El Gobierno y el Congreso dieron un paso importante en el mejoramiento de nuestro sistema republicano con la abolición de la reelección presidencial y la supresión del Consejo Superior de la Judicatura. La reelección había perturbado el libre juego electoral y crispado la relación entre la oposición y el poder. Es una reiterada lección de nuestra historia que no deberíamos olvidar. El Consejo Superior de la Judicatura fue un experimento de los Constituyentes del 91, con resultados perversos que permearon el actuar de la Justicia toda. Nunca la Rama Judicial del poder público había estado tan desacreditada y politizada. Los ex Ministros Martínez Neira y Gómez Méndez se duelen, tardíamente, de la ninguna consideración que se le dio en los medios y en las Cámaras a la obligatoriedad de las listas cerradas, como lo establecía el proyecto original del Gobierno. En las democracias modernas las listas cerradas son obvias. Los partidos son homogéneos y así actúan en el parlamento. En la caótica política colombiana, la respuesta más aguda a esa propuesta fue que con ella se restablecería el “bolígrafo”. Se desestimó la democratización de las colectividades y, por ahora, los privilegios son para los Congresistas, quienes han conformado un círculo cerrado de poder, que les ha hecho perder la vasta influencia que otrora tenían sobre las poblaciones. Por eso, centran sus reelecciones en las desprestigiadas, envejecidas y eficaces maquinarias, mientras la opinión les da la espalda. Entre los politólogos y analistas crece la preocupación por el escenario que se vislumbra en el aún lejano post-conflicto: bajón moral de la política colombiana, partidos desordenados que enfrentarían a algunos sectores de la izquierda intolerante, formada, coherente ideológicamente y sin el baldón del actuar criminal de las Farc. Y con una peligrosa concepción leninista de la Democracia. Es justo anotar que hacer consultas internas con circunscripción nacional para Senado es impracticable. No hay antecedentes en el panorama de las democracias. Resalta aquí lo impropio de esta atípica institución, en mala hora establecida en 1991. Ha contribuido a la degradación del ejercicio político y abierto las puertas al dinero sucio. Ha dado lugar a un mercado electoral clientelista e inequitativo, sin opción para los pobres y los departamentos pequeños (14 se quedaron sin Senador en el 2014), y ha puesto en duda la legitimidad de la representación popular, algo demasiado riesgoso en el convulsionado mundo de hoy. Volver al Senado territorial, democratización interna y listas cerradas, sería el primer paso para recuperar el respeto por la política y la majestad del Congreso. De los Congresistas mismos debiera salir la iniciativa. Por más cómodos que estén en sus curules, les conviene mirar hacia Grecia, hacia España, hacia Italia. Los “indignados”, los hastiados con los partidos tradicionales y con la corrupción, han estremecido las urnas y han accedido al poder. Se ha sentido como un nuevo aire de esperanza en la Política. Por esos lares vetustos no existe sino la hermosa alternativa de aceptar la voluntad popular. Por los nuestros, las asechanzas son: dictaduras, mordaza, hambre, miedo, es decir, el populismo siglo XXI.