La frase que sirve de título a este escrito es de Juanpa, por supuesto. Pronunciada a propósito del despeje del corregimiento Conejo, le sirvió para recordar que esa había sido promesa solemne suya en los comienzos de estos diálogos con los asesinos de las Farc, y que algo parecido no había ocurrido y no se repetiría jamás. Juanpa suele caer muy pronto en la red de sus propias mentiras. No bien había dicho lo que se recuerda, aparecieron testimonios gráficos, fílmicos y de viva voz, que lo contradecían. Lo de Conejo había pasado ya por lo menos 4 o 5 veces, en las mismas condiciones y parejas circunstancias. Lo que dañó la fiesta fue que se supiera lo que entre Juanpa, el ministro de Defensa, De La Calle con Jaramillo y la Policía venían haciendo sistemáticamente. La cosa era muy sencilla. Un avión jet, sin duda contratado por Jaramillo, salía de La Habana con su carga de malhechores, para depositarla en un aeropuerto con capacidad de recibirlo. Enseguida, aparecía un helicóptero con los emblemas de la CRUZ ROJA, dedicada en Colombia a traicionar su carta fundacional para transportar delincuentes, y volaba hacia el lugar establecido, donde esperaban centenares de bandidos en armas y pobladores civiles de la zona que por buenas o por malas acudían para escuchar las charlas pedagógicas. Lo que venía era el discurso, la arenga, el parte de victoria y la advertencia, todo incluido. Los moradores del lugar quedaban bien enterados de en manos de quienes quedaban y cómo a partir del momento pasaban a ser propiedad suya, con el respaldo, esta vez, del Gobierno Nacional. Para que la trama funcionara a la perfección, el ministro de Defensa y los mandos militares y de policía ordenaban el despeje de la zona. Lo mismo que en Conejo. Lo mismo que pasará cuando se firme la paz, el Ejército desaparece y la gente, el territorio, la autoridad quedan en manos de los bandidos. En Conejo falló el sigilo y la patraña pasó a conocimiento de la gente, que reaccionó con la sorpresa iracunda que era de esperar. Fue entonces el turno de la ira fingida de De La Calle y de Juanpa y todo el Gobierno, estupefactos de que estuviera ocurriendo lo que ellos organizaban, ordenaban y ejecutaban siguiendo las sucias convenciones de La Habana. Una traición, una metida de pata contra la confianza –vaya uno a saber eso como se come y se compone-, un abuso de los negociadores de la guerrilla, dijeron los del coro de sorprendidos con las manos en la masa, jurando que no volvería a ocurrir lo que vimos con nuestros ojos y oímos con nuestros oídos. Algunos detalles se olvidaron. Los bandidos no cogieron un bus en La Habana para llegar a Conejo, a hurtadillas, sin que nadie los viera. Vinieron en jet fletado por los mismos que reclamaban “atónitos” contra su audacia. Tampoco llegaron a Conejo a pie o en mula, sino en helicóptero contratado con dinero oficial y dolorosamente protegido por la Cruz Roja. No tuvieron que sentarse en la yerba, sino que estaban dispuestas tarimas como las de Jorge Barón en concierto, con equipo de sonido impecable y costoso. Y por supuesto, traían la garantía del despeje, ordenado por el ministro y cobardemente cumplido por los Comandantes de las Fuerzas encargadas de capturar delincuentes armados. Viendo bien las cosas, lo de Conejo no fue una desgracia sin dividendos para la Nación. Con la vergüenza que les significa comprobar en qué andan sus autoridades, en qué andan su Ejército glorioso y su Policía abnegada. Con todo el dolor que sienten por verlas comandadas por jefes indignos, que han puesto las tropas al servicio de los criminales, los colombianos han aprendido, oportunamente, su dura lección. Lo de la Habana es así y lo que vendrá, por supuesto, será mucho peor. En Conejo ha quedado en evidencia el complot que se teje en La Habana, aún para los más incrédulos o los más confiados. Las imágenes que nos pasaron los medios de comunicación, son el anticipo de las que veremos todos los días, en todas partes, cuando se firme y se ratifique de cualquier manera este acuerdo maldito. Nos dieron a escoger y por eso la furia del jefe negociador, del ministro y de Juanpa. porque quedaron en pelota ante la opinión pública. La tramoya continuará, porque ese es el designio siniestro. La única cuestión es si en medio del horror y la repugnancia que estas escenas han producido en el corazón de todos, estamos dispuestos a permitir que se nos aplique entera la receta. Es hora de la reacción. Es hora de exigir cuentas y tomar posiciones, por arriesgadas y costosas que parezcan. Usted, colombiano que me lee, ¿quiere que lo gobiernen como las Farc gobernaron Conejo esos dos días?