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¿Otro IFI?

Por Miguel Gómez Martínez - 20 de Octubre 2017

Nunca escribo ni me inmiscuyo con instituciones en las que he ejercido responsabilidades. Respeto a quienes me han reemplazado porque sé que lo único que no necesitan es alguien que, desde afuera, les ponga zancadillas. Nunca vuelvo a esas instituciones, ni me dejo hacer homenajes ni participo en sus actividades. Pero tengo que hacer una excepción.

Fui presidente de Bancóldex entre 1998 y el 2002. Es una entidad que quiero y respeto mucho. Me correspondió enfrentar los años más duros, con el coletazo de la crisis financiera internacional, la pérdida del grado de inversión y la recesión económica que nos dejó el gobierno de Ernesto Samper. Pude apreciar la solidez de esa institución financiera pública, administrada con criterio privado, sin corrupción ni burocracia. Bancóldex logró, durante esos años difíciles, mantener abierta la financiación de la economía colombiana. Fue, en un momento crítico para las finanzas públicas, la entidad que evitó el default de la Nación.

Bancoldex es un banco de redescuento y, por lo tanto, sus principales clientes son los intermediarios financieros. Tiene algunos servicios de riesgo directo en materia de comercio exterior. Siempre ha estado presente el debate de si el banco debe prestar directamente a la economía. Cuando Colombia tenía entidades financieras pequeñas y locales, Bancóldex, apoyado en su patrimonio y solidez, cumplía un papel fundamental para irrigar crédito al sistema. Mucha agua ha corrido bajo el puente y hoy el sistema financiero colombiano es robusto, diversificado e internacionalizado. 

Es cierto que el redescuento no es hoy atractivo como mecanismo de fondeo para la mayoría de las instituciones financieras y que el mecanismo cumplió su ciclo. Siguen existiendo problemas serios de acceso a la financiación en las medianas y pequeñas empresas. El tema central es la calidad de las garantías que estas pueden ofrecer como respaldo. También es cierto que los pequeños son penalizados con tasas altas y plazos más cortos que reflejan el mayor riesgo. Existe, entonces, un espacio en el cual el Estado puede participar para mejorar las condiciones de acceso a la financiación de los pequeños y medianos empresarios innovadores. 

Pero la idea de convertir a Bancóldex en un banco de desarrollo que preste directamente a las grandes empresas, es un doble error. Genera una competencia con el sector financiero, con recursos públicos que no están sometidos a las mismas exigencias de rentabilidad y gestión del riesgo. Además, por las informaciones disponibles, el banco le prestará más barato a quienes no lo necesitan y tienen acceso al sistema financiero. Es el claro ejemplo de un innecesario subsidio a los ricos, mientras se desatiende la función social de orientar crédito a los que tienen dificultades de acceso.

La experiencia confirma que, en todo país y en todo momento, el estado banquero está sometido a las presiones políticas del gobierno de turno, siempre presto a favorecer a sus amigos y financiadores de las campañas. Los funcionarios son malos banqueros porque el dinero que están prestando puede justificarse con el argumento de la ‘rentabilidad social’ de proyectos y tienen el comodín de trasladarle al gobierno que sigue, los errores cometidos. 

Bancóldex debería transformarse en un inmenso fondo de garantías para las pymes, no en otro IFI que mucho le costó al país. Portafolio, Octubre 17 de 2017