Tal vez el referente más cercano que tengo de una cuarentena haya sido el regreso de los astronautas del Apolo 11, que fueron los primeros en alunizar. Se temía que en la Luna pudiesen existir patógenos o enfermedades que generaran peligro para los humanos. Estuvieron entonces Armstrong, Aldrin y Collins varias semanas confinados mientras se les realizaban toda una batería de exámenes médicos y se descartaba cualquier peligro.
La cuarentena actual es un hecho para el que no estábamos preparados. La normalidad dejó de ser normal y lo que era anormal se volvió la rutina de todos los días. No ir a la oficina, algo que era anormal, se volvió la norma. No estar con los amigos, salir a restaurantes, ir al cine o viajar, que eran actividades normales y frecuentes, dejaron de serlo. Ni siquiera ir al mercado o al banco es algo que hoy hagamos con normalidad.
Muchos nos preguntamos cómo será el retorno a la normalidad. ¿Volveremos a la rutina? ¿Queremos volver a lo mismo? ¿Podemos regresar a lo de antes? La respuesta a estos tres interrogantes es un rotundo no. Nada volverá a ser como antes. Nada podrá ser como antes.
Eso sucede porque la pandemia ha cuestionado muchos de los principios como operábamos. A la fuerza tuvimos que adaptarnos a otras formas de trabajar, convivir y sobrevivir. Descubrimos que podemos ser más productivos utilizando la tecnología y reduciendo la movilidad. También entendimos lo improductivos que podemos ser cuando tenemos el día entero por delante para trabajar en lugar de las ocho horas de la jornada laboral.
Lo más disruptivo es reconocer que podemos vivir con mucho menos. Sin tiendas ni vitrinas, consumimos menos y por ello el futuro probablemente se caracterizará por una menor demanda. Podemos vivir sin afeitarnos, pero no sin internet. Las pantuflas son más cómodas que los zapatos de suela (eso ya lo sabíamos) y vivir sin corbata es posible (algo que también sabíamos). También aprendimos que, en las conversaciones virtuales, todos hablamos en exceso, que escuchar con audífonos cansa y aburre. Además, nos dimos cuenta de lo mala que es la programación de televisión de lo buenos que son tantos libros que no habíamos podido disfrutar. Podemos, aunque es duro, vivir sin fútbol y sin deportes. El automóvil no será tan indispensable en un mundo donde la movilidad dejará de ser atractiva.
Nadie saldrá incólume de este proceso. El comercio y los centros comerciales, templos del materialismo, perderán atractivo. Los conciertos y las discotecas pasarán un largo período de decadencia. El turismo de montoneras también sufrirá. Los viajes de trabajo serán mucho menos necesarios y frecuentes. Ni siquiera las iglesias podrán ignorar los cambios experimentados.
Grandes ganadores de este proceso son los del área de salud cuya importancia y peso político crecerá; los que facilitan la logística acercando a los productores y consumidores; los ambientalistas pues experimentamos en carne propia el costo del crecimiento. Triunfadores son todos los que puedan concentrarse en lo básico y abandonar lo superfluo.
La nueva normalidad será todo menos normal.
Miguel Gómez Martínez
Presidente Fasecolda.
Portafolio, abril 14 de 2020