Marta Lucía Ramírez no es precisamente la mata de la simpatía. Su responsabilidad y su rigor la han llevado a parecer más una dama de hierro que una candidata en desfile, donde se derrochan sonrisas y saludos a tutiplén. Quizás por eso la famosa Convención Conservadora que la catapultó como la líder de más proyección en su colectividad terminó como el ejercicio de la verdadera renovación en ese partido. Por primera vez en muchos años la organización partidista de Caro y Cuervo se había puesto modo legado de Álvaro Gómez Hurtado, de quien se tenía la misma crítica. La simpatía no era el nombre de su juego.
Y es posible que Marta Lucia sin querer queriendo se haya convertido en el émulo histórico de este estadista asesinado por la complicidad del narcotráfico y la política durante el proceso 8.000, quien pensaba que había que unir a los colombianos en lo fundamental. Por eso más allá de que le caiga bien a los medios de comunicación, o de que despierte sentimientos que cuestionan su eficiencia, ya que, por tratarse de una mujer, la retrógrada sociedad misógina aún pone en duda su talante y su liderazgo, Marta Lucia Ramírez ha hecho posible lo imposible.
Por eso muchos de sus admiradores, así no sean seguidores, siempre tienen una expresión que la define: “Que vieja tan berraca”. Porque se puede estar o no de acuerdo con ella, se puede pertenecer al tradicional partido contradictor, el liberal; se puede ser de izquierda, de centro o recalcitrante; se puede inclusive no votar por ella para la presidencia, pero difícilmente exista alguien que no le reconozca que ha logrado ser supérstite a la polarización, a la guerra sucia, a la radicalización de los opositores y sobre todo a la avalancha de lodo mediático que se acostumbra en este país en los últimos lustros.
No es que no hayan faltado intentos de noticias falsas, o de runrunes con el claro propósito de buscar su desprestigio, o de redes rabiosas con ganas de hacer estragos en su imagen y de tratar de truncar su exitosa carrera, pero ella ha sabido siempre enfrentar con vehemencia y carácter estas andanadas malintencionadas y ha logrado dejar tendidos en la lona a quienes han osado meterse en el mundo de la difamación y el descrédito. Y la última es la de un refrito perverso que hace un periodista experto en montajes y falacias sobre un episodio que ocurrió en cabeza de un hermano de la vicepresidente, Bernardo Ramírez, condenado por narcotráfico en Estados Unidos, hace más de dos décadas.
Relato que ha servido para intentar que en el hipotálamo de los colombianos reviva la idea de que los delitos son de sangre, o que la responsabilidad penal incluye a los familiares. Es jugar con la honra de una persona buscando con la linterna de Diógenes la manera de debilitarla. Serían interminables los nombres de familiares de prestantes servidores públicos que han caído en las redes del narcotráfico. El propio General Óscar Naranjo, cuyo hermano cayó preso en Suiza por este delito. El senador verde Iván Marulanda, quien tuvo un hermano preso en Estados unidos por la misma razón. El presidente Virgilio Barco, que su hermano estuvo siempre en la mira de la DEA por lavado de dinero. En fin, lazos de sangre existen, pero no implican responsabilidad ni penal ni política.
Pero el oportunismo político y el periodismo mercenario han recurrido a la guerra sucia para encontrar la manera de intentar descabezar a quien se destaca o se convierte en un obstáculo para sus planes. Es como si se pudiera descalificar a los periodistas Daniel Samper, hijo y padre porque su hermano y tío, el expresidente Ernesto Samper fue elegido por el narcotráfico. Como si se pudiera culpar a Martín Santos por el escándalo de Odebrecht por los dineros que entraron subrepticiamente a la campaña del expresidente Juan Manuel Santos. O como si se pudiera culpar al senador Iván Cepeda porque su padre era un comunista colaborador de la red urbana de las FARC.
Por esta razón, el propio presidente Iván Duque, le salió al quite a la campaña difamadora contra su vicepresidente, ya que, según él, hace 23 años la servidora y su familia vivieron “una tragedia por el delito cometido por un ser querido. Sobreponiéndose a esa lamentable situación, le ha servido al país con honorabilidad y entrega patriótica”, afirmó categóricamente, al tiempo que no vaciló en sostener que el reencauche de la noticia era “enlodar a una mujer digna y valerosa” por la conducta de un familiar. Además, la catalogó como “un acto de vileza y difamación”.
