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No hay que perderse “Encanto”

por: Carlos Alonso Lucio- 31 de Diciembre 1969

Después que tantas veces se ha trapeado con nuestra bandera, es importante poder mostrarles a nuestros niños y a los del mundo entero la verdad de nuestra verdad

Después que tantas veces se ha trapeado con nuestra bandera, es importante poder mostrarles a nuestros niños y a los del mundo entero la verdad de nuestra verdad

Me gustan estas fechas, cuando los villancicos comienzan a hacer estragos en la cotidianidad de nuestras vidas.

Lo confieso: pocas cosas me cuestan tanto trabajo como cumplir con los mínimos disciplinarios que exige la cotidianidad.

—Ya lo sé… acepto que es un error serio de mi personalidad. Prometo que seguiré haciendo esfuerzos hasta el último de mis días.

Tendría que ser demasiado torpe como para no entender que esa vaina se necesita.

De las renuncias obligatorias de la pandemia hubo una que me impactó particularmente. Me refiero al cine.

Siempre me ha fascinado el cine. Y no solamente por las películas. El plan de ir a cine y después salir a tomarse un par de copas conversando sobre la película me encantará toda la vida.

El público del cine suele gustarme. Por lo menos el que acude a las películas y los teatros que me gustan. Me gusta verlos hacer las filas con la cordialidad espontánea. Me gusta verlos mirando la pantalla con un grado de concentración que ahora, en la civilización de las redes, parece como en vía de extinción. Me gusta ver las caras de satisfacción cuando encienden las luces y la película estuvo a la altura.

En todos los eventos públicos, el público es un protagonista de primer orden. Por ejemplo, ver bailar es uno de los planes más ricos. Por el contrario, esa jodetería de las barras bravas me alejaron por completo de los estadios de fútbol.

—¿Quién va a ser tan pendejo de arriesgarse a que le peguen una puñalada por ir a ver jugar el Santa Fe?

El miércoles pasado fui a ver Encanto.

—¡De película!

Lo primero que me gustó fue que tomaron la historia de violencia de Colombia con consideración y con respeto. Todo lo contrario de lo que han hecho tantas veces, que se esmeraron por hacer de los charcos de sangre un recurso orgiástico de la cinematografía.

En Encanto muestran la realidad linda de nuestro país. Para empezar, su gente. La familia Madrigal es la familia tradicional colombiana, Maribel es el prototipo de la mejor mujer colombiana, la comunidad de la película refleja a esas comunidades de nuestros campos que se la juegan contra viento y marea por salir adelante y que, al final, terminan saliendo adelante.

Lograron recoger el alma de nuestros paisajes, de nuestra arquitectura, del tono de nuestro lenguaje. Lograron desentrañar del salón oscuro la luminosidad única de nuestro trópico. Y la esperanza; esa que forma parte del ADN constitutivo de la colombianidad. Esa que han intentado lacerarnos y no han podido ni podrán.

A mí me alegra mucho ver a Colombia exaltada ante el mundo.

Después ver que tantas veces se ha trapeado con nuestra bandera, es trascendental poder mostrarles a nuestros niños y a los niños del mundo entero la verdad de nuestra verdad.

En el fondo, no deja de dejarme un cierto cuestionamiento que haya sido Walt Disney, un extranjero, quien haya tenido que venir a mostrar lo mejor de nosotros y que no hayamos sido los colombianos quienes lo hayamos hecho.

Pareciera que la intelectualidad colombiana —porque los que hacen cine y series son los intelectuales— hubieran perdido el corazón para mirarnos con el respeto, la consideración y la esperanza que necesitamos.

Ojalá, por estas fechas, algún villancico les haga estragos en su cotidianidad lúgubre.

Thanks, Walt.