Algunos columnistas tildaron la acusación de “canalla” y yo le sumo traidora, calificativos escasos para la gravedad de la afrenta, proveniente de un presidente cuestionado por el ingreso de dineros del Cartel de Cali a su campaña, delito confesado por sus lugartenientes, Fernando Botero y Santiago Medina, que para sumarle traición al asunto, pagaron cárcel, algo que llevó a la tumba a Medina y al exilio a Botero, mientras también moría “la monita retrechera” en circunstancias “oscuras”, y la investigación también en el remedo de justicia de la Comisión de Acusaciones de la Cámara.
Después de la vergonzosa preclusión, que para nada fue demostración de inocencia, Samper debió, como poco, retirarse de la vida pública, pero aún se pavonea con su elefante a cuestas, dando entrevistas a medios complacientes y, de contera, hasta tiempo le sobró para ser “calanchín” del Socialismo Bolivariano como secretario de ¡Unasur!, la frustrada pretensión de armar su propia OEA con Cuba y sin Estados Unidos.
Allá pelechó con petrodólares venezolanos hasta donde alcanzaron, conspirando contra las democracias con el Foro de Sao Paulo a sus espaldas, y callando frente al apoyo al narcoterrorismo de las Farc y el ELN, mientras se convertía en defensor de la “legalización”, algo “in” en expresidentes que fracasaron en la lucha contra las drogas o cedieron a sus intereses; y ahora reencarna como integrante del “Grupo de Puebla”, que más parece un grupo de convictos.
A qué juegan su hermano Daniel y su sobrino Daniel, que hoy, camuflados de “chistosos”, se unen en cofradía a un tercer Daniel, no “el travieso”, sino el artero escritor de libelos que se dice “periodista”, para atacar obsesivamente a Álvaro Uribe y, por ese camino, al Centro Democrático, al presidente Duque y, ahora, a las Fuerzas Militares.
A qué juegan sumándose a esa campaña de estigmatización de la Fuerza Pública, una estrategia que viene desde los noventa, cuando, después del fracaso del Caguán, Pastrana le apuesta a la modernización militar y, luego, Uribe implementa la Seguridad Democrática y saca a los generales de sus clubes y a los soldados de sus cuarteles, para enfrentar la violencia narcoterrorista que asolaba al país; un proceso con lunares y dificultades, pero exitoso, aunque haya terminado con otra traición conocida y 200.000 hectáreas de coca.
Medio país condenó esa traición y está en la primera línea de defensa de nuestras Fuerzas Militares y de Policía, gracias a cuyo sacrificio Colombia volvió a ser viable, aunque ese esfuerzo se haya perdido y, por eso, hoy más que nunca, necesitamos una Fuerza Pública fortalecida y apoyada para recuperar la seguridad como bien público y derecho ciudadano.
Parte de ese apoyo es desenmascarar tan peligrosa manipulación de la opinión pública, que busca –a eso juegan– neutralizar la acción contra el narcotráfico y la ilegalidad, con el apoyo taimado del centro-santismo, preocupado en defender el Nobel y sus compromisos de impunidad con las Farc bajo la mesa; y con el interés, no escondido sino explícito, de afectar la reputación de las Fuerzas Militares para mantener una situación de “inestabilidad”, que pueda erigir al populismo socialista de la izquierda como solución redentora.
En el ejército, como en todas las organizaciones humanas, hay manzanas podridas; pero toda nuestra Fuerza Pública es expresión de dignidad, pundonor y coraje, que han sido la salvación de la patria y lo seguirán siendo.