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Sobreviviendo a la Mentalidad Revolucionaria

Por María Fernanda Cabal - 06 de Diciembre 2017

En las últimas semanas he venido escribiendo sobre el concepto de «inversión revolucionaria» del filósofo y profesor Olavo De Carvalho, con quien tuve el honor de departir una tarde hace seis años en una de sus visitas a Colombia. A través de este método se desfigura la realidad, se construyen mitos y se tergiversa la historia. Su mayor perversidad es utilizar la moral y la protección de las víctimas, cuando en realidad lo que se oculta es un acto de barbarie que tiene como objeto final, el acceso al poder a través de la combinación de todas las formas de lucha.

En Colombia esto se ha aplicado sistemáticamente para justificar la perversidad de ocultar la real influencia que ha ejercido el comunismo internacional desde hace casi un centenar de años.   Los nuevos términos acuñados para este método «postmoderno» son la «postverdad» y «re-pensar» la historia. «¿Re-pensar» qué? ¿Cómo se «re-piensa» un acto de barbarie?   Hechos sucedidos a lo largo de nuestra trágica historia republicana, como la huelga violenta de los trabajadores de las bananeras en 1.928, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el holocausto del Palacio de Justicia, la bomba de Santodomingo, la masacre de Mapiripán, la Hacienda Bellacruz, la violencia contra las comunidades negras en Jiguamiandó y Curvaradó, el asalto a Las Pavas y muchos más, son el reflejo de cómo estos sucesos han sido usados para convertir a victimarios en víctimas; como en el caso de Las Pavas, a invasores en desplazados. Las víctimas reales son invisibilizadas y atemorizadas, y poco a poco los sobrevivientes van quedando sin voz para ser escuchados, hasta que sólo queda un eco diluido con el transcurrir del tiempo.   El deber de un científico social es escudriñar, auscultar, recaudar pruebas y armar rompecabezas que logren un escenario real sin sesgo ideológico, que permita conducir la investigación metodológica hacia una conclusión seria con el fin develar sucesos y concluir racionamientos que se aproximen a una verdad. Esa es la forma de cerrar los ciclos y continuar construyendo una sociedad incluyente ¿Seremos capaces? ¿Quién excluye a quién?   Esto me lleva a pensar en el concepto de la “conciencia moral de los pueblos”, que llegó a colación en una entrevista reciente con el alcalde de Caracas Antonio Ledezma, perseguido por el régimen comunista y asilado hoy en España. Y también me hizo recordar el triunfo del NO en el plebiscito del 2 de octubre de 2.016; en el que un pueblo consciente expresó su voluntad mayoritaria en una elección atípica, votando por un futuro, a pesar del bombardeo del acoso mediático y del temor al señalamiento. Así se logró una victoria limpia, del deber ser, de la “conciencia moral” ¿Será eso ser guerrerista?   Hace días, leí una comunicación de protesta de exalumnos de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes, señalando que sienten «vergüenza» por afirmaciones realizadas por mi. “¿Unos egresados de una Universidad que se presume liberal, cuestionando la libertad de opinión, bajo la premisa de que yo ofendía la memoria de las víctimas?” me pregunté. “¿Será que ya es costumbre en las mentalidades liberales considerar que quien se atreva a cuestionar lo incuestionable, debe ser castigado?” La “tiranía de las causas justas”, el “fascismo de los buenos”, lo define el profesor Olavo Carvahlo. Asimismo le ocurrió a Vivian Morales y a Sofía Gaviria, excluidas del Partido Liberal por negarse a firmar el “Manifiesto de la Paz” (suena esquizoide).   Sin embargo, más lástima me da saber que estos politólogos ni siquiera entendieron que el “mito” de los 3.000 muertos de la huelga de las bananeras ya había sido desmentido por su mismo creador, García Marquez, al afirmar que «decir que todo aquello sucedió para 3 ó 7 ó 17 muertos… no alcanzaba a llenar ni un vagón. Entonces decidí que fueran 3.000 muertos porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo».   Cuestionar las causas, el origen, las motivaciones, su desarrollo, los responsables, el papel de los actores involucrados y el terrible sesgo con que se ha ido componiendo el mito de los muertos, la culpa del ejército -como patrón sistemático de rotulación inversa a lo largo de la historia- y la falta de rigor científico para su estudio, me convirtió en apóstata para los politólogos de Los Andes.   Hasta ese punto hemos llegado, donde los “ilustrados” de la sociedad permanecen atrapados bajo la telaraña de la inversión revolucionaria. Y los medios de prensa les hacen eco.