Las obsesiones antidemocráticas que afectan a la extrema izquierda quedaron retratadas, de cuerpo entero, a través del vendaval de ataques que le lanzaron a Alejandro Gaviria esta semana.
Bastó con que se rumorara que la decisión del rector de retirarse de la universidad para asumir su candidatura presidencial ya estaba tomada, para que las bodegas de primera línea salieran enfurecidas. La cosa cayó tan de sorpresa que uno no sabía si la andanada respondía a un plan preparado minuciosamente o si, por el contrario, se trataba de la reacción incontrolada de quienes no soportaron el desagrado que les provoca la irrupción de esta nueva candidatura.
Al fin de cuentas, no importa si se trató de un plan trazado o de una improvisación. Lo cierto es que una hostilidad de esas dimensiones le hace daño al clima de respeto y consideración básicos que debe conservarse en toda contienda democrática. Pero también es cierto que dicha actitud nos advierte, de una vez por todas, cuál va a ser la estrategia y cuál el talante de sus dirigentes contra todo aquel que no se les someta.
Es que la cosa fue muy evidente: pasados unos días de la noticia de que algunos dirigentes del Pacto Histórico de la extrema izquierda lo buscaron y se reunieron con Alejandro Gaviria para proponerle que se les uniera como precandidato en su consulta, de un momento a otro se les convirtió en una persona indeseable y merecedora de todos sus agravios.
¿Qué pudo ocurrir?
Tan solo, que les dijo que no.
Esta actitud desproporcionada pone en evidencia uno de los graves peligros que amenazan a nuestra democracia y que consiste en que hay sectores cuyas obsesiones ideológicas los lleva a concebir la política como una guerra y las elecciones como un campo de batalla de su guerra.
Y resulta que, por definición, la democracia no es una guerra. Todo lo contrario. La democracia está hecha para que las contradicciones y las controversias no se conviertan en guerras, que es lo que nos ha ocurrido tantas veces en la Historia.
Por eso es tan importante que los dirigentes políticos sean verdaderos demócratas y que entiendan que no basta con que vivan hablando de democracia sino que se comporten como tales en las refriegas naturales del debate público.
Al contrario de lo que manifiestan las bodegas de primera línea y sus dirigentes, yo sí pienso que la llegada de Alejandro Gaviria es un hecho muy saludable para Colombia, sobre todo en estos momentos en que han estallado las consecuencias insostenibles de la irracionalidad política y del desgarramiento social. En estos momentos, por encima de los puntos de coincidencias o diferencias que podamos tener, es indiscutible que él cuenta con condiciones personales que enriquecerán la reflexión y que aportará conductas de ética y cordura que le resultan urgentes a nuestra democracia.
Para empezar, podría pensarse que haberle dicho no a la consulta que le propusieron es un hecho de ética y cordura.
De ética, porque si no está de acuerdo con los significados y los planteamientos de los dirigentes del Pacto Histórico de la extrema izquierda, entonces, ¿a cuento de qué habría de aparecer al lado de ellos auspiciando sus cálculos y confundiendo, aún más, a la ciudadanía?
Y de cordura, porque cualquiera con dos dedos de frente puede comprender que una persona tome la decisión de renunciar a la rectoría de la Universidad de Los Andes para a asumir una candidatura presidencial, pero a nadie le cabría en la cabeza que alguien renuncie a dicha posición con miras a convertirse en precandidato de cualquier cosa.
Y es que eso de no ser precandidato tiene de cordura y también tiene de ético, sobre todo si se entiende que esas consultas las convirtieron en otra vagabundería.
De un tiempo para acá, con el cuentico de la democracia interna de los partidos, los candidatos y los candidaticos dejaron de lado su responsabilidad elemental de organizar por dentro sus partidos y se inventaron que podían aprovecharse de toda la infraestructura electoral pública para realizar sus maniobras políticas internas. Por ese camino se encontraron con que podían pescar votos del conjunto del esfuerzo de la democracia en las elecciones parlamentarias y, además, también con los dineros públicos teníamos que pagarles sus consultas internas.
Conclusión: los candidatos y los candidaticos salen arrastrando votos que no son ni suyos ni de sus partidos y, además, salen llenos de plata para sus campañas con la reposición de los votos de las tales consultas. Valga decir que los colombianos terminamos financiándoles dos veces sus campañas.
La verdad, en un gesto de pudor democrático los partidos y los candidatos deberían aceptar la propuesta del Representante a la Cámara Carlos Alejandro Chacón de prohibir la financiación estatal de las consultas. Repito, eso se volvió una vagabundería.
Esperemos que este debate electoral eleve su nivel; su nivel ético y su nivel intelectual.
Colombia tiene personas muy valiosas en quienes confiar y con quienes revivir las esperanzas un tanto afligidas de nuestra nacionalidad. Ojalá salten a la palestra.
Por lo pronto, bienvenido Alejandro Gaviria.