Mi artículo de la semana pasada titulado ‘Absurdistán’ (Portafolio, edición del miércoles 13 de mayo), produjo un número muy apreciable de comentarios. El escrito señalaba lo absurdo que es este país donde muchos comportamientos riñen con la racionalidad.
Ponía énfasis en el poco respeto que tenemos por el conocimiento y la investigación. Pero sobretodo resaltaba la injusticia de lo que, en España, país campeón de los criticones, denominan el “síndrome del técnico del lunes”.
Los estadounidenses le dicen mariscal de campo del lunes (Monday morning quarterback). Son aquellos que, luego de jugado el partido y conocido el resultado, esbozan todo tipo de opiniones sapientísimas sobre las deficiencias de los que jugaron, los errores de los técnicos en las alineaciones y planteamientos o las decisiones arbitrales.
Estos personajes suponen que el gobierno está compuesto por gente estúpida e inútil. Poco consideran las enormes limitaciones jurídicas y presupuestales con las que operan los funcionarios públicos en Colombia. No saben el temor que produce tomar decisiones cuando siempre habrá un abogado o un juez dispuesto a demandarlos o juzgarlos.
Desconocen lo difícil que es tomar decisiones en un país con el nivel de inseguridad jurídica del nuestro. Serán juzgados mañana por quienes ya conocen lo que sucedió y los culparán por no haber previsto aquello que no sabían.
Los técnicos del lunes exigen al gobierno que asuma todas las responsabilidades y que lo haga de manera simultánea. Tiene que haber recursos así no existan. Los programas deben ejecutarse con precisión matemática y no puede haber fallas. Cuando el Estado invoca la ausencia de presupuesto para tantas obligaciones, se responde con dos sencillas frases: “persigan a los corruptos y póngales impuestos a los ricos”. Cuando se señala una carencia, la palabra inmediata es “subsidio”.
Pero cuando, presionado por las demandas de la prensa y la opinión, el gobierno propone reformas tributarias los mismos que han exigido respuestas oportunas, eficaces e inmediatas, chillan como corderos degollados porque les tocará asumir mayores impuestos.
Los que más critican son los que menos saben de los temas, pero posan de grandes expertos, citan cifras sin fuentes, se refieren a notas aisladas de las redes, documentales de Netflix y sacan conclusiones fuera de contexto. Ellos, poseedores de la verdad, descalifican y pontifican; sus opiniones son las válidas y miran con desprecio a quienes no les compran las suyas.
Las redes han promovido este tipo de personalidades intolerantes que aprovechan las tribunas gratuitas que hoy disponen para descalificar a diestra y siniestra. Tienen varios dedos índices que les sirven para identificar culpables y responsables de no haberlos escuchado.
No se trata de desconocer fenómenos reales como el espíritu de burócrata de muchos funcionarios. Tampoco ignorar la corrupción que corroe el servicio público o la ausencia de planeación de muchas políticas públicas. Nuestro Estado no es un modelo de eficiencia y transparencia.
¿Vamos a seguir actuando como si fuéramos Robespierre, el revolucionario francés que se llenaba la boca hablando de la virtud pública, y que llevó a miles a guillotina?
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda
Portafolio, mayo 19 de 2020.