Construir narrativas es una poderosa estrategia política. La izquierda es superior en este ejercicio donde se tuerce o ignora la realidad para crear una imagen, perdurable en el tiempo, que se convierte en verdad única e incuestionable.
Hay varios ejemplos.
El más destacado es que la revolución cubana es un éxito y un modelo digno de imitación. No importa el número de sus ciudadanos que intentan huir de la isla, ni la horrible pobreza en la que viven, ni la ausencia de libertades de ese sufrido pueblo. La narrativa de izquierda logra siempre ignorar estos hechos para salir en defensa de los sátrapas de La Habana.
Narrativa exitosa es aquella de que en Colombia seguimos sumidos en una estructura medieval sin progreso ni esperanza. Las cifras contradicen este discurso recurrente en los sindicatos, los medios académicos, las ONG, los políticos y periodistas.
Estas narrativas son asumidas sin cuestionamiento por todos los que, desde el exterior, se acomodan con este tipo de visiones simplistas y reduccionistas de una realidad siempre más compleja. Resulta fácil afirmar que todo es culpa de la colonia española, la iglesia católica, la concentración de la tierra y las élites obtusas.
Que la realidad sea mucho más matizada y menos maniquea no tiene importancia. Hay que mantener la narrativa porque es muy útil para muchos.
Narrativa es que la guerrilla representaba al pueblo colombiano y que su lucha era popular. La realidad es que secuestraban, extorsionaban y asesinaban a todos los que no compartían su objetivo político.
Si en Colombia hubo el horror del paramilitarismo es por la indefensión de los ciudadanos sometidos al terrorismo de la guerrilla y al abandono de un estado que no quiso asumir la responsabilidad de defenderlos.
Si el narcotráfico se salió de madre y amenazó nuestra democracia fue, en muy buena medida, por su alianza perversa con la guerrilla en extensas zonas del país.
Esa es la verdad que no aparece en la narrativa de la izquierda. Por ello el obsesivo control que la izquierda tiene de la Comisión de la Verdad pues escriben la historia como les conviene, ignorando estos hechos que todos los colombianos sabemos ciertos.
Escudados en estas narrativas, los parlamentarios de las Farc, autores de los más horribles crímenes, posan de humanistas y respetuosos de los derechos humanos.
Hay narrativas en construcción como aquella de que se deben imprimir billetes para salir de la pobreza o que cerrar el comercio exterior sería bueno para los pobres.
Narrativa es sostener que la empresa pública es siempre mejor que la privada y que la propiedad es la madre de todos los males.
Sorprende cómo desde la academia, que debería tener el compromiso con la verdad, se validan estos discursos. La narrativa es un arma con fines políticos disfrazada de verdad científica.
Miguel Gómez Martínez
Presidente de Fasecolda.
Portafolio, febrero 09 de 2021