Prácticamente todas las plantas y animales que se aprovechan hoy en la agricultura han sido diseñados por el hombre. Los primeros agricultores alteraron los patrones de la evolución al escoger aquellas semillas y raíces que se destacaban en sus cultivos, guardarlas y resembrarlas, privilegiando las de mejor sabor, rendimiento y tolerancia a las plagas y enfermedades. Con su trabajo de tratar de seleccionar lo mejor, con aciertos que generaban generaciones prósperas y errores que los llevaban a hambrunas, estos agricultores y sus descendientes configuraron el escenario de las plantas y los animales domesticados de hoy. Durante los últimos 2 siglos, los conocimientos asociados a la genética han avanzado más que en toda la historia de la humanidad. A principios del siglo XIX, Gregory Mendel planteó las primeras premisas de la heredabilidad; a mediados del siglo XX Watson y Crick explicaron la estructura del ADN, y se desarrollaron procesos y tecnologías que permitieron, entre muchas otras cosas, la primera secuenciación completa del genoma humano en 2003. La agricultura ha sido un gran beneficiario de este conocimiento. Gracias a una mejor comprensión entre las relaciones de los genotipos (los mapas genéticos de la especie particular), los fenotipos (grande, pequeño, dulce o amargo) el desempeño productivo (susceptible a algún factor biótico o abiótico) y el ambiente (lugar, pluviosidad, horas luz) los investigadores, cada vez con mejores herramientas, han podido orientar sus trabajos con una mayor precisión y han logrado mejoras significativas en la productividad de la mayoría de especies agrícolas. Dentro de estos avances están también los contenciosos cultivos transgénicos a los que se les han introducido fragmentos de ADN de otras especies, generando características insecticidas, de resistencia a herbicidas o una mayor vida útil. Recientemente, un grupo de biólogos de la Universidad de Broad en Massachusetts descubrió, en unas bacterias, un mecanismo antiviral llamado CRISPR-cpf1, que es capaz, con gran precisión, de alterar la información genética dentro del núcleo de una célula. Es como tener un guía genético, el CRISPR, que es capaz de llegar al lugar preciso del genoma y con unas tijeras enzimáticas, el cpf1, cortar y pegar los genes que se quieren alterar. Esto significa que si los procesos de investigación logran identificar genes particulares, o grupos de genes, como los responsables de que las plantas, animales o microorganismos expresen ciertas características deseables, comienzan a existir herramientas como el CRISPR-cpf1 que pueden incorporar estos en especies agropecuarias, controladores biológicos, etc. Y la mejor parte es que el trabajo se puede hacer privilegiando genes de una misma especie, por lo que las nuevas plantas, animales o microorganismos no serían considerados transgénicos. Pero vuelvo con mi cuento de siempre: Buena parte de las ganancias en productividad generadas por las nuevas tecnologías se quedan en las agriculturas de los países desarrollados y en países en desarrollo con climas análogos que, sin gran esfuerzo, se colinchan y se benefician de las mismas. Es por esto que en nuestra Colombia tropical dependemos de las capacidades sumadas (y ojalá articuladas) de las universidades, cenis y de Corpoica que tienen que contar con las mentes, equipos y recursos financieros que nos sitúen en la frontera del conocimiento, nos permitan aprovechar nuestra biodiversidad y desarrollar y entregarle a nuestro sector productivo las tecnologías que necesitan para competir y prosperar. En esas estamos. Juan Lucas Restrepo - Director Ejecutivo Corpoica *Publicado originalmente en Portafolio.
Puntería Genética
Por Juan Lucas Restrepo - 24 de Octubre 2015
Prácticamente todas las plantas y animales que se aprovechan hoy en la agricultura han sido diseñados por el hombre.