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columna

Luces y sombras de la crisis

por: José Félix Lafaurie Rivera- 31 de Diciembre 1969

Aunque no faltan críticas malintencionadas al Gobierno por lo que hace o deja de hacer frente a la crisis del coronavirus, yo aplaudo su combinación de mesura y determinación en las decisiones, y su llamado incesante a la unión y la corresponsabilidad.

La comunicación del presidente con sus gobernados ha sido permanente y cercana, y el ministro de Salud proyecta conocimiento, aplomo y serenidad.

Aplaudo sus decisiones económicas. Es responsable declarar emergencia nacional; es responsable utilizar los ahorros del petróleo en sus años de vacas gordas, como será responsable revisar los topes de la Regla Fiscal, un instrumento para contener el gasto excesivo en épocas de normalidad, que debe replantearse con responsabilidad cuando está de por medio el estancamiento fatal de la economía y, sobre todo, la salud y la vida de los colombianos.

Aplaudo también la orientación del gasto para fortalecer el sistema de salud y priorizar ayudas efectivas, dinerarias, para que los más vulnerables puedan sortear la crisis con algún recurso en sus bolsillos.

Sin embargo, es lamentable que los esfuerzos gubernamentales no se vean siempre acompañados por la sociedad. Un conocido me relató su experiencia en un supermercado. Armado de tapabocas, enfrentó una larga la fila para pagar, mientras, continuamente, se pedía por altavoz guardar dos metros de distancia, pero, para su sorpresa, las personas parecían sordas y, a mi juicio, estúpidas. Nadie acataba la instrucción y él terminó insultado por exigirla. Eso se llama indisciplina social casi suicida.

Un periodista le pregunta al presidente Duque por qué tomó las primeras medidas 12 días después de aparecer el primer infectado. El presidente le explica el proceso de preparación y decisiones escalonadas, pero el periodista contraataca con el presunto choque entre el Gobierno Central y los departamentales y locales, sugiriendo lo que ya sugerían las redes: que hay confusión y falta de liderazgo. Las respuestas del presidente fueron claras, pero el mal estaba hecho, porque la pregunta no buscaba aclarar sino dañar. Eso se llama mezquindad y oscuras intenciones de sembrar cizaña, cuando el país necesita unidad.

Si el presidente hubiera decretado medidas drásticas desde el primer día y sin preparación, lo habrían calificado de improvisador. Días antes del decreto de coordinación del orden público, las redes criticaban la dispersión de medidas y los gremios pedían articulación. La posición inicial fue de respeto a la iniciativa regional y local, pero cuando las cosas se pasaron de raya, como la pretensión boyacense de cerrar carreteras nacionales, se produce el decreto y las redes y los medios inventan lo contrario: descoordinación y peleas que no existen.

Eso se llama “palo porque bogas y palo porque no bogas”, con tufillo de interés político de desprestigiar al Gobierno, alimentando las redes para que se burlen del presidente con voracidad “pirañera”; de ganar “rating” generando “terrorismo social” y minando la unión que hoy urge entre los colombianos. Es la peor forma de mezquindad, un delito de “lesa Colombia”.

Falta disciplina social, que debe ser uno de los grandes aprendizajes de este difícil momento, pero aun así, aunque suene a lugar común, los buenos somos más y, contra la mezquindad de pocos, el país se reencuentra en los valores de la solidaridad, la familia, la salud y la vida como bienes fundamentales. Nunca antes había sido tan válido que mis derechos terminan donde empiezan los de los demás; la preminencia del bien común, no como principio retórico, sino como necesidad de subsistencia individual y social. Hoy más que nunca, para todos es importante que todos, sin ningún distingo, estemos bien.

A mis lectores: ¡Cuídense!