En su condición de presidente de la República de Colombia y de candidato a la reelección en 2014, Juan Manuel Santos prepara un nuevo viaje oficial a Washington.
Según un vocero de la Casa Blanca, en el encuentro con Barack Obama, el 3 de diciembre próximo, Juan Manuel Santos pedirá, probablemente, apoyo para el proceso de paz con las Farc. Es curioso que sea la parte americana la que evoque este punto en particular. Bogotá había dado a entender de manera mucho más elíptica los temas que discutirán los dos mandatarios: “seguridad ciudadana, derechos humanos y expansión económica”.
En algún discurso en provincia, Santos aseguró alegremente que el tema de la entrevista con Obama sería cómo “atraer más inversión” a Colombia. (Columna: El impacto económico del fallo del tribunal de La Haya: Una reflexión)
Es evidente que el presidente Santos siente una notable aversión por los dos temas más cruciales de Colombia, en este momento, en materia de soberanía y seguridad nacional, ante los cuales él debería sentirse en la obligación de discutir con Obama. Es lo que todo mandatario responsable haría al reunirse con el líder de Estados Unidos, la única superpotencia mundial. Pues ese país es, precisamente, nuestro principal aliado diplomático, militar y comercial desde siempre.
Colombia está a punto de perder 75 mil km² de mar territorial en el Caribe, a causa de las intrigas y maniobras jurídicas y militares de Nicaragua y Cuba y de un bloque de regímenes dictatoriales antiamericanos. Colombia está haciéndole frente, por otra parte, a un ascenso rápido de la violencia y de la subversión narco-terrorista, a causa de una alianza de las Farc con esos mismos regímenes dictatoriales antiamericanos. Esos dos puntos deberían ser priorizados en la reunión Obama-Santos. Pero no lo serán. Parece que para ellos eso no tiene importancia.
¿Cómo se llegó a ese estado de cosas?
Santos perdió la mano ante Nicaragua, pues descuidó la alianza de defensa que Colombia tenía con los Estados Unidos y relegó los lazos que Colombia comenzaba a hacer con la Otan. El excelente trabajo de los presidentes Pastrana y Uribe para actualizar la alianza con Estados Unidos fue dejado en el limbo por Santos.
Lo ocurrido con los aviones rusos Tupolev 160 que violaron el espacio aéreo colombiano el 28 de octubre y el 1 de noviembre de 2013, sin que Colombia pudiera hacer nada, no habría ocurrido si Colombia hubiera conservado su plan para dotar siete bases militares colombianas con ayuda de Estados Unidos. (Lea: Pescadores de San Andrés temerosos de Nicaragua claman ayuda)
Tal negligencia es el resultado de otro hecho: desde la llegada de Santos al poder, la diplomacia colombiana ha sido hecha en Caracas. Resultado: Colombia está más sola que nunca, y ni siquiera la chavista Unasur, tras los servicios prestados por Bogotá en la conformación de ese club sectario, que pretende sacar a Estados Unidos y Canadá de los asuntos del hemisferio, no apoya a Colombia en su pleito contra Nicaragua y no la apoya tampoco ahora ante la agresión de la Rusia de Putin.
¿Tiene en esto responsabilidad también el Gobierno de Barack Obama? Claro que sí. El desinterés de Obama por el continente latinoamericano, donde dejó que se instalaran cinco nuevos regímenes antiliberales y antiamericanos bajo la férula de la tiranía venezolana, es un fracaso mayor de esa administración.
Hay, por otra parte, un paralelo curioso entre Obama y Santos. (Lea: Nicaragua ejerce soberanía en áreas marítimas asignadas por CIJ)
Después de impedir desde 2009, por puros caprichos ideológicos, la firma del TLC con Colombia, y de intentar cambiar el texto del mismo, Obama aceptó respetar ese tratado firmado en 2006. Y acogió en 2010 con beneplácito (¿e inspiró quizás?) las conversaciones de Santos con las Farc. Obama sueña con llegar a un acuerdo con el régimen islamista de Irán, como Santos sueña con un acuerdo con las Farc.
Obama está dispuesto a firmar un compromiso con Teherán que le permita levantar las sanciones a Irán, aunque no obtenga garantía reales para Israel. Santos está dispuesto a firmar cualquier papel con las Farc con tal de que estas apoyen su reelección y contribuyan a dormir a los colombianos ante las perspectivas perversas que se preparan en La Habana.
