La lucha contra todos los desafíos de la maldad y la violencia reclama tener presente los ejemplos superiores de amor y entrega. Estos días, durante los cuales el mundo católico rememora la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, se constituyen siempre en la oportunidad de abrir un espacio íntimo para la reflexión.
Cada paso de Jesús esta semana dejó lecciones para la eternidad, cuya vigencia brilla gracias a la luz de la verdad. La entrada en Jerusalén, su unción en Betania, la traición de Judas y las negaciones de Pedro, la preparación de la Pascua, la última cena, su muerte, el descenso al lugar de los muertos y la resurrección corresponden, también, a las etapas de la existencia de la humanidad y a la vida diaria de quienes buscan en las parábolas de Jesucristo explicaciones, guías, bálsamos e ilusiones.
Los días santos del 2017 llegan en medio de una atmósfera conmovedora por el dolor que se está causando con inusitada frecuencia. Ataques con armas químicas en Siria, terrorismo en una iglesia en Egipto, el camión como arma letal en Berlín, Londres, Niza, Bruselas y Estocolmo, el desconocimiento brutal de los derechos democráticos en Venezuela, y las amenazas al mundo del dictador de Corea del Norte ponen en evidencia desajustes que son un peligro mortal para miles y miles de ciudadanos inermes.
Son tan profundas las diferencias y los desencuentros, que abogar por la armonía apenas merece un lugar en el cajón de las ingenuidades a los ojos del pragmatismo. Sin embargo, la vida de Jesús es el libro en el que se debe leer no acerca del realismo paralizante, sino de la fuerza del espíritu. Cuando todos se burlaban de él, después de haberlo vitoreado durante la llegada a Jerusalén, y le exigían que hiciera uso del poder que había exhibido durante su ministerio para salvarse a sí mismo, lo que demostraban era estar muy lejos de la idea del sacrificio en busca del perdón de los pecados.
A la cruz llegó por la traición de uno de los suyos, fue maltratado, humillado y condenado sin defensa porque prefirió el ejemplo nacido de la bondad y el apego a la misión de derramar sangre para la sanación de todos. El amor fue superior al dolor. Y murió buscando la salvación de los pecadores, sin haber cometido pecado alguno.
Cuánta falta hace en el mundo de hoy recordar la lucha de Jesús en procura de salvar la humanidad, hasta el límite del sacrificio, en frente de quienes lo aplaudieron, primero, y, luego, denigraron de él con pasión destructiva.
La lucha contra todos los desafíos de la maldad y la violencia reclama tener presente, en la vida diaria, los ejemplos superiores de amor y entrega al servicio de las causas más nobles.Nada es fácil, pero, igualmente, nada es imposible. El espíritu tiene la capacidad de movilizar la preeminencia de la verdadera grandeza, que consiste en la entrega al servicio de los demás.
Jesús murió víctima de una pena que estaba destinada a los peores criminales, debido al veredicto de una turba enfurecida y equivocada que gritó: ¡crucifícale! Pero resucitó, para dejarnos la prédica de que debemos buscar la victoria de la vida y el bien, sobre el mal y la muerte. Columna publicada en el diario Portafolio el 11 de abril de 2017.