Los jefes políticos del paro pretenden ahora expropiarnos el lenguaje para darle al vandalismo el nombre que más les conviene a sus fines electorales del 2022
Resulta que ahora —además nos creen estúpidos a los colombianos— los jefes políticos del paro pretenden dejar las cosas en tablas diciendo que lo que ocurrió fue un “estallido social”, así no más. Que después de siglos de desigualdad y desesperanzas un sector de la población estalló, ¡pump! Y ya.
“Que hubo un estallido social”, es cierto.
“Que el estallido social tuvo causas justas”, también es cierto.
“Que el país no aguantó más y estalló ante la indolencia histórica de los de arriba, la corrupción de los políticos y la estupidez de la reforma tributaria”, también es más que cierto.
Pero pensar que todo lo que ha ocurrido en nuestro país a lo largo y ancho de estos 45 días puedan llegar a ocultarlo bajo el calificativo genérico de un estallido social, es un despropósito.
Es tan impensable como pretender ocultar un bombardeo detrás de un estallido.
Porque eso sí fue lo que hubo: un estallido y un bombardeo. Un estallido social combinado con un bombardeo preparado, sistemático, sostenido y con cálculo electoral.
He escuchado a algunos analistas repetir que a los jefes políticos del paro “el paro se les salió de las manos”. No lo veo así.
Por el contrario, las evidencias muestran que el paro les salió mucho mejor que lo que ellos pensaron y calcularon cuando lo convocaron.
Vamos por partes.
En primer lugar, se les apareció el baloto con la estupidez de la reforma tributaria.
Hasta antes de la reforma tributaria la apuesta máxima consistía en repetir las jornadas de finales de 2019. Pero una vez Carrasquilla les hizo el milagro, todo cambió de dimensiones y sus apuestas crecieron como una hiperinflación.
En esto no hay que equivocarse. Las encuestas que marcaban el 90 % contra la reforma tributaria se quedaban cortas. Éramos el 100 % de los colombianos los que la rechazábamos. Salvo 5 o 6 sabios incomprendidos que levitaban en el sopor del Palacio de Nariño, toda Colombia estaba en contra y en contra con rabia.
Obviamente se les ofrecieron a los jefes políticos del paro las mejores condiciones posibles para la puesta en marcha de sus planes políticos y de sus métodos estratégicos.
En segundo lugar, nunca hay que perder de vista algo que ya es verificable históricamente. Se trata de que la extrema izquierda no tiene noción política de la democracia. Ellos no usan la democracia, ellos abusan de la democracia.
De allí que no es que el vandalismo aparezca cuando las cosas “se les salen de las manos” sino que forma parte de sus planes y sus métodos.
Me explico mejor:
Comencemos por la definición de vandalismo que nos brinda la Real Academia de la Lengua: “Espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana”, y por tener claro que no se debe de olvidar que la extrema izquierda tiene origen en planteamientos que partieron de la base de que la injusticia social nace con la aparición de propiedad privada. Esto quiere decir que para ellos la propiedad privada es el yugo adonde se sacrifica a la humanidad y adonde se concreta lo que denominan “la explotación del hombre por el hombre”.
Dirán ellos ahora:
—Pero, ¿quién carajos está proponiendo acabar con la propiedad privada?
—Ni más bobos que fueran —les respondería don Pedro, el tendero de la esquina, —quién va a ser tan pendejo, después de la caída del Muro de Berlín, de salir a unas elecciones a proponer acabar con la democracia... ellos saben que no sacarían ni un voto—.
Claro que a estas alturas no hay una sola extrema izquierda que se presente a un certamen democrático con la propuesta de acabar con la propiedad privada. No obstante, la ideología primigenia les dejó en el ADN una especie de anticuerpo hostil contra todo lo ajeno. Es como un resentimiento insuperable contra todo lo que no es de ellos, no importa que sea público o privado.
Y los hechos hablan con claridad suficiente.
Para no ir muy lejos, las Farc acaban de reconocer ante la JEP que cometieron 22.000 secuestros.
No tiene discusión que para secuestrar a 22.000 personas se necesita exacerbar, como mínimo, un desprecio infinito por lo ajeno.
Es que haciendo un cálculo elemental, si contabilizamos que las Farc estuvieron en armas 50 años, que son 18.250 días, llegamos a la penosa conclusión de que durante su larguísima existencia realizaron más de un secuestro por día.
Si no fuera por todo lo demás que les conocemos, era de suponer que no debió de quedarles más tiempo que para secuestrar.
—Es que había que financiar la guerra— dicen ellos.
Efectivamente ese es el caballito de batalla con que la extrema izquierda sigue pretendiendo justificar el vandalismo; con el cuento chino de que su causa es tan justa y verdadera que ellos poseen la razón histórica que los faculta para poner al resto a pagar los costos inevitables de su camino al poder.
Desde esa misma genética de desprecio por lo ajeno fue que vimos a Chávez ordenar expropiaciones de empresas a diestra y siniestra, con vanidoso desparpajo, ante las cámaras de televisión, solazado en una especie de orgía ideológica.
Desde esa misma genética de desprecio por lo ajeno, los vimos quemando estaciones y buses del transporte público de todos.
Desde esa misma genética nos expropiaron por semanas las carreteras por donde nos desplazamos y transportamos los frutos de nuestro trabajo.
Desde esa misma genética los miembros del Comité de Paro se apropiaron de la potestad para sobreponer sus intereses políticos por sobre el derecho de los colombianos a la vida y la salud en plena pandemia.
Desde esa misma genética los jefes políticos del paro pretenden ahora expropiarnos el lenguaje para darle al vandalismo el nombre que más les conviene a sus fines electorales del 2022.
—Que aquí hubo un estallido social— es muy cierto y debemos atenderlo con la democracia y la justicia que han faltado históricamente.
Pero también es cierto que los colombianos somos conscientes del bombardeo premeditado y sistemático contra los millones de personas que humillaron, contra los miles de empresarios que quebraron, contra los miles de familias que perdieron a sus seres queridos por no contar con un tanque de oxígeno a tiempo, contra los cientos de muchachos que mataron e hirieron por el solo hecho de portar un uniforme.
Por eso es que no estoy de acuerdo con quienes insisten en que lo que pasó fue que “el paro se les salió de las manos”. Eso no es cierto.
Lo que verdaderamente pasó fue que los jefes políticos del paro no se dieron cuenta de que mientras ellos creían avanzar en su estrategia electoral, por el otro lado en Colombia avanzaba la más repentina, eficiente y masiva campaña de vacunación alguna vez vista.
Los colombianos quedamos vacunados contra el vandalismo y en el 2022 nos entregarán el premio.