Y más allá de que los personajes como Roy Barreras, a quien ojalá nunca nadie juzgue a sus familiares por el robo de Caprecom, o por los mil millones encaletados en su apartamento, estén siempre prestos a aprovechar oportunistamente este tipo de episodios, lo que queda claro es que, en el caso de Marta Lucia, como le diría El Quijote a Sancho “ladran los perros, luego cabalgamos”. Porque si no fuera por su proyección política y su promisoria carrera, Marta Lucia no sería objetivo moral ni de los periodistas mercenarios, ni de los políticos oportunistas, ni la mamertada que siente realmente pasos de animal grande.
Y por su temperamento de mujer solidaria, lo cual hace que, sin rayar un céntimo con el populismo, haya viajado a Tumaco a repartir soluciones, aun poniendo en riesgo su integridad, es que ha logrado solidificar una imagen de ejecutiva, administradora de crisis y experta en capotear vendavales en una Colombia que se mueve más por la envidia que por el aprendizaje, o de una clase política que no le perdona que salga avante con una criterio casi mockusiano en materia de la ética de lo público, donde el clientelismo la aturde y el manzanillismo la atormenta.
Por algo se pudo decir que fue la primera política que logró ganar por W en una convención tan política como la conservadora, sin haber cedido un milímetro a las prácticas de la politiquería, como la compraventa de votos y promesas de puestos o compromisos con contratos. No solo porque por convicción ese es su discurso, sino porque no tenía nada que ofrecer aparte de su trabajo de más de 30 años por Colombia. Porque a decir verdad su campaña no tenía ni plata, ni puestos para ofrecer, y precisamente se ha enfrentado siempre a aquellos que no solo usan las prácticas de corruptela política tradicional, sino que como casi siempre ellos sí que tienen los caudalosos recursos que les alcanzan hasta para hacerle el juego sucio.
Pero quizás su mérito principal es que Marta Lucía se enfrentó con un voto de opinión a una convención de raigambre politiquera, a políticos curtidos en el arte de sumar a partir de las prebendas oficiales y de castigar a quien no los unta de mermelada hasta el cogote. Ella, con su tenacidad y su férrea actitud de no sucumbir a la inmediatez del trueque politiquero, logró que las bases conservadoras, por abrumadora mayoría, derrotaran a las élites acomodadas del Partido Conservador, armados hasta los dientes de recursos y de burocracia para ofrecer.
Hasta los que votaron en su momento por la reelección de Juan Manuel Santos, reconocían que Marta Lucía logró vencer las prácticas de la politiquería tradicional, sin puestos ni recursos y sin necesidad de ofrecer o prometer. Esto hace que ella represente realmente una esperanza para aquellos que aún creen que hay que seguir la lucha por renovar las prácticas y cambiar las costumbres políticas dentro de los partidos tradicionales. Ella, está convencida de que hoy la democracia pasa por tener partidos políticos fuertes, legítimos y conectados con el pueblo para evitar los caudillismos que tanto daño han hecho en otros países de la región.
Marta Lucía ha demostrado a lo largo de su trayectoria que si se puede. Que el voto limpio de los ciudadanos de a pie si pudo ser útil y que la esperanza existe porque ella se impuso sobre las prácticas tradicionales que la mayoría de los colombianos quieren transformar. Este hito conservador es en sí mismo una revolución en Colombia, que puede llevar a las urnas a ciudadanos que nunca han votado porque consideran que su voto no es útil. Ella es un símbolo de esperanza.
Marta Lucía ha demostrado que se pueden impulsar ejecutorias en favor de los más necesitados, que se puede hacer política sin doble agenda, pero sobre todo que se pueden derrotar las maquinarias tradicionales a punta de trabajo de base y de generar una auténtica conexión con los jóvenes que han perdido la fe o con los sectores vulnerables hastiados de lo que siempre han visto como más de lo mismo. Esta razón hace que se perfile como una tercería viable en la que puede resultar como el mayor palo político en nuestra historia. Y esta es la razón por la que ladran los perros mercenarios, porque ella cabalga erguida y sin descanso.
junio 12, 2020
Fuente: 45segundos.com