nuevas posibilidades, en la desvinculación de un paternalismo despótico por parte del Estado que condiciona la libertad de los individuos, en la enorme diferencia entre aportar esfuerzos personales a reclamar indefinidamente derechos subsidiados.

Existe una preocupante claudicación por parte de los partidos políticos de centro-derecha para empoderarse en una batalla urgente e impostergable que desenmascare toda la infame e impúdica falsabilidad del populismo.

Ellos manipulan con emociones y promesas irrealizables, esconden sus repetidos fracasos.

¿Qué nos impide levantar la voz más alto que ellos si nos asisten la razón y los datos?

¿Por qué hay que achantarse ante la mentira y la propaganda si la verdad hace tiempo que ha tomado partido?

Utilicemos, también, uno de sus decálogos:

"La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad".

Si he conseguido explicarme bien, entonces, ya no importa la disyuntiva (o) ni la conjuntiva (y), lo sustancial a la supervivencia de las democracias liberales es el “versus” (vs), es la batalla cultural y de divulgación de la “Tecnocracia vs Populismo”, …del verdadero progresismo contra el “pobresismo”.

Luis León

(…desde algún rincón de Madrid)