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columna

“¡Oh, mi patria, tan bella y perdida!”

por: Luis León- 31 de Diciembre 1969

Lo canta el coro del tercer acto de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, que basado en el Salmo 137 narra el exilio del pueblo hebreo a Babilonia. También lo utilizó el pueblo italiano como canto a la libertad en la ocupación austríaca de 1.848.

Lo canta el coro del tercer acto de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, que basado en el Salmo 137 narra el exilio del pueblo hebreo a Babilonia. También lo utilizó el pueblo italiano como canto a la libertad en la ocupación austríaca de 1.848.

¿Y es que acaso nuestra bella patria es ese coro persistente e intermitente de nuestra historia que siempre nos desgarra en una irracional capacidad de autodestrucción y negación de la felicidad y la grandeza?

¿Por qué, con una testarudez inexplicable y fratricida tenemos que entonar el llanto de el “Va, pensiero” de Verdi antes que nuestras alegres cumbias y nuestros nostálgicos bambucos?

¿Qué enfermedad crónica y ancestral nos obliga a los colombianos a levantar el garrote de la ira contra nuestros hermanos para derramar las lágrimas de los abuelos y la vergüenza de nuestros hijos?

¿Estamos condenados a un exilio interior de intolerancia y cainismo?

Son preguntas que parecen apocalípticas, sobreactuadas y de una teatralidad probablemente injustificada: Se podrían desinflamar con explicaciones gratuitas de una normal confrontación política de ideas, de un gobierno (cualquier gobierno) que casi por definición es incapaz de aportar soluciones que a todo el mundo le satisfagan, de una ira contenida y una indignación de muchos sueños rotos. De una mitad de la sociedad civil que no sabe cómo arrimar el hombro y decide salir a la calle a dar patadas y la otra mitad que no quiere zancadillas para madrugar y llevar a su casa un trozo de pan.

“¡Oh, mi patria, tan bella y perdida!”

¿Cómo puede un pueblo superar sus pesadillas y evitar un abismo?

Desde la distancia me esfuerzo en leer artículos y lamentos de un lado y del otro.

Me estremece la entropía del caos y la sutil debilidad de los equilibrios.

Me quita el sueño ese fantasma de que todo tiene que ir peor para empezar a mejorar, de que la noche es más oscura antes de amanecer.

Los comunistas salen a incendiar la calle pero saben que entre barricada y barricada solo en el capitalismo se puede comer un buen trozo de pan recién hecho con un filete y un vaso de vino.

Y por qué no decirlo, entre los capitalistas se disimula una sospechosa bulimia que puede matar de exceso de colesterol.

Dicho así, podríamos estar tentados a un reduccionismo del conflicto social en un problema estomacal decimonónico entre ricos barrigones y obreros famélicos y desesperados. Y hace mucho tiempo que Colombia ha dejado de ser un país del tercer mundo para considerarse como “país en vías de desarrollo”. Y, probablemente, este “en vías de” puede producir y generar las mayores tensiones sociales entre sectores que mantienen ciertos privilegios, trabajadores y agricultores que han visto mejorar sus posibilidades y una clase media, que siendo el termómetro del progreso, sigo siendo la depositaria de las mayores incertidumbres y el mayor esfuerzo fiscal.

Economistas y sociólogos podrían darnos mil explicaciones para desinflamar el insoportable desasosiego que respiramos. Psicólogos y patriotas podrían recetarnos que el hoy parece derrumbarse pero que el mañana nos pertenece, pero lo que a mí no deja de producirme un profundo insomnio es esa inquietante sensación de que Colombia no puede sacudirse de una pulsión fratricida de autodestrucción e intolerancia que, por otra parte, no es extraña a la misma condición humana.

El “buen salvaje” del romanticismo rousseauniano siempre está desacreditado por los puños cerrados y amenazantes del vecino que nos quiere degollar por ser diferente.

¿Existe el pueblo, existe la gente, existe Colombia o no es más que metafísica semántica de muchos pueblos, muchas clases de gente y muchas Colombias que no disponen más que del garrote?

¿No es posible que un remoto sueño de racionalidad nos permitiera construir una casa común en el que los hinchas furibundos amaran más al Fútbol que a los escudos de sus equipos?

Y por terminar con el “bel canto” y las arias con las que empecé, (me lo estará agradeciendo Abelardo De La Espriella), me acojo al tránsito del lamento del “Va, pensiero” de Verdi a la profunda esperanza del “Nessun dorma” de Puccini:

https://youtu.be/KIKPwFjn9DI

https://youtu.be/1sauxgcgBEQ

Luis León.

(…desde algún rincón de Madrid)