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Qué bueno sería que la ministra de Educación leyera el último libro de Eduardo Pizarro

Por Carlos Alonso Lucio - 08 de Marzo 2021

Eduardo prende la alerta sobre la “conciencia geográfica” que no solo ignoran las élites. Señora ministra: ¿será mucho pedir que les dictemos clases de Historia y Geografía a nuestros hijos?

Eduardo prende la alerta sobre la “conciencia geográfica” que no solo ignoran las élites. Señora ministra: ¿será mucho pedir que les dictemos clases de Historia y Geografía a nuestros hijos?

Aún está caliente en las estanterías el excelente libro “Las fronteras y la guerra” que escribió Eduardo Pizarro.

Lo primero que vale destacar es su origen, podría decirse que su nueva naturaleza: es un libro traído a la luz desde las fronteras particularmente hostiles que han separado a las Fuerzas Militares y a la intelectualidad civil.

Después de decenios de enfrentamientos y prevenciones mutuas que parecían insuperables, las FFMM tomaron la decisión de abrir sus archivos y sus reflexiones para compartirlas con un grupo selecto y maduro de intelectuales con el fin de producir una colección de textos adonde se recogieran y analizaran, con mirada histórica y estratégica, las principales operaciones que se adelantaron contra las Farc y que finalmente dieron con su derrota.

Esta nueva experiencia siembra las semillas de unas pedagogías que les urge a los sectores más recalcitrantes de la sociedad. De un lado les hará conciencia de que las fuerzas armadas y de policía forman parte imprescindible de nuestro destino democrático y que no son los enemigos graduados de la juventud y el cambio, tal como se han empeñado en hacerlo ver esos adalides de las ideologías obsesivas. Y también les hará comprender a los obsesivos del otro lado que la intelectualidad no es la “enemiga declarada” y que existe en Colombia un grupo muy importante de pensadores demócratas, maduros y capaces, que se encuentran muy lejos de esos académicos sirirí que tienen al país hasta la coronilla con su doble moral atávica

El libro se ocupa de la Operación Fénix que consistió en el bombardeo del campamento de Raúl Reyes en Ecuador. Fue, sin lugar a dudas, una de las operaciones con más impacto estratégico. Impacto estratégico desde las fronteras hacia adentro en tanto se puede verificar que fue desde entonces cuando se dio el franco desvertebramiento de la capacidad operativa de las Farc; e impacto estratégico de las fronteras hacia afuera en la medida en que fue a partir de allí que se desbarató el “santuario estratégico” que tenían las Farc en Ecuador, todo gracias a la crisis internacional que provocó la operación y a la denuncia de la red de apoyos institucionales en el vecino país que fueron descubiertas en los computadores de Reyes.

La lectura de estas páginas tiene de interesante, además, que uno aprende cosas. Tiene informaciones nuevas, expone experiencias de otras latitudes que enriquecen el criterio y explica conceptos clave de los conflictos armados sin los cuales es muy difícil comprenderlos a cabalidad.

La verdad es que es mucho más lo que Colombia ha sufrido la violencia que lo que entiende de ella, entre otras razones porque desde el Frente Nacional, por allá en la década de los 50, la atención del conflicto armado se le delegó a los militares y el liderazgo político se desentendió, casi por completo, de su análisis y su discusión. Podría decirse que los políticos y el debate público han incursionado desde hace algunos años en los temas de paz y guerra, de reconciliación o rupturas y de mil cosas más, siempre con el déficit de no haber contado con un mayor conocimiento del enfoque estratégico necesario para analizar correctamente cualquier conflicto armado.

En este orden de ideas, este libro aporta mucho.

Eduardo tuvo el gran acierto de haberse salido de la crónica roja de los secretos y los charcos de sangre para pararse en el análisis estratégico de las cosas. Con ello damos un paso importante en la superación de esa moda de la “memoria histórica” en que nos metimos y volvemos por la senda de rescatar la Historia con mayúscula.

Pero hay un tema particularmente importante que me lleva a insistir en que valdría la pena que la ministra de Educación lo leyera: es el tema de la geografía.

Eduardo nos cuenta que fuimos un país activo y destacado en las relaciones internacionales del siglo XIX y que esta cualidad se interrumpió abruptamente una vez fuimos despojados de Panamá; fue, entonces, desde 1903 que nos enconchamos de alguna manera y fuimos reduciendo nuestra visión del mundo y nuestra identidad a una perspectiva muy limitada, leída por lo general desde el horizonte a veces opaco de Bogotá. Nos hace caer en la cuenta de que siendo un país caribeño y un país del Pacífico y un país amazónico y un país de varios valles y un país de la Orinoquia y un país de muchos países, poco a poco fuimos llegando a un momento en que el centralismo nos asumió como un país andino, y menos que un país andino, a uno cundiboyacense.

En síntesis, Eduardo prende la alerta en el sentido de que la dirigencia colombiana no ha tenido lo que podríamos denominar “conciencia geográfica”. Uno concluye claramente que nuestras élites no conocen realmente nuestra geografía y que esta es una de las razones por las que nuestra nación, en su verdadera dimensión, nunca les ha cabido del todo ni en la cabeza ni en el alma.

Es algo que todos sabemos: las élites que se asientan en Bogotá no conocen a Colombia.

Pero me quedé pensando en algo también muy preocupante: no solamente son las élites las que la ignoran. La inmensa mayoría de los colombianos tampoco saben de ella, sobre todo las nuevas generaciones. Hay que recordar que desde hace cuatro décadas no se enseña en nuestros colegios historia ni geografía. Padecemos uno de los peores analfabetismos del mundo en estas materias.

Que nadie se impresione si algún muchacho se le acerca para preguntarle cuál de nuestras ciudades limita con Estados Unidos o cuál de nuestros ríos afluye en el Mediterráneo.

Una vez observamos el tamaño de la inconsciencia geográfica de las élites centralistas, entendemos, en parte, el porqué del olvido y la tragedia de crimen y violencia que padecemos en nuestras fronteras.

Insisto en que sería bueno que la ministra de Educación lo leyera porque el libro podría contribuirle a pensar en la importancia de desengavetar la Ley de Historia que sacó adelante Viviane Morales para volver a enseñarla en los colegios y por ahí derecho revivir también las clases de geografía.

Sentí gran alegría al leer el libro de Eduardo porque les tengo mucho afecto a él y a toda su familia. Es muy satisfactorio cuando un amigo logra una obra que lo enaltece a él y que enaltece a Colombia.

Señora ministra: ¿será mucho pedir que les dictemos clases de Historia y Geografía a nuestros hijos?