Obama sabe que Irán está a punto de llegar al punto de no retorno en la obtención del arma nuclear. Santos le hace decir a sus amigos que se está llegando “al punto de no retorno” en los pactos secretos con las Farc. Obama sabe que Irán plantea abiertamente, como lo acaba de reiterar Ali Khamenei, la destrucción de Israel. Santos negocia con una organización terrorista que busca acabar con Colombia y reforzar las posiciones de los aliados de Cuba y Venezuela.
Tras los vuelos rusos sobre el espacio aéreo colombiano, Obama no dijo nada: ni una frase de apoyo, ni una frase de amistad por Colombia. Sin embargo, tal incursión ilegal de Rusia fue el acto de agresión más sombrío cometido por Rusia en el continente americano desde la crisis desatada por la URSS al instalar misiles nucleares en Cuba contra Estados Unidos.
El régimen de Assad se salvó del derrumbe gracias al apoyo militar y diplomático de Rusia. Al permitirle jugar ese papel a Moscú, Obama le propinó a Estados Unidos una derrota geopolítica fuerte en ese punto clave del globo. Las alianzas construidas por Washington durante años de esfuerzos se ven debilitadas ahora. (Lea: Firman decreto para impulsar agricultura y pesca en San Andrés)
Al permitirle a Putin pasear impunemente dos de sus bombarderos estratégicos, portadores eventuales de ojivas atómicas, en el espacio aéreo colombiano e internacional del Mar Caribe, a 60 millas de Barranquilla, Obama le ha asestado otro golpe formidable a la seguridad del continente americano. De hecho, lo ocurrido en el espacio aéreo colombiano el 1 de noviembre pasado, no es un chiste ni un hecho aislado.
Es una advertencia: las armas rusas pueden hacer lo que quieran en nuestro continente. Es, además, una continuación deliberada de la ofensiva audaz de Putin para arrebatarle a la alianza occidental, y sobre todo a Estados Unidos, puntos geoestratégicos. Es la continuidad de lo que ocurrió en Siria, donde Moscú apareció como el nuevo patrón de la diplomacia mundial.
Un patrón que le muestra los músculos a Colombia y que defiende los intereses de las dictaduras que conspiran contra Colombia.
Tal es el verdadero marco político-diplomático de la entrevista Santos-Obama de diciembre. Sin embargo, el presidente Santos no parece interesado en eso, como tampoco la canciller Holguín, quien acaba de declarar que no ha encontrado “un hecho nuevo que permita la revisión de la decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya”. (Lea: La imagen del presidente Santos no levanta cabeza)
¿Santos trata de enmendar sus errores en política exterior cambiando de embajador en Washington? Nada lo indica. Empero, aunque Santos tratara de hacerlo, tal acción llegaría demasiado tarde. Obama está en su peor momento, tras el fracaso del Obamacare y los fiascos en seguridad global. Según el sondeo de CBS, el 57% de la población americana desaprueba lo que Obama está haciendo.
Colombia está sola y en conflicto larvado con una coalición internacional agresiva presidida por una Rusia más pérfida que nunca.
Santos también está en un mal momento. Un acuerdo secreto o semi secreto con las Farc le ayudará a hacerse reelegir, es cierto. Pero tal acuerdo es, al mismo tiempo, un peso muerto: los colombianos jamás aceptarán ser gobernados o cogobernados por las Farc. El repudio es inmenso en Colombia contra esa máquina de muerte.
Ante la perspectiva de ver a los jefes de la sangrienta banda presidiendo los destinos del Congreso colombiano y organizando varios grupúsculos y partidos con prensa, radio y televisión propia, financiados con nuestros impuestos, y verlos ocupando millones de hectáreas, con población y todo, y dictándole la línea a la empresa privada y a los planes de desarrollo, y cambiando el sistema electoral e imponiendo la censura de prensa, como lo prevén los pactos de La Habana (ver el llamado “acuerdo” del 6 de noviembre de 2013), los colombianos no votarán por el padre de semejante suicidio. (Columna: Acatar o no acatar)
Santos ha aislado a Colombia por su manejo izquierdista de las relaciones exteriores con sus aliados históricos y por el impulso cínico de las conversaciones de paz más anticolombianas de la historia. Santos no puede escapar a la dinámica que el mismo ha creado y eso se verá más y más durante la contienda electoral. Y Barack Obama no podrá sacarlo del lio.