Mi columna de la semana pasada (Nueva normalidad, edición del 17 de abril) tenía como tema central la necesidad de los empresarios de ajustarse a las nuevas condiciones de la economía generadas por la pandemia.
Varios lectores discreparon de mi posición e insistieron en que el ser humano es tozudo y le cuesta cambiar. Controvirtieron mi visión optimista sobre la capacidad de adecuarnos al nuevo entorno e insistieron que retornaremos a nuestros hábitos y costumbres precuarentena.
Claro que hay cosas que no van a cambiar. Los negocios, así sean transformados por el impacto de esta crisis, seguirán siendo negocios y, por lo tanto, sometidos a los principios centrales de la gerencia: productividad, competitividad y rentabilidad.
No cambiará el concepto de productividad. Debemos seguir buscando mejores maneras de hacer más con menos. La pandemia nos ha mostrado que ciertos negocios se han visto su producción afectada negativamente por este entorno imprevisto. Pero muchos otros han identificado mejores maneras de producir, con menores costos directos e indirectos; con disminución de costos fijos y variables.
Tampoco se modificará el concepto de competitividad. Hay que seguir identificando nuevas maneras de conquistar y profundizar los mercados.
El consumidor postpandémico habrá experimentado otros bienes y servicios, estuvo expuesto a nuevas alternativas de distribución, se acomodó a opciones diferentes de compra y a sistemas de pago que antes eran menos amplios. Entendió que puede ser ermitaño con internet y sobrevivir. Con esos patrones de consumo, las empresas tendrán que redefinir su enfoque de competitividad.
Y la exigencia de rentabilidad seguirá siendo prioritaria en todos los negocios. Tal vez sea bueno recordar que la rentabilidad es un resultado de ser productivo y competitivo. Para ganar dinero hay que hacer bien las dos cosas.
Es necesario producir en las mejores escalas de producción generando los menores costos unitarios. Pero hay que buscar la excelencia en mercadeo como la relación calidad/precio, la eficiencia de los canales de distribución, la calidad de las estructuras logísticas, el enfoque de la publicidad, las condiciones de pago y el servicio al cliente. Hay cosas que no cambiarán.
Pero deberán ser leídas a la luz de un entorno que no será el mismo. Nadie podrá ignorar lo que está sucediendo ni podrá evitar el análisis juicioso de sus efectos sobre su negocio. Lamento decirlo, pero los ejercicios de planeación estratégica y los presupuestos que aprobamos a finales del 2019 deberán ser revisados y actualizados.
Nadie puede hoy anticipar la duración de esta crisis. Tampoco estamos seguros de su profundidad. La última pandemia que tuvo alcance global fue la mal llamada “influenza española” en los inicios de la segunda década del siglo pasado.
Pero no estamos comparando lo que es comparable porque la ciencia médica es hoy superior a la disponible en esa época. Tampoco podemos medir el efecto sobre la economía porque las estadísticas de entonces y los modelos de proyección no tenían el alcance actual. Ese precedente no sirve.
Lo único cierto hoy en día es que te aclimatas o te aclimueres.
Miguel Gómez Martínez
Presidente ejecutivo Fasecolda.
Portafolio, abril 21 de 2020