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Para tener en cuenta

Por Miguel Gómez Martínez - 01 de Septiembre 2016

El Gobierno, apurado por su impopularidad y presionado por la guerrilla, cedió en muchos temas que no puede cumplir, y no va a cumplir.

El Gobierno, apurado por su impopularidad y presionado por la guerrilla, cedió en muchos temas que no puede cumplir, y no va a cumplir.   Porr fin, el Gobierno se dignó publicar el acuerdo, todavía no firmado con las Farc. Lo responsable es leerlo con cuidado y a conciencia. En esas estoy, y quiero hacerlo con el prisma de la buena voluntad. Quisiera creer que el Gobierno no se entregó. Quisiera pensar que las Farc son sinceras en sus intenciones de abandonar el terrorismo y aceptar las reglas de juego democráticas. Hago un esfuerzo constante para no leer las páginas con el lente de lo sucedido en Venezuela, en los últimos años.

Pero no quiero, ni debo, leer el acuerdo sin tener en cuenta algunos elementos que son determinantes para saber si el acuerdo es viable y la paz es posible. Todo ciudadano tiene la obligación de enmarcar lo que lee en la realidad. No hay que olvidar que la guerrilla tiene una visión desactualizada y descontextualizada de la realidad del país, y del mundo. Han estado encerradas en su mundo ideológico y dogmático.

Por su parte, los negociadores del Gobierno son marcianos que creen que la paz justifica todo. En los negociadores no hay ningún empresario, ningún emprendedor, y brillan por su ausencia los que conocen el país real. De la Calle, Jaramillo, los generales, la canciller forman, todos, parte de ese microcosmos del poder bogotano elitista, acostumbrados a la lagartería, que se creen superiores al ciudadano común y que posan de estadistas. Lo que ellos acordaron puede resultar lógico para sus visiones de la vida, pero puede ser inaceptable para los colombianos.

También, hay que leer el texto a la luz de la capacidad que tienen las partes de hacerlo cumplir. ¿Tienen las Farc la capacidad y la voluntad de lograr que todos sus frentes se desmovilicen? ¿Pueden ellos garantizar que dejarán el negocio del narcotráfico? ¿Están dispuestos a abandonar el uso de las armas, o seguirán buscando excusas para aterrorizar a la población? ¿Aceptarán, finalmente, las Farc su responsabilidad histórica en los crímenes de lesa humanidad que cometieron? ¿Pedirán perdón sincero a decenas de miles de víctimas de sus atrocidades?

Pero, igualmente, tengamos en cuenta al leer, que el Gobierno, apurado por su impopularidad y presionado por la guerrilla, cedió en muchos temas que no puede cumplir, y que no va a cumplir. No hay que olvidar que la situación fiscal es de penuria, no hay margen monetario y los niveles de deuda de Colombia son altos. Ojalá ese afán por mostrar un resultado no termine siendo listado de ilusiones imposible de cumplir, que genere más frustraciones que soluciones.

El acuerdo es indigesto y, a pesar de lo que afirma el Gobierno, es una reforma constitucional, e incluso es mucho más. La lectura de las primeras 2 secciones confirma que en ciertos puntos el Gobierno aceptó principios que pueden interpretarse como peligrosos para ciertas libertades.

Resulta increíble que un pequeño grupo de hombres armados haya logrado doblegar al Estado para obtener tantas concesiones. Está claro que las Farc siempre podrán invocar que el Estado no cumplió lo acordado y que el establecimiento le puso conejo a la paz. Ese es el mayor temor que me asalta al iniciar la lectura de lo acordado. Esa sensación de que todo es un show para que nada, finalmente, nada cambie.