Sí hay límites. La salida negociada implica, primero que todo, definir que hay asuntos no negociables.
Una de las frases más utilizadas en nuestro país es: “hay que buscar una salida negociada”. En una sociedad civilizada, sería la señal de un elevado nivel de madurez política.
Pero en un país dominado por la violencia, la corrupción y en grave crisis institucional, la validez de las salidas negociadas merece un análisis matizado.
Para negociar se requieren dos elementos básicos: un tema en disputa y una contraparte legítima con la cual negociar. ¿Qué es entonces lo que estamos negociando? Si la respuesta es el pliego de 88 billones presentado por el comité del paro, hay poco por hacer pues estamos en la peor crisis fiscal de nuestra historia y no hay recursos para ese despropósito.
¿Con quién estamos negociando? ¿Los oportunistas burócratas sindicales y los voceros de unos colectivos minúsculos son los voceros de los que están en la calle? Todos los colombianos, incluidos los del comité del paro, sabemos que no representan sino una fracción de los que protestan.
Sin agenda negociable y sin interlocutor válido, ¿cuál salida negociada estamos buscando?
¿Negociar es siempre la salida? La respuesta masiva de los colombianos es afirmativa porque interpretamos que la alternativa es el uso de la fuerza. El problema de esta dicotomía es que excluye un escenario que también es válido: hay asuntos que no son negociables porque implican comprometer principios fundamentales.
Hay temas que no son negociables. No es negociable la vida. No lo es el recurso a la fuerza para obtener ventajas políticas. No es negociable el respeto de la ley y de la autoridad. No es negociable el uso de la fuerza legítima.
No lo es la igualdad ante la justicia, la libertad de opinión, ni el respeto de la propiedad. No es negociable pisotear la dignidad humana ni la discriminación. Y hay muchas más cosas que no lo son como el respeto y la moral.
Los colombianos hemos querido buscar salidas negociadas a todos los problemas sin considerar lo que estábamos entregando. Negociamos con Pablo Escobar y le dimos el control de su propia cárcel para que siguiera delinquiendo.
Bajo la presión de la guerrilla, negociamos la justicia y le dimos impunidad a quienes habían cometido miles de crímenes contra la humanidad. Dominados por los corruptos hemos concedido todo tipo de beneficios procesales para que, cuando excepcionalmente son llevados a la justicia, reciban sanciones simbólicas por sus fechorías.
Hemos negociado que los que no pagan impuestos tengan tratamientos favorables en amnistías y rebajas de sanciones. Hemos negociado que las leyes no se cumplan para unos, pero sí para otros.
Buscando salidas negociadas entregamos todos los principios de una sociedad civilizada y ahora nos extrañamos de la violencia y la anarquía. Sí hay límites. La salida negociada implica, primero que todo, definir que hay asuntos no negociables
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda
Portafolio, junio 1 de 2021