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columna

Muy importante que Petro y Uribe se reúnan de nuevo

por: Carlos Alonso Lucio- 31 de Diciembre 1969

Presidente y expresidente tienen las llaves de la nueva paz, ojalá se sienten a pactar que esta paz quede fuera del escenario de las peleas políticas cotidianas

Presidente y expresidente tienen las llaves de la nueva paz, ojalá se sienten a pactar que esta paz quede fuera del escenario de las peleas políticas cotidianas

Sería muy importante para el país que el presidente Petro y el expresidente Uribe se reúnan de nuevo para tratar el tema que provoca la mayor sensibilidad: el de la Paz Total

Lo planteo sobre la base de dos hechos concretos. El primero, que ya se reunieron; que ya mostraron la disposición democrática que les permitió reunirse para conversar sobre los grandes problemas, atendiendo al sentido de responsabilidad histórica que sus grandes liderazgos les exige. Y segundo, que el nuevo gobierno ya tomó la decisión de abrir una nueva política de paz a la que llamó Paz Total.

Antes, tan siquiera, de entrar a evaluar la pertinencia o no, la importancia o no, los actores o no, de los procesos que se anuncian, hay que comenzar por decir que el nuevo gobierno los anunció desde la campaña y así fue como salió elegido. Luego está en todo su derecho de emprenderlos y su legitimidad no está en cuestión.

Ahora sí, opino que abrir los nuevos procesos de paz es acertado y de la máxima importancia. La realidad política y las crisis de seguridad que padecen las regiones lo urgen, comenzando por el proceso con el ELN respecto del cual el presidente Duque desplegó una terquedad y una incomprensión supinas. Duque hubiera podido hacerlo, hubiera debido hacerlo, recibió muchos consejos para que lo hiciera y sencillamente no quiso hacerlo.

Los colombianos parecemos mal dotados para aprender de la experiencia. Es como que no supiéramos aprender de la vida, de lo que nos pasa, de lo que nos ha pasado. Repetimos los errores con una irresponsabilidad pasmosa, como si esos errores no nos hubieran costado los dolores infinitos que nos han costado. Para citar tres, nomás: violencia, corrupción y pobreza. Los venimos cometiendo desde hace doscientos años, cuando fundamos la república, y seguimos cometiéndolos, cada vez con más insolencias.

El primer llamado que debemos hacerles al nuevo gobierno y a los líderes de todos los partidos es que, por favor, no repitamos los errores cometidos en los procesos de paz anteriores. No hay por qué cometerlos. En materia de procesos de paz no estamos inventándonos el agua tibia. Tenemos mucho de donde aprender.

Hay un error que se cometió en el proceso de La Habana con las Farc y que de ninguna manera debería volver a cometerse. No tiene ningún sentido someter los procesos de paz a la irracionalidad de la pugnacidad política.

Los procesos de paz no pueden convertirse en un arma de guerra política contra nadie. La victoria de ninguna paz debe significar la muerte política de nadie, ni el fracaso de ningún proceso de paz debe convertirse en la victoria política de nadie.

Fue por el camino de ese error en La Habana que llegaron a querer someter un proceso de paz a un plebiscito. Un plebiscito con el que algunos buscaban ir más allá de la legitimación de un proceso; también buscaban el aniquilamiento político de su adversario.

Cuando hicimos el proceso de paz del M-19 no se nos pasó por la cabeza hacer ningún plebiscito. Por una sencilla razón: porque desde el principio supimos que teníamos que construir un consenso político que rodeara los acuerdos de un clima de legitimidad indiscutible. En aquel entonces, tanto el gobierno Barco como el M-19, tuvimos el acierto de sentarnos, cada uno por su lado, a consultar e invitar a los expresidentes Turbay Ayala y López Michelsen, los dos grandes jefes liberales, y al expresidente Misael Pastrana y al doctor Álvaro Gómez, los dos grandes jefes del conservatismo. Cuando Barco y Pizarro firmaron, el 87 % de los colombianos celebraban esos acuerdos.

¿Para qué plebiscito con un 87 % a favor?

Por el contrario, en La Habana se tardaron como cinco años construyendo un avión y se les olvidó que al mismo tiempo han debido construir la pista en Colombia adonde pudiera aterrizar sin problemas. No lo hicieron así y ya todos hemos podido mirar las consecuencias.

Los años han pasado y esperamos que los radicalismos ideológicos también. Necesitamos que la madurez y la responsabilidad histórica se impongan.

Yo creo que a estas alturas a nadie se le ocurriría decir que el de La Habana fue el mejor acuerdo de paz del mundo, de la misma manera que nadie con dos dedos de frente saldría a decir que fue el peor proceso de paz del mundo. En plata blanca, ni los unos ni los otros tuvieron la razón en su momento.

Hoy se trata, simplemente, de no cometer los mismos errores. Se trata de comenzar a construirle un consenso social, un clima de reconciliación, un sentido de futuro, un sentimiento de esperanza para nuestra nación.

Está probado que no hay paz de las armas sin reconciliación política de la nación.

Tanto o más importante que las mesas de negociación son los hechos de la distensión política y de superación de la polarización política de la sociedad.

Hay temas que son de nación, que son de sociedad, que son de todos. La paz, diría yo, es el primero de ellos.

Ojalá se sienten pronto Petro y Uribe a conversar sobre la paz de Colombia. Ojalá se sienten a pactar que la paz quede por fuera del escenario de las peleas políticas cotidianas y logren crear un espacio de co-construcción, de reflexión constructiva. Donde se escuchen con cuidado y de buena fe. Ojalá creen unos equipos conjuntos que sean capaces de tejer una buena paz para todos.

Petro y Uribe son los que tienen las llaves de la nueva paz de Colombia