Al proceso de pudrición le importa poco la riqueza del difunto. Por ello es común la exhortación a no acumular “cosas” en el más acá, porque de nada te servirán en el más allá. Sin embargo, esa es una propuesta reciente pues nuestros antepasados, antes de inventarse el capitalismo que es bastante joven y a quien le han endilgado falsamente la autoría del deseo de poseer bienes, creían todo lo contrario.
La élite de los antiguos egipcios incluía en el equipaje de viaje al otro mundo, no solo alimentos y joyas, sino sirvientes y familiares. Pero como dicha costumbre no debió agradarles mucho a sus allegados que todavía no querían partir, se les reemplazó por algo simbólico y representativo como figuras talladas. En la misma onda simbólica estuvo el emperador chino Qin Shi Huang, que por paranoico o pendenciero decidió acompañarse en su tumba con más de 8.000 figuras de guerreros de terracota. ¡Primero muerto que sin guardaespaldas!
Los actuales manuales para “viajeros” recomiendan no llevar mucho dinero en efectivo encima, y a la usanza egipcia o china, sugieren algo representativo como las tarjetas de crédito. Pero considero útil la idea de los antiguos griegos a quienes por el contrario les encantaba el dinero duro y por eso enterraban sus cadáveres con una moneda bajo la lengua para que una vez llegasen al inframundo, tuvieran como pagarle a Caronte, dueño del monopolio del transporte de esas tierras, que, en su barca, sin datáfono, los llevaría al otro lado del río Aqueronte.
Pero de verdad ¿qué se lleva uno al otro mundo?, si existe. El escritor portugués Fernando Pessoa, en su poema “Una noche terrible” propone que no nos llevamos nada de lo que conseguimos. Lo que nunca nos abandona, incluso muertos, es lo que nunca tuvimos o hicimos, lo que nunca nos atrevimos a tener o hacer: “Lo irreparable de mi pasado: ¡ése es el cadáver! Todos los otros cadáveres quizá sean ilusiones. Todos los muertos quizá estén vivos en otra parte. Todos mis propios momentos pasados quizá existan por ahí, en la ilusión del espacio y del tiempo, en la falsedad del devenir. Pero lo que yo no fui, lo que yo no hice, lo que ni siquiera soñé; lo que sólo ahora veo que debería haber hecho, lo que sólo ahora claramente veo que debería haber sido... Es lo que está muerto más allá de todos los Dioses” ... “Lo que de veras fallé no tiene ninguna esperanza. En ningún sistema metafísico. Puede ser que para otro mundo pueda llevar lo que soñé, ¿Pero podré llevar para otro mundo lo que me olvidé de soñar? Esos sí, los sueños por tener, son el cadáver”.