Ambos personajes fueron deliberadamente lacónicos, avaros en palabras, mezquinos. Ambos se negaron a condenar ese acto inmundo, a pronunciar siquiera la frase “violencia contra la revista Semana”. Ninguno habló en términos audibles de los agresores, de los asaltantes, de los indígenas enmascarados del Cauca invitados a la capital por el mismo presidente Petro para que vinieran a hacer de las suyas y a culminar de esa manera bárbara la llamada “toma de Bogotá”, con la cual él y su circo político aspiran a hacer creer que les queda algo de respaldo popular catorce meses después de haber iniciado el despótico y estrambótico gobierno actual.
Arrinconado por las voces de repudio que inmediatamente se elevaron en todo el país contra el violento ataque contra Semana y en defensa de la libertad de prensa, Gustavo Petro no ve otra salida que esconder el bulto e irse por las ramas. Dijo: "Rechazo que se ejerza violencia sobre cualquier medio de comunicación”. ¡Pero eso no es un repudio a un acto preciso, cometido por vándalos precisos en Bogotá, en el marco de una movilización precisa convocada por el mismo Petro! Es sólo una frase neutra, trivial, en el aire, una opinión, un saludo a la bandera, como dicen los argentinos, un despiste para romper la continuidad que existe entre la “toma de Bogotá” y el asalto brutal contra las instalaciones de Semana.
El ministro del Interior tampoco repudió el acto de los violentos que con sus garrotes hirieron en el cuello a un vigilante del edificio, destrozaron puertas y ventanas de Semana, pusieron en peligro la vida de algunas mujeres embarazadas que se encontraban en ese edificio, antes de huir como ratas ante la aparición de los policías del Esmad. Velasco imitó a Petro y lanzó una frase que él podrá utilizar en mil otras circunstancias: “Rechazo toda expresión de violencia, más si ésta se dirige contra la prensa”.
No nos llamemos a engaño. Petro trata de escapar a la responsabilidad que él tiene, personalmente, por lo ocurrido ayer en Bogotá. Nadie debe caer en la majadería de creer que lo de ayer es un incidente sin importancia. Y que la última palabra es el falso “pronunciamiento” del presidente y no los pasmosos acontecimientos de ayer y que “aquí no pasó nada”.
Lo de ayer abre, en efecto, un periodo de guerra abierta del despótico gobierno contra la prensa libre colombiana. Petro no soporta que lo contradigan. Él daría cualquier cosa para que los medios queden ciegos y pierdan su ética para que lo protejan, en lugar de demostrar su ineptitud y sus afrentas. Él no quiere que la prensa y las redes exhiban la verdadera naturaleza destructiva de su régimen. Para acabar con la libertad de prensa, Petro acude al método de la violencia solapada, por medio de terceros. Es un método conocido, ruin, vicioso, pérfido. Es, por ejemplo, el método del dictador Putin, tan admirado por Petro, que envía soldados sin insignias para tomarse a Crimea, y que monta estructuras paramilitares fascistas, como el grupo Wagner, para invadir Ucrania al lado de las fuerzas regulares rusas.
Ayer, en Bogotá, a la 13h42, los emisarios estipendiados de Petro aullaron, golpearon a los vigilantes y trataron, sin éxito, de apoderarse de la sala de redacción y de Vicky Dávila, directora de Semana. Minutos antes, tres camiones cargados de asaltantes, unos encapuchados y otros no, pero armados con porras, habían llegado al lugar. Un reportero escribió: “Llegaron con sus arengas en su lengua, en una posición agresiva y con violencia”. Olvidó decir que los peores se expresaron en castellano. Uno de ellos, disfrazado de indígena nasa, improvisó una tarima y lanzó desde allí espantosas amenazas contra todos los periodistas y todos medios escritos y audiovisuales de Colombia. Según ese energúmeno, la prensa colombiana es la “información del paramilitarismo y del narcotráfico”. Además, es “tendenciosa, perversa, mentirosa y asesina” y, en consecuencia, es un “aporte al conflicto armado en Colombia” pues “disparan con la jeta de los periodistas al campesinado”.
Con otro agitador, bramó que los medios, en especial El Tiempo, El País, Semana, las radio-emisoras “paramilitares” de Ardila Lule y Santo Domingo, según él, “los jefes económicos de Colombia”, y el noticiero de Fernando Londoño, han engañado al pueblo “por más de 200 años”. Enrabiado, lanzó que “hoy todo lo que hace Gustavo Petro está mal para los medios” y que éstos “no reconocen al gobierno alternativo y de la paz surgido del estallido social”.
Minutos después del asalto, Diego Bonilla, periodista de Semana, concluyó: “Esto es consecuencia de la violencia política que está generando el presidente Petro en Colombia, de sus declaraciones contra todos los medios de comunicación”. Y advirtió no sin razón: “Lo que ocurre hoy en Semana es de suma gravedad y eso le podría ocurrir a cualquier otro medio de comunicación y a cualquier empresa privada”.
La misma mañana de los hechos, un sector del mismo grupo asaltante, según admitió un vocero de la turba, se había entrevistado con la viceministra de Justicia. ¿Recibieron en esa oficina instrucciones para ese día? Eso está por determinar pues falta mucha investigación al respecto, de parte de la prensa y de las autoridades. La Fiscalía General, en todo caso, prometió que investigará a fondo todo lo relacionado con el ataque contra Semana.
Las “falsas informaciones de Semana” que denunciaron los agresores son, en realidad, las verdades y escándalos que aparecen todos los días, en casi todos los ministerios y en la misma Casa de Nariño, ofrecidos –y esa es la gran paradoja-- por deslices de sus propios funcionarios y hasta por la propia familia presidencial. Petro quiere que ese fétido olor de corrupción sea ocultado al país por los medios.
Nada será igual desde ahora en adelante, tras el golpe que ayer 29 de septiembre Petro le quiso dar a Semana y, de carambola, a todos los medios de información de Colombia.
Lo de ayer debe ser tomado como una severa advertencia: la guerra contra la prensa independiente, contra los periodistas y los medios de información en general, ha comenzado y seguramente irá escalando en brutalidad y cinismo y tendrá efectos psicológicos y físicos en Semana y en los demás órganos de prensa y en las redes sociales de Colombia durante los próximos años. El daño que le ha hecho Petro a la libertad de expresión, información y de prensa en Colombia es inconmensurable.
Para destruir los planes liberticidas de Gustavo Petro y de sus seguidores no nos queda más remedio a todos los hombres y mujeres libres de Colombia y a todos los medios de información y comunicación, que cerrar filas, unificar líneas de acción prioritarias, explicarle al mundo la crisis que está viviendo Colombia y pedir la solidaridad militante de los periodistas y publicaciones decentes del mundo.
El presidente Gustavo Petro es el mayor responsable de ese significativo asalto contra un importante y valiente órgano de prensa. El optó por seguir los pasos de tiranos como Castro, Chávez, Maduro, Ortega, Morales y Correa, para citar sólo a los de Latinoamérica, que ven en la libertad de prensa su adversario más temible.